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Por María García Carrión1
La desigualdad es un fenómeno que ha acompañado a la evolución humana desde sus orígenes.
Como es generalmente sabido, la pobreza entendida como la ausencia de riqueza, es el estado natural del hombre. Hasta el desarrollo de la civilización moderna, la pobreza era la norma general entre los seres humanos y continuó siéndolo hasta la llegada del capitalismo hace menos de doscientos años. La imparable creación de riqueza, y la consecuente gran disminución de pobreza dieron lugar a un efecto colateral: la desigualdad.
Actualmente, el fenómeno de la desigualdad se encuentra en el punto de mira de la sociedad, a causa de su presencia en el repetitivo discurso político e ideológico, que achaca a este fenómeno la existencia de pobreza en las economías del mundo. En el presente escrito desmontaremos el dogma de la desigualdad como causante de la pobreza.
Para ello, es fundamental conocer los conceptos que forman el núcleo de este artículo: pobreza, crecimiento económico y desigualdad. Entendemos pobreza como la ausencia de riqueza, si bien es cierto, que en la actualidad este término ha adquirido multitud de “segundos nombres” ridículamente atribuidos por los ideólogos y políticos: pobreza material, pobreza rural, pobreza social, pobreza energética, pobreza menstrual, y un absurdamente extenso etcétera que no pretende más que distraer la atención del auténtico problema y de su indiscutible solución.
Por otro lado, el concepto de crecimiento económico ha sido modificado y moldeado a gusto de nuestros dirigentes y otros personajes de gran influencia, por lo que, yendo a la raíz y origen del término lo definiremos sencillamente como el aumento del PIB, PIB per cápita o la Renta nacional de un país durante un periodo de tiempo (generalmente un año).
Respecto a la idea de desigualdad, lo primero que debemos aclarar es que se trata de un concepto matemático. Existe igualdad cuando dos expresiones algebráicas tienen un mismo resultado (relacionadas por el signo =), y desigualdad cuando estas no resultan tener el mismo valor. Partiendo de esta premisa, podemos afirmar que los progresistas secuestraron este concepto, dándole un significado social. Todo ello sin sentido alguno, pues es completamente inútil intentar extender un concepto matemático exacto a la acción humana.
Sin embargo, haciendo un esfuerzo, podemos establecer que hay “desigualdad social” cuando hay una falta de identidad o similitud entre dos o más individuos, es decir, que se encuentran en la condición o circunstancia de no tener una misma raza, propiedades o renta. En definitiva, este término no hace más que enunciar algo que forma parte de la esencia de la raza humana, que somos diferentes unos de otros.
En la actualidad existe gran tendencia, por un lado, a asimilar los conceptos de desigualdad y de pobreza, en tanto que ambas son, en teoría, fenómenos negativos que deben ser erradicados, y por otro, asegurar que existe una relación entre estos términos: que la desigualdad es causante de la pobreza que asola el mundo en nuestros días y que aquellos que se enriquecen son los culpables de que aún exista población en situación de pobreza. Sin embargo, nada más lejos de la realidad.
En primer lugar, los conceptos de desigualdad y pobreza son completamente disímiles. La desigualdad social (retomando la definición dada anteriormente) es la «Condición o circunstancia de un ser humano de no tener una misma naturaleza, cantidad, calidad, valor o forma que otro, o de diferenciarse de él en uno o más aspectos» según Oxford Languages. Atendiendo a esta definición podemos afirmar que simplemente recuerda una condición primigenia y natural entre los individuos: que somos diferentes unos de otros. Con diferentes capacidades, debilidades y fortalezas, que llevan inevitablemente a resultados y expectativas diferentes. Y eso es lo que justamente da lugar a esa diversidad tan valorada y tan a la orden del día. Por lo tanto, es incomprensible la connotación negativa que se le ha atribuido a este concepto en la sociedad actual.
Respecto a la pobreza, como ya hemos explicado, su definición ha experimentado numerosísimas modificaciones según el interés de unos y otros a lo largo de la historia, por lo que nos limitaremos a una definición simple (a partir de la RAE): se trata de la circunstancia de carencia o escasez de lo necesario para cubrir las necesidades básicas. Como adelantamos en la introducción, la pobreza es la condición en la que surgió la humanidad, la pobreza más plena y absoluta. Sólo el avance y prosperidad de los más astutos, y posteriormente, de una gran parte de la población mundial (cada vez mayor) rompió con esta condición, gracias a la acumulación de riqueza.
Podemos concluir entonces que lo único que tienen en común estos dos conceptos es que ambos son difíciles, por no decir imposibles, de erradicar. En el caso de la desigualdad, siguiendo la definición dada anteriormente, los seres humanos, por naturaleza, somos diferentes unos de otros. Acabar con la desigualdad supondría adulterar la naturaleza humana, pretendiendo igualar las capacidades de cada individuo (lo cual es imposible) o los resultados de los mismos (lo cual es injusto). Sería necesario para ello violentar la propiedad privada de las personas, igualando la riqueza de todas ellas siempre en el nivel más bajo. Porque la igualación de la riqueza de los individuos solo puede producirse de dos maneras: o bien igualando por arriba, para lo cual sería necesaria una aportación de riqueza que no existe. O bien igualando por abajo, lo que significaría, por una parte, sustraer rentas a quienes las han ganado honradamente, y por otra regalar esas rentas a cambio de nada, a quienes no las han obtenido con su propio esfuerzo. Ambas cosas serían igualmente injustas.
Un ejemplo de ello es el sistema educativo español, donde los alumnos sobresalientes son castigados por el sistema y los alumnos más atrasados premiados, condenando a todos por igual (eso sí) a la mediocridad.
En el caso de la pobreza, se trata de un fenómeno que siempre estará presente en el mundo, por tres razones principalmente: 1) los recursos de los que disponemos son limitados. A pesar de que es posible crear riqueza, los medios para ello no son ilimitados. 2) las necesidades a cubrir siempre tienden a aumentar. Es decir, conforme progresa una sociedad y son cubiertas las primeras necesidades, aparecen otras nuevas. Por consiguiente, también aumentan las necesidades que se consideran “básicas”. Ejemplos son: el teléfono móvil, que con el paso de los años se ha convertido en un elemento fundamental para mantenerse comunicado, o el acceso a internet, que la reciente pandemia por el Covid-19 ha convertido en algo imprescindible. Estos dos primeros puntos, quedan resumidos en una simple frase: recursos limitados, necesidades ilimitadas. 3) Alguien puede querer verse en esa situación, vivir sin posesiones materiales ¿y quiénes somos nosotros para obligar a ese individuo abandonar la circunstancia deseada? ¿a decirle cómo debe vivir?
En lo que se refiere a la relación entre la desigualdad y pobreza, pese a que pueda parecer algo obvio, no es la desigualdad la culpable de la pobreza, es la salida masiva de la pobreza la que da lugar a desigualdad. Si hilamos todo lo explicado anteriormente podemos deducir, que la desigualdad es natural, positiva, y permanente. Luchar contra ella sólo resultaría en un panorama peor que el que se pretende “resolver”.
Finalmente, es interesante mencionar la cuestión de la igualdad de oportunidades. Se trata de una garantía/mecanismo muy útil para el aumento de riqueza, y por ende para que la población salga de la pobreza. No obstante, también hay una confusión generalizada en torno a este término. Ya nos hablaba de ello Amartya Sen, con su teoría de la capacidad: la mayoría habla de garantizar la igualdad de oportunidades, refiriéndose en realidad, a la igualdad de resultados. Me explico: se debe tratar de garantizar el mayor número de oportunidades que un mercado libre pueda ofrecer, para que, de esta forma, el individuo tenga más posibilidades de desarrollo académico, futuro profesional y enriquecimiento. No obstante, no debemos inmiscuirnos en los resultados obtenidos, pues cada persona a través de sus deseos, de sus capacidades, pero sobretodo a través del trabajo duro y el esfuerzo, alcanzará un resultado diferente. Intentar igualar esos resultados nos sumiría en el conformismo y la mediocridad, los enemigos del enriquecimiento y el progreso.
Tras todo lo aventurado, nos reafirmamos en tres cuestiones: que la connotación negativa que se le ha atribuido al concepto de desigualdad no tiene sentido, en tanto que se trata de un fenómeno que aparece con la salida masiva de la pobreza de gran parte de la población mundial; que la desigualdad y la pobreza guardan una relación inversa, en contraposición a lo que tiende a creer la sociedad actual; y que lo verdaderamente fundamental es garantizar el número máximo de oportunidades, las que permite el mercado libre. Los errores de comprensión o definición de los términos: desigualdad, pobreza y crecimiento económico pueden llevar a catástrofes de gran magnitud en las economías del mundo, y por consiguiente en del desarrollo de la humanidad.
*Este artículo fue publicado en panampost.com el 11 de septiembre de 2022