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Ahora que se aproxima un nuevo año, por lo general y comúnmente, las personas toman real conciencia del paso del tiempo cada 31 de diciembre, y hacen sus listas de aspiraciones, cuando en realidad, es en cada amanecer con vida, hoy mismo cuando abrimos los ojos, cuando empieza lo nuevo.
Como ocurre, en todos los inicios de año, expresamos nuestros deseos de felicidad, prosperidad, dicha y bienestar para con nosotros y a nuestras amistades, pese a que, a lo mejor, en muchos, internamente exista una sensación de malestar y/o nerviosismo hacia amenazas futuras y pensamientos negativos (Ej.: que sea un año de crisis, de estanflación, o de recesión, mayor autoritarismo, desaceleración, deudas y desglobalización); sin embargo, no debemos olvidar que si realmente deseamos un buen futuro necesariamente debemos mejorar nuestro presente.
En consecuencia, si se desea ver días mejores, hablemos con la verdad, con valentía y asertividad. Hablemos vida, no muerte ni pesimismo como aquellos que viven angustiados, frustrados e inseguros, viendo o interpretando la realidad siempre en su peor aspecto. Enfoquémonos con ecuanimidad y equilibrio, en lo que edifica, en lo que construye, haciendo el bien, refrenando nuestra lengua del engaño y de hablar la mentira. No ocupar la mente en algo dañino ni esclavizado por el miedo, la ansiedad y el embuste, porque en vez de traer bien, se traerá el mal.
Las cosas que vemos son inevitablemente temporales, no pueden permanecer exactamente lo mismo e igual de forma perenne, pero para que eso resulte bueno o malo, dependerá de nosotros mismos. De allí, la importancia, de la claridad mental basada en la sinceridad, el sentido común y la serenidad (auténtica paz interior, que no es ausencia de tormentas y tampoco una fingida tranquilidad, apegada y sufrida en lo externo).
Todos somos diferentes (en dones, talentos, presencia física, etc., cada persona es única) pero son esas diferencias y el deseo honesto de mejorar (no de empeorar), lo que posibilita el progreso y el buen desarrollo.
La ética no frena el progreso, sino que lo acompaña, potencia y, además impulsa la innovación de forma constante.
La que frena el progreso es la pereza, la mediocridad, la corrupción desvergonzada, el engaño, la mentira, la intransigencia, la comodidad que frena la superación integral y la falta tanto de transparencia como de compromiso (siempre comparándonos, exigiendo y/o buscando que sea el otro quien se sacrifique, que se esfuerce más o que nos haga el milagrito), pues todas ellas traen consigo: abuso de poder, caos, inestabilidad, privilegios, corporativismo disoluto, pérdida de credibilidad en las instituciones públicas, competencia desleal, pobreza, inseguridad, incertidumbre, parálisis financiera, incremento de la delincuencia, falta de liquidez y de oportunidades, acompañado de otras desdichas más, que como vemos, no vienen de la casualidad, del azar, de la mala suerte o por el simple hecho de catalogarlo anticipadamente como un mal año sino proviene de la propia causalidad humana, fruto de la decisión intencionada y voluntaria.
La innovación con ética y el ver más allá de las circunstancias, a través de una mente renovada, produce beneficios.
En ese sentido y hablando alegóricamente, no debemos tener los lentes o las gafas empañadas o sucias (por la envidia, avaricia, soberbia, viviendo infelizmente comparándonos con los demás, autoestima basada en el consumo y la apariencia, movidos únicamente por celos, emociones, por los deseos insatisfechos, la ingratitud y las falsas expectativas); más por el contrario, mantengámoslo limpio (sin manchas), para que nos permita observar una perspectiva amplia y panorámica (ver las cosas por encima del sol), ayudándonos a caminar con optimismo objetivo, realista, prudente (sin miedos); y, desde la óptica cristiana, evaluando todo lo que sucede aquí en la Tierra a la luz de la eternidad, más allá de las simples apariencias finitas.