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Bolivia, no está condenada al fracaso, si así nosotros lo decidimos

Ciro Añez

Escritor

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Comúnmente se dice que el médico cura al enfermo, pero en realidad, no es exactamente así, la enfermedad se presenta siempre personalizada; si bien el médico puede indicar el camino, pero dicho camino sólo puede ser recorrido por quien está en tratamiento. El médico no puede recorrerlo por el paciente; por lo tanto, la curación está en manos del propio paciente si recorre debidamente el camino prescrito. La medicina reconoce que cada paciente es único.

Del mismo modo, cada uno de nosotros, cada boliviano somos únicos e irrepetibles, y ante un país colmado de confrontaciones, divididos, distraídos, manipulados y sometidos a cortinas de humo, a enfrentamientos sumado a la comisión de delitos comunes y de corrupción, entre otras dolencias más, debemos entender que está en nuestras manos el no caer en la retórica del fracaso y cumplir con nuestra misión constitucional de ser un Estado Constitucional y Convencional de Derecho.

Cuando casi todos creen lo mismo, ahí se construye una creencia de algo como cierto, pero antes amerita del discernimiento para no caer en el engaño o introducirse en un camino más largo y que sin principios éticos morales, se transforma en algo aún más pernicioso, inseguro y dañino.

Por ejemplo, es de bastante uso corriente, el creer que lo único que puede motivarnos en este mundo, es el dinero, asimilándolo inclusive como aquella energía que posibilita al ser humano, que se mueva por puro interés a ella; sin embargo, todo ese extremo, puede conllevar a la ambición codiciosa desvergonzada, que conduce a la senda oscura de las mafias de la corrupción, del narcotráfico, del contrabando, las estafas, el lavado de dinero, el cual, apalanca varios negocios formales de fachada, entre otros delitos más; todos ellos, motivados por la angurria al dinero exentos de valores morales sin importarles la competencia desleal. Y lo que es peor, cuando existen políticos y/o gobiernos catalogados como corruptos que en algunos países pasan a ser los guardaespaldas de las mafias con un sistema judicial en decadencia y politizado, mientras que en otras partes existen una casi total ausencia del Estado (Ej.: pueblos que viven sólo del contrabando), entre otras desgracias más, teniendo al resto de la población en la miseria, el sufrimiento, y al estar éstos, al medio del fuego cruzado, el alto precio son muchos civiles muertos, una execrable impunidad y una corrupción generalizada acrecentando la desconfianza extrema.

Al respecto, citar el reportaje del Diario español El País de fecha 30 de junio de este año, titulado: “Haití, cuando colapsa un Estado”, el cual informa que “en Puerto Príncipe hay una guerra, con sus frentes, sus grupos armados, sus civiles desplazados. Con sus mujeres y niñas violadas y con sus vecinos muertos por miles. La única diferencia es que esta guerra no ha sido declarada. No al menos de forma oficial. Y eso tiene unas desventajas enormes. La principal es que nadie está ayudando a los haitianos mientras su país se desangra” (…) “La raíz del problema está en la ausencia casi total del Estado (y) pese a la llegada de la democracia, la inestabilidad y la corrupción se enquistaron”.

Por lo expuesto anteriormente, queda claro que apostar sólo por el dinero resulta ser, con mucha frecuencia, la forma más cara de motivar a la gente; mientras que la educación de calidad y las normas morales no solo son más baratas, sino que a largo plazo son también las más efectivas.

Como vemos, todos los extremos son malos, por ejemplo, una sociedad fanática en el consumo, no amará apreciar los arcoíris porque son gratis (abundando seres humanos infantiles, que solo gastan o pierden su tiempo y dinero, consumiendo e imitando -repitiendo-, lo que los demás “hacen, ven o dicen” -para tener algún tema de conversación posterior cuando se reúnan o simplemente por estar a la moda-, sin pensar ni razonar, si eso que hacen o adquieren, realmente lo necesitan o no; o, si les ayudará a mejorar acorde a su propia realidad); y, a su vez, tampoco tiene sentido limitar los beneficios que alguien puede obtener por su trabajo, o limitar la iniciativa privada en la obtención de sus propios recursos, dado que generan empleos de calidad, son de utilidad, entre otras ganancias a favor de la gente.

Con todo ello, es menester una educación de calidad, donde deba existir una simbiosis sin adoctrinamientos tampoco fanatismos dogmáticos políticos ni religiosos sino profundamente académico, destinadas a una transformación en la escuela, las universidades con participación y relaciones de la familia pues pueden darse casos donde sea el enfoque familiar el que obstaculice la expansión creativa de sus progenies.

Con tantos dramas humanos que hemos pasado las familias bolivianas, entre ellas, desde la salud, la muerte y los gastos por cuenta propia en época de pandemia global sumado a las constantes y severas crisis políticos sociales además de la impunidad que venimos soportando frente a una serie de actos de corrupción, hacen que la mala política sea rechazada y comience a perder su poder de daño, y que la dignidad de los ciudadanos pueda más que la dádiva de una moneda nacional que frente a una paulatina inflación (in creciendo) vaya perdiendo cada vez mayor valor. Contamos con dicha capacidad de resiliencia.

En ese sentido, como sociedad boliviana debemos concentrar todas nuestras fuerzas y energías por construir lo nuevo y dejar de luchar contra lo viejo con sus supuestas rivalidades internas que solo buscan distracción, reality show para polarizar el voto entre ellos mismos (el pasado), mientras alientan que el pueblo boliviano permanezca siempre dividido, cuando resulta que la unión es la fuerza, tal como menciona el anverso de la inscripción de la moneda del boliviano

La lógica política, principalmente en tiempos de elecciones, se preocupa esencialmente por los votos para lograr alcanzar mayor control estatal. Es un mercado de pocos, por eso compiten entre ellos, y en esa su dinámica, casi siempre en los hechos se aleja de resolver los problemas de la gente.

Por lo tanto, es menester cambiar de chip mental, ser más pragmáticos, saber elegir a las autoridades, servidores públicos, no sólo por lo que ofrezcan o prometan a futuro sino por lo que demostraron ser en la práctica, durante todas sus gestiones, por cuanto ya tuvieron la oportunidad de estar en el ejercicio de la función pública y sabemos si reprobaron o no; por ende, debemos exigir al político más calidad de vida para los bolivianos, sin que invadan la propiedad privada, las libertades individuales, y que sepan preservar de forma óptima la salud, la vida y la tranquilidad de los bolivianos.

Para ello amerita una conciliación sin fanatismos dogmáticos, sin mentiras tampoco engaños, para alcanzar un nivel de conciencia más elevado que nos haría más fuertes como país, unidos con mayor producción, con marca país, posibilitando enfrentarnos a un futuro sin miedo e incertidumbres. Es mejor cooperar, que competir.

No basta tan sólo pretender tener sociedades cultas en el plano intelectual quedándonos pigmeos en lo emocional, es menester que la gente tenga la “alegría de vivir”, no vivir en aquella codiciosa ansiedad fabricando arrogantes y engreídos por el dinero que ostentan, o por absurdeces y banalidades (ilusiones del ego), siendo personas abusivas, entrometidas, fisgonas, burlonas, envanecidas, peligrosas y asesinas.

Aquellos que cuentan con grandes empresas y/o importantes emprendimientos activos (nos referimos de aquellos que no robaron, no heredaron y tampoco lavan dinero de corruptos, de narcos ni de contrabandistas) que tienen un buen crecimiento, lo son porque nosotros, los consumidores, así queremos que lo sean, porque ofrecen un producto que los demás adquirimos, es útil y necesario, por ende, se debe necesariamente garantizar la libre empresa (art. 308-II y art. 52 de la Constitución boliviana), pero con seguridad y certidumbre jurídica.

En vez de desgastarnos en peleas fratricidas, entre bolivianos, empecemos a sembrar. Si sembramos una semilla y cae en buen terreno, con el tiempo fructificará y se crearán niveles de conciencia más profundos. Respetando y cumpliendo los principios éticos morales (arts. 7 y 8 de la Constitución boliviana), las personas tienen que convertirse en lo que quieren ser, no en lo que los demás quieren que sea mediante manipulación familiar o mediante la fuerza bruta de la imposición.

Está en nuestras manos, el buscar una auténtica reconciliación entre todos los bolivianos basados en la integridad, la integralidad y el pragmatismo, dejando de una vez por todas, los fanatismos y radicalismos de la índole que fuese, así como también aquellas ínfulas de pretender apantallar a los demás aduciendo de que se es mejor que el otro (cuando en realidad, seremos distintos pero tampoco mejores), y peor aún si nos pasamos representando ante propios y extraños supuestos favores a otros, como gran cosa, cubriéndose bajo el manto de una falsa humildad, el cual es solo fruto de la bajeza del egocentrismo y de la egolatría. Debemos exigirnos nosotros mismos (cada uno de nosotros) “en integridad”, sin esperar más de los demás.

Si cada uno de nosotros, nos encontramos en este tiempo y lugar (Bolivia), es porque somos necesarios en este tiempo, por ende, debemos cumplir nuestro propósito de mejorar como persona y como país, sin manipular a los demás y tampoco dejándonos manipular, detestando la conducta cachafaz, la mentira y el engaño, desasiéndonos de la hipocresía social y del uso de caretas según la ocasión y el interés personal egoísta (pretendiendo sacar tajada de todo para sí mismo y/o para los suyos), por lo que amerita ostentar honestas intenciones (no una despreciable ruindad desvergonzada), todo ello, con el ánimo y fin de que Bolivia realmente no esté condenada al fracaso.

*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo


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