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El presidente Luis Arce no la está pasando bien estos días. Como ministro de Economía estaba acostumbrado durante más de una década a difundir siempre buenas noticias. Es más, se dio el lujo de inaugurar la etapa del doble aguinaldo, una manera de presumir internamente y de mostrarle al mundo lo bien que estaba Bolivia. Pero los vientos no siempre están a favor.
Era una época en la que el joven funcionario boliviano aparecía en el podio de los mejores ministros de finanzas en varias publicaciones internacionales, distinción que le permitió, entre otras cosas, construir un edificio propio y con todos los lujos para esa cartera de Estado. Entonces era el favorito del jefe, que no se cansaba de hablar del milagro boliviano, de las virtudes evidentes del modelo económico, social y productivo, que había conseguido enterrar a los neoliberales sin flores sobre la lápida.
Eran tiempos de crecimiento, estabilidad y reservas internacionales tan altas, que hasta alcanzaban para ayudar a los países amigos. Bolivia, a diferencia de Venezuela, por ejemplo, e incluso de Nicaragua y obviamente de Cuba, podía decir que era el único país “socialista” en el que la economía funcionaba bien y donde la gente no salía en masa por la región en busca de nuevas oportunidades.
Había, claro, gente que criticaba y que hasta se atrevía a pronosticar que la bonanza no era una cuestión de aciertos internos, sino de ventajas de la coyuntura externa. Pero hablar mal de la economía cuando Bolivia “era una fiesta”, parecía cosa de amargados y envidiosos. Además, los buenos indicadores se habían convertido en parte de la fórmula precisa para administrar al país la vacuna de una suerte de adormecimiento político, cuya cura recién se encontró en febrero de 2016.
Pero las cosas cambiaron. No es que se haya producido un derrumbe, claro, pero parece que para el gobierno ha llegado el momento de vivir de los buenos recuerdos y repetir aquello de que “todo tiempo pasado fue mejor”.
La plata casi se acaba, nadie ahorró para la temporada de vacas flacas y se hace necesario vivir con lo justo y hasta con menos. El problema es que la gente aumentó un par de agujeros a los cinturones y ahora tendrá que volver a las tallas más pequeñas. Y eso tiene también consecuencias políticas. No solo provoca molestia entre los vecinos, sino en la propia casa, donde la estrategia del “yo no fui, fuiste tú”, comienza a ser más determinante que las viejas consignas del “somos MAS” o el “ahora nos toca”.
Paradojas de la historia, justo cuando en otros países los viejos amigos o algunos nuevos, pero con las mismas ideas, vuelven al poder en medio del entusiasmo de sus votantes, en Bolivia el optimismo comienza a decaer y la incertidumbre cobra cada vez más víctimas en un escenario donde las viejas recetas ya no sirven para curar las nuevas enfermedades.
Curiosamente la economía es cuestión de expertos cuando todo va bien, pero a la primera señal negativa se convierte en una materia sobre la que todos opinan y no siempre con la necesaria prudencia. Eso obviamente complica más las cosas y hace que las soluciones racionales tropiecen con las emociones y uno que otro mito que dificulta las salidas.
Para el presidente que había intentado construir su mandato desde la gestión de la economía y establecer así una diferencia ventajosa con Evo Morales, las malas noticias en este ámbito pueden complicar su futuro político porque abren un flanco de debilidad para los detractores dentro y fuera de su partido.
Por primera vez, Luis Arce debe rendir un difícil examen de economía. Hay nuevas preguntas y el país necesita saber si el presidente tiene las respuestas.