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Por Iván Alonso1
La portada del Economist hace tres semanas sobre “la crisis alimentaria que se viene” ha sido retuiteada innumerables veces. El mundo entero anda preocupado por el alza de los precios no sólo de productos como el maíz y el trigo, sino también de los fertilizantes, que amenaza con una reducción de las siembras y cosechas futuras. El Perú, dice la revista, es uno de los países que se verán más afectados.
Ante las protestas de los agricultores en el interior del país, el gobierno ha tomado (o pretendido tomar) medidas para lidiar con la crisis. Ha anunciado la compra de fertilizantes por S/348 millones y ha formado una comisión –de alto nivel, por supuesto– para “garantizar la continuidad de la producción agrícola”.
¿Qué puede esperarse de esa comisión? Nos parece que nada. El mercado es una maquinaria eficiente, tanto en tiempos normales como en tiempos de crisis, para coordinar la producción, la distribución y el consumo de todo tipo de productos, incluyendo los insumos agrícolas. El alza del precio internacional de la urea, por ejemplo, no es más que una señal de que hay menos urea disponible en el mundo y de que es necesario –mejor dicho, inevitable– reducir su consumo. El alza del precio cumple la función de concentrar esa reducción allí donde causa menos daño a la producción: en los campos que más fácilmente pueden sustituir la urea por otro fertilizante o reemplazar sus cultivos por otros que requieran menos fertilizantes.
Habrá algunos agricultores que no puedan hacer ni lo uno ni lo otro y cuyo destino sería dejar de sembrar y quedarse sin ingresos. El gobierno podría, por supuesto, ayudarlos; pero la manera de ayudarlos no es darles un insumo que hoy escasea en el mundo para que lo usen en un cultivo que, dadas las circunstancias, no se justifica económicamente. La mejor manera de ayudarlos sería mediante un subsidio directo que restituya parcialmente –sólo parcialmente– los ingresos perdidos. No es una tarea fácil porque es susceptible al clientelismo político y la corrupción, pero la alternativa de repartir urea gratis también lo está. Para evitar eso sí serviría una comisión, especialmente una que incluya a personas ajenas al gobierno.
Para comprar y distribuir los fertilizantes, en cambio, una comisión gubernamental no sirve de mucho. Ya hemos visto cómo el gobierno canceló una licitación, postergó otra y acaba de escoger a un proveedor que entregará 40.000 toneladas recién en cinco semanas. Entretanto, los distribuidores que están en ese negocio ya han importado 50.000 toneladas de urea y cloruro de potasio, que bastarían para el inicio de la campaña agrícola que comienza en agosto, según ha declarado el gerente del mayor de estos distribuidores. Cabe suponer además que tienen las redes de distribución para que los fertilizantes lleguen adonde se necesitan.
¿Cómo puede afectar la escasez mundial de urea a la agricultura peruana? Difícil decirlo. Dependerá de las posibilidades de sustitución de fertilizantes y cultivos. Algunos se podrán sustituir más rápido que otros. Las predicciones apocalípticas que se basan en la caída de la importación de fertilizantes –33% entre enero y abril con respecto al mismo período del año pasado– están, sin embargo, casi con seguridad equivocadas porque ignoran la capacidad de adaptación de los agricultores.
En cuanto a los consumidores, encontrarán seguramente menos de algunos productos, pero más de otros (por la sustitución de cultivos, precisamente). Los primeros tenderán a subir de precio, pero las subidas estarán moderadas por las importaciones, en la medida en que mantengamos nuestro mercado abierto. El peor error en un momento de crisis sería cerrarse al comercio internacional.
1obtuvo su PhD. en Economía de la Universidad de California en Los Ángeles y es miembro de la Mont Pelerin Society.
*Este artículo fue publicado originalmente en elcato.org el 15 de junio de 2022
*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo