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Se han cumplido 71 años de la sublevación del 9 de abril de 1952, un evento cuyas consecuencias transformaron el espectro histórico de la nación. El Movimiento Nacionalista Revolucionario, (MNR) fue el autor del proceso revolucionario. Este poderoso partido administró directamente el gobierno (considerando todas sus versiones) por el lapso de 27 años 3 meses y algunos días, es decir, el 34% del periodo 1952-2023. Tuvo 11 periodos presidenciales a su cargo, de los cuales 5 culminaron el tiempo constitucional establecido (4 años). Víctor Paz Estenssoro fue 4 veces presidente, de los cuales 3 concluyó su mandato. Hernán Siles Zuazo fue 2 veces presidente de los cuales solo en 1 permaneció los 4 años establecidos. Gonzalo Sánchez de Lozada fue también 2 veces presidente y concluyó su periodo constitucional solo en 1. Lidya Gueiler Tejada, Walter Guevara Arce y Carlos Mesa Gisbert gobernaron bajo los cánones ideológicos del MNR y ninguno de ellos culminó el mandato, fueron en todo lo que quepa en la expresión, gobiernos de emergencia. Esta reseña da cuenta del poder de ese partido y su influjo en el devenir histórico.
En los 71 años transcurridos desde 1952 a la fecha el país experimento 4 “momentos” políticos diferentes: uno nacionalista plenamente revolucionario, (1952-1956) que se proyectó hasta 1964. Uno de corte fascista que se inicia en 1964 con René Barrientos O. y culmina en 1982 con el retorno de la democracia. Uno democrático liberal que va de 1982 al 2006, y finalmente uno indigenista que cubre el periodo 2006 y concluye el 2019 con la renuncia de Evo Morales A.
En la tradición analítica nacional se ha considerado que estos momentos constituyen episodios diferentes y en consecuencia se los analiza por separado. Se asume que fueron consecuencias externas al proceso de la Revolución Nacional, sin embargo, un análisis más detallado de cada uno de ellos desde una perspectiva histórica y no meramente coyuntural, muestra que fueron expresión de las contradicciones internas del mismo proceso, complejo proceso que la terminología especializada instala bajo la categoría de “Estado del 52”, es decir, todos se suceden al interior del proceso de transformaciones de largo alcance que conocemos como “Revolución Nacional”
Lo que en realidad sucedió es que la Revolución liberó todas las fuerzas políticas que se habían ido desarrollando desde finales del siglo XIX y a lo largo de la primera mitad del siglo XX. De hecho, sabemos que la fundación del Partido Liberal de Camacho en 1.883, inicia el proceso de formalización de organizaciones políticas propias de la modernidad, organizaciones políticas liberales y conservadoras junto a las nuevas fuerzas de izquierda van germinando a lo largo de todo ese periodo y formarían el capital político que dio curso a la Revolución del 52.
Ejecutadas las reformas estructurales (nacionalización de las minas, reforma agraria, voto universal y reforma educativa) e irreversiblemente derrotada la estructura del Poder oligárquico, las fuerzas del MNR ejecutaron el proceso de transformación nacionalista, al mismo tiempo, las tendencias de extrema derecha se desarrollaron bajo la coraza de las Fuerzas Armadas abriendo en 1964 el ciclo de dictaduras militares de corte fascista. Las tendencias democráticas aliadas en la UDP (Unidad Democrática y Popular) recuperaron la democracia en 1982 bajo el sino de una democracia neoliberal, y las tendencias indigenistas e indianistas, enarbolando los postulados de pluralidad multiétnica y racial (que en realidad se los había instalado en el imaginario social boliviano a principios del siglo XX) terminan ganando las elecciones del 2005 con el MAS y Evo Morales.
Todos estos fenómenos se ejecutan como un solo movimiento de la historia que reconocemos bajo la categoría sociológica de “el Estado del 52”, por esa razón, dado que todos se mueven dentro el campo político de ese Estado, la percepción que uno logra es que todos estos fenómenos hacían parte de un solo movimiento de la historia, y que, ese movimiento llegó a su fin el 2019 con el quiebre del proyecto plurinacional masista. El MAS cierra el ciclo del Estado del 52 en un fallido intento por consumar el proyecto de inclusión social que se había gestado tempranamente en el siglo XX, y que se concreta formalmente con el voto universal y la reforma agraria del MNR. La inclusión real y no meramente formal que logra el MAS de Evo Morales, es en última instancia, la conclusión del proyecto de sociedad que el MNR dejó inconcluso, esto es, el cierre del Estado del 52.
Si el ciclo ha concluido, resulta obvio preguntarnos qué momento estamos viviendo. Tan obvia como la pregunta es la respuesta: vivimos los dolores de parto entre un Estado concluido y la búsqueda de una solución de continuidad histórica más allá de las formas democrático-populares, populistas, liberales, indigenistas o fascistas consumadas en la historia boliviana desde mediados del siglo anterior.
Se trata de una transición difícil en la que los grandes discursos nonagésimos y los proyectos cuyo referente clave fue lo popular, han cedido el paso a un referente propio del capitalismo tardío; el ciudadano. Hoy los interlocutores válidos frente al poder instituido son los ciudadanos de a pie. Aquellos épicos momentos en que las “masas populares “definían el curso de la historia y doblegaban los gobiernos con todo el peso del sindicalismo obrero y campesino, son un referente de segundo plano. Las grandes reformas y la defensa de los intereses nacionales y los derechos ciudadanos ya no dependen de los sindicatos y organizaciones populares, tampoco de sus “partidos” y menos de su ideología, hoy se asientan en el Poder Ciudadano cristalizado en plataformas, agrupaciones ciudadanas e instituciones de la sociedad civil.
Esta difícil situación muestra hoy sus vértices más peligrosos expresados en una creciente polarización, y un cúmulo de conflictos que expresan la urgencia de construir un nuevo proyecto de Estado y un diseño de sociedad capaz de responder los desafíos del siglo XXI más allá de las ideologías, de las visiones étnicas y raciales o de las posturas radicales de una izquierda y una derecha que en las sociedades de la ciencia y la comunicación resultan superfluas.