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La democracia no es tal sino no está fundada en una ética argumentativa que reconoce a cada sujeto como el libre portador de una opinión. Esto implica reconocer a priori que un individuo es un sujeto con razón y voluntad soberana sobre su cuerpo y mente. Por tanto, somos dueños de nuestras opiniones, por lo que podemos disponer de estas, cambiando incluso de opinión y nadie nos puede obligar a tener un determinado sentir o a guardar silencio. Este es el fundamento de la libertad de culto, de opinión y de expresión que sostiene a las democracias.
En base a lo anterior, la democracia se basa, al menos idealmente, en la persuasión y el convencimiento, no en la amenaza de la violencia o la coerción de quienes presumen tener la razón o la verdad. De lo contrario, lo que terminaría ocurriendo es la imposición violenta de las opiniones de mayorías circunstanciales o de minorías en extremo agresivas. En ese sentido, la democracia no debería ser asimilada con la lógica de masas que se produce tras la adhesión a un credo o un equipo deportivo.
Los asuntos políticos jamás pueden presumirse unánimes. Por tanto, nadie que se precie de defensor de la democracia debería validar a los encapuchados que vandalizan en las calles, ni a quienes se esconden en perfiles anónimos en redes sociales promoviendo la denostación y los insultos. Cualquiera sea el caso, estamos ante sujetos que actúan como hooligans, como barras bravas. Son cobardes actuando en patota, como las hienas.
«Si realmente se quiere proteger a la democracia, se debería defender la libertad de opinión, el pluralismo y sobre todo rechazar la cultura de la cancelación y la violencia en masa. Es decir, debería hacerse una defensa de la democracia en base a un debate abierto dentro de los marcos del respeto entre individuos».
Quien actúa de forma anónima en redes sociales lo hace de modo similar a quien actúa en grupo y encapuchado. Estamos ante cobardes que se muestran envalentonados y dispuestos a insultar y amenazar, simplemente porque están escondidos tras un perfil anónimo, una capucha o un grupo. Por eso, la relación entre redes sociales y transgresiones en masa no debería sorprendernos.
Las redes han exacerbado la cobardía de aquellos que sólo son valientes en grupo. Así se producen, por ejemplo, los llamados a ingresar de forma masiva a conciertos o partidos de fútbol sin tener entrada. También así se producen los llamados a saltar torniquetes y otra serie de incivilidades donde individuos escondidos entre la masa, llevan a cabo sus fechorías y bajezas.
En la actualidad, las democracias enfrentan una paradoja. Mientras se condena la manipulación informativa a través de las redes sociales, simultáneamente se azuzan transgresiones e incivilidades por parte de masas de sujetos, como saltarse el torniquete o las barricadas, como medios de acción legítimo. Por eso resulta incomprensible que quienes, directa o indirectamente, han validado la acción de masas de encapuchados, ahora hablen de los trolls de redes sociales como el mayor peligro para la democracia.
Si realmente se quiere proteger a la democracia, se debería defender la libertad de opinión, el pluralismo y sobre todo rechazar la cultura de la cancelación y la violencia en masa. Es decir, debería hacerse una defensa de la democracia en base a un debate abierto dentro de los marcos del respeto entre individuos. En otras palabras, debería defenderse una política democrática a cara descubierta.