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El gobierno no pierde oportunidad de inflar el pecho con los datos de inflación. Arce Catacora repite que Bolivia tiene la inflación “más baja del continente” y que eso hace del país un “gran ejemplo de manejo económico en la región.” El ministro Montenegro repite el libreto y hace un par de semanas afirmó que “no se puede negar que tenemos un escenario de estabilidad en un momento de alta volatilidad e incertidumbre… y eso no lo quieren reconocer los analistas…”
Y sí, los “analistas” hemos criticado el pavoneo oficialista con la baja inflación apuntando, sobre todo, a los subsidios que evitan que el Índice de Precios al Consumidor (IPC) trepe como lo ha hecho en otros países. Y aunque no le guste al gobierno, la crítica es válida y certera. En Bolivia la gasolina y el diésel cuestan aproximadamente 73% y 72% menos, respectivamente, de lo que deberían costar de acuerdo a los precios internacionales (en Bolivia el litro de gasolina cuesta $us 0,54 cuando el precio promedio en el mundo es de $us 2). El gobierno subsidia esa diferencia generando un fuerte costo para las arcas del Estado. A la fecha, el subsidio a los hidrocarburos nos cuesta alrededor de $us 1.000 millones al año. ¿Cómo no vamos a tener un IPC estable cuando los precios de nuestras principales fuentes de energía están altamente subsidiados? Acuérdese que el gobierno también subsidia la tarifa eléctrica, la harina y otros productos de la canasta básica.
El gobierno se comporta, entonces, como un chico flojo que tiene que limpiar su cuarto y lo único que hace es poner la basura debajo de la alfombra. Lo lleva haciendo varios años. Tanto, que el bulto bajo la alfombra ya es un puchichi. Recuerde que el subsidio a los hidrocarburos representa un alto porcentaje de nuestro déficit fiscal. Este año llegará a representar casi una tercera parte del mismo. Recuerde también que llevamos ya nueve años de déficit fiscales consecutivos que han producido una deuda que llega al 65% del PIB (entre externa e interna). Hay que ser fanfarrón, además de flojo, para presumir que un puchichi, que no deja de crecer y algún día reventará, es un “gran ejemplo de manejo económico.”
Y aunque todo esto es cierto, hay algo que los “analistas” no hemos enfatizado todavía y que, a mi parecer, es incluso peor que subsidiar o “comprarnos” una baja inflación con déficits fiscales. Mantener precios artificialmente bajos no solo es malo porque eso incrementa nuestra deuda, sino también, y valga la redundancia, porque son bajos. Me explico.
Los precios son indicadores de la escasez relativa de bienes y servicios. Si algo se hace más escaso o más difícil de producir su precio sube. Si algo se hace menos escaso o más abundante, su precio baja. Los precios actúan, por lo tanto, como imprescindibles señales que nos permiten navegar el proceso productivo. Gracias a los precios podemos comparar opciones y sabemos qué vale la pena comprar, qué vale la pena producir, qué profesión deberíamos elegir, etc. Si, por ejemplo, nos cae una helada y tenemos menos papa disponible, el precio de la papa subirá y eso le indicará al consumidor que, si quiere cuidar su platita, debe buscar alternativas que la substituyan. Pero eso también le indicará al productor que trate de encontrar la forma de producir más papa (con viveros o alguna otra innovación tecnológica) porque si lo hace podrá ganar más plata en el mercado. Si el precio de la papa y otros productos agrícolas suben constantemente a través del tiempo, eso le indicará a muchos jóvenes que probablemente valga la pena estudiar agronomía ya que ese sector presenta un futuro prometedor. En suma, dejar que los precios fluctúen respondiendo a la escasez relativa de los bienes es tremendamente importante porque esa información nos permite reasignar eficientemente nuestros recursos (nuestra plata, nuestro tiempo, nuestro trabajo, etc.) de acuerdo a la realidad que enfrentamos.
Es sabido que debido a la guerra en Ucrania y los embargos a Rusia, los precios de los commodities han subido dado que ahora llega menos petróleo, gas natural, trigo, maíz, cebada, etc., a los mercados. La mayor escasez de estos productos incrementa, a su vez, los precios de otros como la harina y el pan que los usan como insumos. ¿Qué pasa entonces en la mayoría de los países? Pues estos precios más altos son transmitidos a los consumidores que empiezan a buscar alternativas y a los productores locales que empiezan a buscar la forma de producirlos para aprovechar la subida. En otras palabras, la nueva información que transmiten los precios hace que los países reasignen sus recursos de acuerdo a la nueva realidad. En la mayoría de los países… no en Bolivia.
Como hemos dicho, en Bolivia el gobierno se empecina en subsidiar los hidrocarburos, la harina, el pan y varios otros productos. No solo que esta política nos ocasiona déficits, sino que además no deja que los precios transmitan la información correcta al mercado. En consecuencia, la gente no cambia su comportamiento y no modificamos la asignación de nuestros recursos para enfrentar la nueva realidad. Con precios fijos, la gente vive en una burbuja y no tiene incentivos a comprar menos gasolina. En relación a los verdaderos precios (los internacionales), nuestro consumo de gasolina es un verdadero despilfarro. No la cuidamos porque para el consumidor final es baratísima. Esto hace además que tomemos malas decisiones productivas o de inversión porque lo hacemos considerando un precio energético irreal. Esta mala asignación de recursos es probablemente la peor consecuencia de mantener un IPC casi constante.
Es importante entender que un IPC que crece debido a problemas de oferta que hacen que ciertos productos sean más escasos NO es inflación. Por eso las comillas en el título de esta columna. Un IPC que crece por una mayor escasez es, en realidad, un síntoma saludable, en el sentido de que transmite eficientemente la nueva realidad a los mercados y eso nos obliga a cambiar nuestro comportamiento. La inflación propiamente dicha sucede solo cuando el Banco Central imprime demasiado dinero y la moneda pierde valor. Ese incremento sí que es malo y debe corregirse porque se produce inorgánicamente.
Nuestro lento y estable IPC no es, por tanto, una virtud, sino un defecto. El gobierno tiene que dejar de pavonearse por la “inflación” más baja del continente. Mantener el IPC constante con subsidios no solo aumenta nuestra deuda, sino que además nos hace ineficientes al no permitir una reasignación apropiada de nuestros recursos.