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Desde el domingo 19 de octubre, los gobiernos de Estados Unidos y ocho países aliados se encargaron de tenderle una alfombra roja al presidente electo de Bolivia, para que su administración que inicia en noviembre se encamine hacia el bloque de la libertad, liderado por las democracias occidentales. Esto incluirá tanto ayuda para la provisión de combustibles como financiamiento, inversiones y cooperación en la lucha contra el narcotráfico.
Mientras esto sucedía en el plano externo, en el interno Tuto Quiroga hacía lo propio, extendiéndole la mano a Paz para asegurarle la gobernabilidad necesaria e impulsar las reformas impostergables.
Con este gesto, se podría construir una mayoría PDC/Libres cercana a los 2/3 en el Legislativo, se facilitaría un gobierno sólido para hacer frente a las amenazas de Evo y se diluiría el peso de Lara, que es mayor si se depende de todas las facciones parlamentarias del emergente oficialismo, donde es evidente que existe un ala reciclada del viejo masismo.
El nuevo mandatario tiene, entonces, puestas a su disposición todas las herramientas para hacer las cosas bien. De hecho, ha estado dando señales positivas en el discurso en los últimos días, dejando a un lado las ambigüedades de la campaña, que parecen haber estado calculadas para atraer el voto del evismo y el arcismo en el balotaje.
Ejemplo de estas buenas señales discursivas fue su encuentro con el empresariado en Santa Cruz, donde, no obstante los objetivos correctos planteados por Paz, varios economistas advirtieron una falta de concreción en el cómo, en los medios jurídicos y técnicos para alcanzarlos. Habrá que ver, por tanto, al presidente en la cancha, a la hora de pasar de las palabras a las medidas específicas y su ejecución.
Entretanto, el vicepresidente electo ya ha comenzado a mostrar que será la piedra en el zapato de la gobernabilidad, confirmando el perfil conflictivo y demagógico sobre el que advertimos con reiteración durante la campaña.
Lara se opone a la cooperación antinarcóticos con la primera potencia del planeta, quiere crear nuevos ministerios y se queja de que Paz “no atiende sus llamadas”. Todo esto, en poco más de una semana tras la segunda vuelta.
Así las cosas, el nuevo gobierno nacerá sometido a una doble tensión: la que representa el desafío sistémico de Evo Morales y su narco-republiqueta del Chapare, situada en pleno corazón geopolítico de Bolivia; y la generada en sus propias entrañas por el “vicepopulismo” de Lara, a quien se utilizó para recolectar votos por izquierda y ahora pretende cobrar sus facturas ante los condicionamientos de sus aliados sindicales. No hay lugar para la sorpresa: estábamos avisados.



