Candidatos y panoramas
Hace un año, algunos políticos que se oponen al gobierno de Alberto Fernández creyeron que, ante su fracaso evidente, ya tenían ganadas las elecciones. Cantar victoria, antes de que se proclamen los resultados, suele ser una equivocación que conduce a la derrota. Otro error es suponer que gana el candidato que tiene un mejor programa. Es una idea de la que hablan políticos y analistas que, a veces, terminan apoyando a un candidato que defiende tesis que detestan, con tal de impedir el triunfo de otro que les cae mal.
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Equipos de varios partidos escribieron programas que se iban a fundir en uno que expresara las propuestas de la coalición. Creían que el triunfo estaba asegurado con un buen programa y el rechazo al Gobierno. No sé quién haya leído esos documentos.
Quienes estudian profesionalmente las campañas electorales, saben que esos son errores frecuentes que confunden a los políticos. Para ganar las elecciones no es tan importante redactar documentos que no lee nadie, sino transmitir un mensaje de cambio y optimismo que esté más allá de las palabras, a través de los medios que usan los electores actuales. Los Homo Sapiens llevamos 300 mil años en la Tierra y los líderes, de nuestras manadas, reinos, religiones y estados, se han comunicado con la gente con gestos, ritos y símbolos más que con palabras.
Cuando nos aproximamos a la segunda vuelta de las elecciones presidenciales argentinas, es interesante constatar que quienes hablaban de los programas se han olvidado del tema y están en el otro extremo: discuten solo la personalidad de los candidatos. Lo que les importa es si el uno está alterado mentalmente o si el otro es mentiroso. No les interesa lo que plantean sobre la economía o la sociedad.
Muchos electores votaron por Milei porque comunicaba que pretendía hacer un cambio radical. No los entusiasmaban propuestas porque las creían sensatas y austeras, sino exactamente por lo contrario: sentían que eran las que más cuestionaban al sistema, enojaban a los conservadores, fastidiaban a la “casta”. Indignaban a su abuelita. Mientras más llamativas y exóticas, las propuestas tenían más encanto. Eran los rugidos de un león que venía a dinamitar al sistema.
Milei es el tipo de candidato que suele tener éxito en un Occidente que se volvió líquido
Ese es el tipo de candidato que con frecuencia tiene éxito en un Occidente que perdió los viejos valores y se volvió líquido. Están en crisis la democracia representativa y las formas en que se organizaba el poder durante el siglo pasado. La mayor parte de los electores quiere un “cambio”, pero esa palabra no tiene un sentido unívoco, carece de contenido. Quienes votaron por Pedro Castillo en Perú o Gabriel Boric en Chile querían el cambio, pero no por eso iban a dinamitar el Banco Central, a dolarizar, o a derogar derechos de las mujeres, o promovían un ajuste económico que ordene la economía. Cuando pronunciaba la palabra “cambio”, cada entendía cualquier cosa.
En Irán la Revolución islámica instaló un cambio radical que contaba con el apoyo de casi toda la población. Pasó de ser una monarquía con valores occidentales, a una teocracia gobernada por obispos que matan a los disidentes, a los homosexuales y a las mujeres infieles. Actualmente es uno de los gobiernos más asesinos que existen, que alienta el terrorismo y pone en peligro la paz mundial. Cuando hicieron su Revolución oscurantista, estaban por el cambio, pero no era el mismo que impulsaban Castillo en Perú, Milei, Patricia Bullrich, o los mapuches en la Argentina. En realidad, la palabra “cambio” significa tantas cosas que no significa nada.
Bastantes de los que piden el voto por Milei, dicen que no están de acuerdo con sus propuestas, prefieren no hablar de ellas. No creen en la venta de órganos, la dolarización, la desaparición del Banco Central o del Conicet. Afirman que firmó un acuerdo para moderarse, que ya no es un león, sino un gatito despeinado. El voto negativo que promueven no quiere hacerse cargo de lo que ocurra con su presidencia. Se trata simplemente de sacar del poder a Massa y a Cristina, porque prefieren la incertidumbre a un malo conocido.
Por su parte, quienes piden el voto por Massa, centran sus ataques en la personalidad del libertario, más que en criticar a sus tesis. Dicen que está loco, que hace cosas que no son normales, que para el país sería un peligro un presidente con esas características sicológicas.
Con los resultados de la primera vuelta algunos tuvieron una sorpresa. Esperaban un triunfo más amplio de Milei y que Patricia Bullrich pasara a la segunda vuelta. En esta columna anticipamos que las innumerables equivocaciones de la campaña de Juntos por el Cambio la conducían a la derrota. Incluso, cuando sufrió la pérdida en el 2009 en la provincia de Buenos Aires, dijimos que el peronismo existe, tiene enormes recursos económicos, una estructura clientelar eficiente, que normalmente lo pone al frente de los procesos electorales. El resultado que se produjo era perfectamente posible.
Pero algunos líderes, se desconcertaron y el susto les condujo a actuar con precipitación y a cometer equivocaciones. Javier Milei fue a casa de Mauricio Macri para mantener una reunión secreta, de la que participaron también Patricia Bullrich y algunos dirigentes del PRO. Con eso se aseguró unos votos que ya tenía en el bolsillo para la segunda vuelta: los de los electores que simpatizan con Macri, que en su totalidad ven mal a Massa. Todos ellos lo iban a votar.
La forma en que se organizó la reunión estuvo reñida con las costumbres de una coalición democrática como ha sido Juntos por el Cambio. Irritó a todos los partidos de la coalición y a bastantes dirigentes del PRO, que no siendo incondicionales de Macri, eran los que necesitaba atraer Milei. Produjo también un desencanto en sus partidarios más vehementes, que se habían emocionado con su épica de león del cambio que gritaba “La Libertad Avanza Carajo”.
Hasta aquí, Sergio Massa ha tenido un éxito que sorprende, pero es un candidato que camina en el filo de la cornisa. Lo ayudaron las amenazas de ajuste de sus adversarios, que ofrecieron austeridad y tristeza, cosa que supo aprovechar hábilmente, pero vive los riesgos y contradicciones de su doble condición de candidato y ministro de Economía de un gobierno en problemas.
El futuro de la Argentina luce oscuro si no se produce un diálogo sin exclusiones
Para su candidatura, la escasez de nafta en el país fue un golpe, que tuvo casi tanta eficiencia como la propaganda que hizo comparando las tarifas del transporte público si ganaban las elecciones los distintos candidatos. Las piruetas de la jueza de Cristina Fernández que pretende volver a su puesto de camarista para declararla inocente, hicieron saltar las alarmas en muchos electores, temerosos de que se perpetúe la impunidad kirchnerista. El favoritismo del kirchnerismo con el gobierno de Irán y sus adláteres terroristas es inexplicable y sensible para un país que tiene una comunidad judía importante, que ha sufrido atentados criminales en su propio territorio nacional. El tema llevó a Cristina a los tribunales y afectó también a la campaña de Massa.
En una campaña tan reñida, el candidato tendrá problemas para ganar si no logra instalar que, si triunfa, su gobierno no será la simple continuidad del actual. Necesita atraer a electores que votaron a Bullrich, temen las propuestas de Milei, y ven mal tanto a Macri como a Cristina, que son los que definirán quién es el nuevo presidente argentino.
Los resultados son poco previsibles. Las segundas vueltas ponen la decisión acerca de quién será el nuevo presidente en manos de los electores cuyos candidatos fueron derrotados. Los grandes electores tienen que escoger entre dos opciones que no eran las que preferían, pero en pocos casos como éste, han tenido una actitud tan negativa frente a los dos candidatos que están en la recta final.
Los votantes de Patricia Bullrich y de Juan Schiaretti, que son la mayoría, son tradicionalmente antikirchneristas, y eso los aleja de Massa si les parece que puede permitir la continuidad del kirchnerismo en el poder. Pero tampoco se identifican con el cambio radical de Milei. La bandera del libertario fue combatir a la “casta”, les dijo desde viejos meados, hasta terroristas que ponían bombas en jardines de infantes. Sus propuestas y las de sus allegados, aunque no son lo determinante, chocan con lo que siente la mayoría de los votantes de ese perfil, desde la disolución del Conicet, la libre tenencia de armas, la venta de órganos, la privatización de la educación, la dolarización, o la ruptura de relaciones con el Vaticano.
El respaldo de Bullrich y Macri a Milei, no tuvo la aceptación mayoritaria en Juntos por el Cambio. Solo la respaldó un sector del PRO, que ni siquiera se pronunció como partido. Los gobernadores de Juntos por el Cambio, la mayoría de los cuales es radical, se declararon neutrales entre los dos finalistas, al igual que cincuenta y nueve diputados de la coalición. Apoyaron a Milei solo treinta y cinco diputados. Esto no significa que los otros estén con Massa, sino que se sienten incómodos con ambas candidaturas.
Pero el país sigue dividido en dos partes casi iguales. Cualquiera que gane la presidencia, se encontrará con un Congreso conflictivo. En el Senado, Unión por la Patria tendrá la primera minoría con treinta y dos bancas, Juntos por el Cambio se quedará con veintiuna y La Libertad Avanza con ocho. En la Cámara de Diputados, Unión por la Patria tendrá la primera minoría con ciento ocho bancas, seguido por Juntos por el Cambio con noventa y cuatro y La Libertad Avanza treinta y ocho. Ningún bloque contará con quórum propio y las tres principales fuerzas están obligadas a negociar entre sí.
El bloque de legisladores de Juntos por el Cambio, que en ningún caso será gobierno, está conformado por cuarenta y uno del PRO, veinticinco de la Unión Cívica Radical, diez de Evolución Radical, seis de Unión Cívica, dos de Encuentro Federal, dos de Republicanos Unidos y siete que formarán sus propios monobloques.
Con el ambiente caníbal, propio de la política de la región, el futuro de la Argentina luce oscuro si no se llega a una nueva etapa, en la que se produzca un diálogo sin exclusiones.