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Por Marcelo Duclos1
“Se va a cero”. La frase que repitieron de forma incansable, casi como un mantra, los “enemigos” de las criptomonedas y que los seguidores del Bitcoin incluso utilizan como broma para mostrar calma en momentos álgidos. Al tratarse de un activo descentralizado y privado, es difícil hacer una relación entre la cantidad de tenedores meramente especulativos y el número de partidarios políticos de la divisa virtual.
En este grupo mundial de “bitcoineros”, para los que la moneda virtual es una especie de causa moral y política, radica el “colchón” que va desde el “0”, al que nunca llegará, al piso que va tocando en sus diversas caídas, donde a la base de los fans se les suman los especuladores más osados que siguen jugando. ¿Cuánto aporta cada grupo? Es imposible saberlo con certeza. Lo único que sí se puede percibir, es que, bajo ningún punto de vista, el Bitcoin puede perder por completo su valor. El ejército de partidarios (que en lo utilitario ya ganaron mucho más de lo que jamás hubieran soñado), “aguanta los trapos”.
Más allá de la eterna discusión sobre si es moneda o no, sobre todo por lo volátil de su cotización, hay una cuestión que permite comprender porque, tarde o temprano, la moneda virtual se recupera y bate récords de cotización más frecuentemente de lo que cae duro. Aunque los que la utilizan como una inversión de corto y mediano plazo entren y salgan, los partidarios del criptoactivo, que se vinculan hasta desde lo sentimental con el Bitcoin, van creciendo en número. Aunque los primeros manejen volúmenes más grandes que los segundos, los bictoiners son cada vez más. Aunque no existan los datos concretos para plasmarlos en un gráfico, esto que es bastante evidente explica por qué hay más picos hacia arriba que hacia abajo, aunque los desplomes tengan más prensa rimbombante.
Es que, además que las malas noticias vendan más que las buenas, hay intereses concretos en que las monedas privadas fracasen estrepitosamente. Que lo que Ludwig von Mises denominó como “dinero fiat” sea cuestionado mundialmente, toca demasiados intereses turbios. No solamente en el sector público que se nutre de la impresora de billetes, sino también en el privado, que mantiene muchas sociedades espurias con la burocracia política en todas partes del mundo. Vociferar en los medios y las redes sociales que el Bitcoin se va a cero parece ser bastante redituable para muchos economistas, sobre todo en los Estados Unidos y Europa.
El nutrido músculo creciente de los usuarios y difusores, sobre todo con el correr de los años y el ingreso de las nuevas generaciones a la economía y la tecnología, puede ir estabilizando la cotización y consiguiendo que, además de ser moneda con todas las letras, termine corrigiendo varios desajustes de los bancos centrales. Competencia le dicen, suele ser buena. Es que, en el mundo de monedas estatales, que va de “malas” como el dólar o el euro a “pésimas” como el peso argentino, las alternativas privadas van dejando las verdades más en evidencia que los libros teóricos de economía.
Mientras tanto, los que busquen rentabilidad mediante la timba de corto plazo, seguirán jugando, entrando y saliendo, generando los picos y los pisos que vamos viendo con el correr de los años. ¿Por qué este gap está cada vez más arriba? Por los jóvenes que entran todos los días y no se van, porque para ellos es algo más que una apuesta o una inversión económica. Y eso es lo que diferencia Bitcoin de las acciones de las empresas que sí pueden tocar fondo en cualquier momento.