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El desafío de una visión país para el siglo XXI

En medio de un panorama electoral incierto, con una crisis económica que golpea a todos los sectores y un creciente desencanto ciudadano, el término “visión de país” ha vuelto a ocupar el centro del discurso político.

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En medio de un panorama electoral incierto, con una crisis económica que golpea a todos los sectores y un creciente desencanto ciudadano, el término “visión de país” ha vuelto a ocupar el centro del discurso político. Sin embargo, pocas veces se lo utiliza con el rigor que requiere. Para el sociólogo Renzo Abruzzese, este concepto no puede ni debe ser confundido con un programa de gobierno. Mientras los programas de gobierno proponen acciones concretas a corto plazo —como controlar la inflación o estabilizar la moneda—, la visión de país se refiere a una construcción más profunda y duradera: el modelo de sociedad que se quiere edificar. No se trata de promesas de campaña, sino de un horizonte común que articule valores, instituciones y objetivos colectivos. Esa es la tarea más urgente para un país que lleva décadas enfrentando crisis sin haber consolidado un rumbo claro.

Superar la contradicción entre el modelo liberal y el Estado estatista
Uno de los puntos más críticos en el debate actual es la contradicción entre las soluciones económicas propuestas y la estructura del Estado vigente. Abruzzese observa que, aunque muchos actores políticos han comenzado a hablar de libertad económica y emprendimiento, lo hacen dentro de un modelo estatista y centralizado que no es compatible con esos ideales. Esta incoherencia genera propuestas ineficaces y genera desconfianza en la ciudadanía. Mientras se promueve el discurso liberal, se mantienen prácticas profundamente intervencionistas. Resolver esta tensión no implica simplemente cambiar de ideología, sino repensar integralmente la forma en que el Estado se relaciona con la economía y con sus ciudadanos. Una visión de país auténtica debe permitir esa coherencia estructural.

El ciudadano de derechos como nuevo sujeto histórico
Uno de los aportes más relevantes de Renzo Abruzzese es la identificación del nuevo sujeto histórico que debe liderar esta etapa: el ciudadano de derechos. Este ya no es el individuo pasivo, condicionado por su origen social o étnico, sino una persona empoderada, conectada, crítica y autónoma. Es alguien que no espera, exige; que no delega su voz, la ejerce activamente. Esta transformación cultural es clave para comprender los nuevos desafíos del país. La ciudadanía boliviana —especialmente en las nuevas generaciones— se ha digitalizado, se ha informado, ha viajado, ha emprendido. Y ya no se identifica con el discurso del asistencialismo, sino con el de la autogestión. Ese ciudadano debe ser el protagonista de cualquier nueva arquitectura institucional y política que se construya en Bolivia.

La inclusión debe dejar de ser retórica política
Hablar de inclusión no basta. En las últimas décadas, la palabra ha sido usada hasta el cansancio como parte del discurso oficial, pero sin la debida correspondencia en políticas públicas sostenibles. Abruzzese advierte que la inclusión, si quiere ser real, debe dejar de ser un argumento político y convertirse en una política de Estado con herramientas concretas y medibles. Esto significa garantizar acceso efectivo a salud, educación, justicia, crédito y representación, sin discriminación ni clientelismo. En un país profundamente desigual como Bolivia, la inclusión debe pasar del plano simbólico al material, y eso solo se logra con voluntad política, presupuesto y estructuras institucionales orientadas al bienestar común, no al control ideológico.

Reformar los mecanismos de participación política
La estructura de participación política construida en los últimos 20 años respondió a una necesidad histórica: reconocer y empoderar a los pueblos originarios. Pero hoy, esa fórmula ha quedado desactualizada frente a la transformación de la sociedad boliviana, ahora mayoritariamente urbana, joven y diversa. Renzo Abruzzese sostiene que los mecanismos de representación deben reformularse para incluir a todos los ciudadanos, sin condicionamientos étnicos o ideológicos. Es urgente imaginar un sistema político que no excluya por origen o identidad, sino que valore el aporte y la voz de cada individuo desde su experiencia y compromiso cívico. La democracia boliviana necesita abrir sus compuertas, y para eso debe dejar de mirar el pasado como molde único.

El modelo plurinacional no previó el auge emprendedor
El modelo del Estado Plurinacional fue concebido desde una lógica centrada en lo rural, lo comunitario y lo ancestral. Pero en los últimos años, el país ha experimentado un cambio radical: el crecimiento de una clase media emergente, urbana y emprendedora. Esta nueva Bolivia no encuentra un lugar claro en el modelo vigente. Según Abruzzese, el Estado se ha convertido en un obstáculo para el emprendedor, no en un aliado. Trámites engorrosos, sobrecarga impositiva y ausencia de incentivos dificultan el desarrollo del llamado “capitalismo popular”, que es el verdadero motor de la economía boliviana actual. Reconocer este fenómeno es fundamental para rediseñar un Estado moderno, que facilite la creación de riqueza y valore el esfuerzo individual.

La democracia se consolida desde la sociedad civil
Frente al desgaste de las instituciones y a la falta de credibilidad en los partidos políticos, la sociedad civil boliviana ha comenzado a ocupar un rol protagónico en la defensa de la democracia. Renzo Abruzzese destaca que, por primera vez en la historia reciente, amplios sectores de la población se organizan, financian y movilizan por su cuenta para defender el voto y las libertades. Esto representa un avance significativo en la cultura política del país. Lejos de delegar en líderes o caudillos, la ciudadanía está asumiendo su rol como sujeto activo del cambio. Es una señal de madurez democrática que marca un antes y un después en la relación entre el poder y el pueblo.

Las elecciones como única salida legítima
A pesar del malestar económico, la creciente inseguridad y la incertidumbre política, la población ha decidido apostar por la salida democrática. Renzo Abruzzese señala que, frente a las dificultades actuales, muchos ciudadanos podrían haber optado por el conflicto o el retraimiento, pero no lo han hecho. Están apostando por las elecciones. Esa decisión colectiva de canalizar el descontento por la vía institucional representa una afirmación rotunda del valor de la democracia. Así como en 1982 se eligió retornar al orden constitucional, hoy se opta por consolidarlo. No es una coincidencia: es una muestra del cambio profundo en la conciencia ciudadana boliviana.

Un gobierno que no entienda el momento histórico está destinado al fracaso
El nuevo gobierno que surja de las urnas no puede permitirse la mediocridad ni el cálculo. Bolivia atraviesa un momento histórico que requiere liderazgo, visión y audacia. Abruzzese advierte que quien asuma el poder deberá comprender que no está simplemente para administrar una crisis, sino para liderar una transformación estructural. Si el nuevo gobierno no entiende que necesita construir un nuevo contrato social —basado en consensos, inclusión real y eficiencia institucional—, la oportunidad se perderá. Pero si lo entiende, podrá sentar las bases de una nueva era democrática y modernizadora que el país espera desde hace décadas.

Bolivia entra a la modernidad desde abajo
Lo más sorprendente, según Renzo Abruzzese, es que Bolivia está entrando en la modernidad no por impulso de sus élites, sino desde abajo. Es el emprendedor informal, el joven que se conecta desde el campo, la mujer que lidera su propio negocio desde un barrio periférico, quienes están empujando el país hacia adelante. Esta modernidad no es la del capitalismo salvaje, sino la del esfuerzo diario, del mérito y de la creatividad. Es una modernidad con rostro humano, que exige un Estado eficiente, una economía abierta y una sociedad tolerante. Si se gestiona con inteligencia, puede ser el inicio de una nueva Bolivia: más justa, más libre y más próspera.


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