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Con una letanía de enumeración burocrática, el presidente Arce festejó los dos años de su llegada al poder. Pero la realidad de su gestión es muy distinta al país de papel en el que cree vivir. La realidad es la de una guerra en dos frentes, uno inevitable y otro que sólo se explica por la intransigencia y la falta de visión de Estado.
La primera guerra es la que libra con Evo Morales, quien representa al “golpismo real”, la amenaza de desestabilizarlo para adelantar elecciones o, como mínimo, para hacer imposible su reelección en el 2025. Este es el conflicto que no se podía evitar, toda vez que Arce no iba a ser el Cámpora que Evo esperaba, un mayordomo que le guardara el sillón presidencial mientras convocaba nuevos comicios a corto plazo.
La otra es la que Arce ha buscado -o no ha sabido prevenir- con Santa Cruz. En esto ha pesado la tradición de utilizar al “enemigo cruceño” como unificador de las propias huestes, algo que incluso se aplicaba desde antes de la presidencia de Morales. En el contexto de las pugnas internas del MAS, se consideró equivocadamente que la lucha con Santa Cruz sería el gran aglutinador. La guerra abierta por las directivas camarales entre arcismo y evismo, salpicadas con fuertes denuncias de corrupción y encubrimiento al narcotráfico, demuestra que no resultó así.
La experiencia universal indica que librar una guerra en dos frentes es el camino más seguro a la derrota. Si Arce busca distensionar uno de ellos, tiene la opción de subordinarse a Evo, perdiendo su oportunidad histórica de ejercer el “maravilloso instrumento del poder”, o la alternativa mucho más fructífera de procurar un entendimiento de largo plazo con Santa Cruz, con una suerte de NEP que podría encaminar una recuperación real y sostenida, que ayude a capear las complejas variables macroeconómicas del país.
Nadie espera que Arce sea un Lenin Moreno, alguien que, como el ex presidente ecuatoriano, opere una ruptura radical con el pasado de su partido. Pero un aperturismo político y económico gradual debería ser posible, siempre que se tenga la visión de Estado que reclamábamos en el primer párrafo. Esto puede comenzar con pasos tan simples como acortar los plazos para el Censo o levantar todas las prohibiciones de exportación.
Es sabido que la tozudez en materia del cronograma censal está relacionada con la intención de no revisar la asignación de escaños en la Cámara de Diputados. Pero esto funciona en la lógica mezquina de “no necesitar los votos de Santa Cruz para ganar”, tesis que se ha estado manejando hasta ahora en el oficialismo. Este es el error fundamental, equiparable a otros equívocos estratégicos claves cometidos por el masismo, como cuando optó por el NO en el referéndum autonómico del 2006 o cuando promovió el prorroguismo inconstitucional de Evo Morales en el 2019.
Con la creciente fractura en el partido azul, la viabilidad política de Arce dependerá de la capacidad de retener la mayor parte de sus bases de occidente, incorporando al mismo tiempo una fracción significativa del voto del oriente, que sería inalcanzable con los actuales niveles de agresión al motor económico de Bolivia.