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En la antigua democracia ateniense existía la votación mediante el ostrakon (fragmentos de cerámica o de caparazón), con la cual los ciudadanos decidían si un potencial tirano debía dejar la ciudad-Estado por un número determinado de años para preservar la estabilidad política y la paz social, conservando sus bienes, que le eran devueltos al regresar.
Es el origen del término ostracismo, una institución mucho más civilizada en relación a lo que hemos conocido en tiempos recientes, donde, al contrario de lo descrito, han sido muchos los demócratas latinoamericanos que se han visto forzados al exilio por los tiranos que no fueron frenados a tiempo.
Actualmente, no cabe ya el ostracismo en el sentido estricto, sino lo que podríamos denominar un “ostracismo civil”, consistente en la inhabilitación para cargos electivos para quienes abusan del poder a través de la corrupción y otros crímenes, o que buscan la reproducción indefinida en el mismo.
En Bolivia, la ciudadanía aplicó el ostrakon al votar NO a la reelección indefinida en el referéndum del 21 de febrero de 2016 (21-F), que inició el proceso de desmontaje de un régimen autoritario que aún tiene existencia residual. Posteriores fallos de la Corte Interamericana de Derechos Humanos (Corte IDH) y del oscilante Tribunal Constitucional Plurinacional (TCP) ratificaron que no existe un “derecho humano” a la eterna reelección, en coincidencia con lo expresado por la soberanía popular.
Sin embargo, el aspirante a tirano, en este caso Evo Morales, insiste con su “derecho” a la repostulación que antepone a todo otro derecho de la ciudadanía, incluyendo los del libre tránsito, la producción, el comercio y la alimentación, la libertad de prensa y la integridad física (violentada incluso a los ocupantes de una ambulancia).
Llegamos así a un punto de inflexión donde el “adiós a Evo” —se entiende que de manera civil o jurídica— trasciende a los partidos para convertirse en una decisión nacional, fundamental para que exista un camino de retorno hacia una democracia plena.
Por supuesto que hay riesgos autoritarios en otras cepas o variantes nacidas del mismo partido azul, pero a Morales le corresponde la primacía de los peligros políticos y no cabe duda de que en un eventual regreso suyo al poder acabaría instalando una dictadura personal tan cerrada como la de Daniel Ortega en Nicaragua.
En ese marco, el “adiós civil a Evo” es uno de los pocos consensos nacionales que existen, un primer paso necesario hacia la redemocratización de Bolivia. Por estos días, el aprendiz de tirano gasta los que podrían ser sus últimos cartuchos en una desestabilización a gran escala, que esperemos se diluya pronto sin que tengamos que lamentar una nueva tragedia en el país.