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El domingo 10 de julio, como una guillotina, a la medianoche, salió de la programación de Netflix la telenovela colombiana “Yo soy Betty, la fea”, pese a los ruegos de miles de telespectadores que la han visto dos, tres, ocho veces y quieren repetirla y los que recién la conocen.
El fenómeno comunicacional y el éxito comercial del romance imaginado por Fernando Gaitán en el límite entre la antigua y la nueva centuria- mejor dicho, el nuevo milenio- se repite otra vez. Pese a ser una producción con 20 años encima, el público le sigue fiel y se renueva.
Es conocido que “Betty” es la telenovela más vista en la historia de este formato tan típicamente latinoamericano y ahora imitado en países tan diversos como China o Turquía; ha llegado a 180 países, es la más traducida y con cerca de otras 20 versiones. Nada iguala a la historia de la fea/bonita, Beatriz Pinzón Solano, enamorada de su guapo y neurótico jefe, Armando Mendoza.
Existen tesis universitarias, análisis mediáticos, debates, entrevistas a expertos y otros intentos para entender por qué conmueve tanto. Hay clubes de fanáticos de la novela, que intercambian fragmentos, otros que organizan visitas a Bogotá para rastrear los escenarios, grupos en Facebook para contar sus experiencias y miles de miles que vuelven a ver las escenas más cotizadas en el resumen por internet.
Los actores, Ana María Orozco (Bogotá, 1973) y Jorge Enrique Abello (Bogotá, 1968) no han podido deshacerse de sus personajes, a pesar de ser ahora cincuentones. Sus fans incluyen a abuelas, mamás, hijas de todas las generaciones. Es una novela que fue seguida por esposos y novios.
Nadie esperaba ese resultado, ni el canal RCN que pasaba por un mal momento, ni el guionista Gaitán, ni el director Mario Rivero. Como relatan en decenas de testimonios los protagonistas y el elenco impecable que los acompañó, fue algo mágico, como si todos los planetas se hubiesen alineado.
Más de siete millones de colombianos esperaron ansiosos frente a sus televisores la anunciada primera cita amorosa de Betty y Armando en un hotel. Las calles colombianas se vaciaban a la hora de la emisión; nadie organizaba una reunión en ese horario y las propias actividades políticas quedaban una hora en suspenso.
El presidente de entonces, Andrés Pastrana, admitía que la seguía noche a noche y fue uno de los primeros en ensayar una explicación. “Betty” mostraba el rostro oculto y amable de la sociedad colombiana que no es sólo violencia y guerrilla y lo lograba en tono de drama, pero sobre todo con fina comedia.
La actuación es impecable, la canción, las locaciones, la forma en combinar actores y personajes reales. Destaca el lenguaje culto y pulcro, que tanto se extraña en otros programas televisivos o radiales. Es esa Colombia culta y exquisita.
Gaitán contó que las feministas le pedían que Beatriz no se case y que no quiera tener hijos. En cambio, millones de mujeres soñaban con el desenlace feliz de la inteligente asistente con el empresario que la engaña y que queda atrapado en su propia red. El perdón vence.
Entre los críticos han señalado que la novela es machista, misógina, políticamente incorrecta. Escuchar algunos diálogos 20 años después puede resultar chocante. Sin embargo, los altos niveles de audiencia y los millones de comentarios favorables que recorren el internet muestran que el argumento central sigue funcionando.
Parecería que el mundo puede girar más rápido, atravesar una pandemia y enfrentar el peligro de una guerra mundial, pero las historias de amor bien contadas provocan lágrimas y risas, como en el principio de los tiempos, sea Gilgamesh e Ishtar, David y Mical o Paris y Helena, o… Betty la fea y el carismático Armando.