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¿Carnaval o guerra de baja intensidad?

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Cuando usted -ojalá- lea este mi ejercicio de libertad de pensamiento y opinión en pleno apogeo del Carnaval o inmediatamente después, me temo que en medio o luego de tal jolgorio, no podrá evitar contabilizar también el acostumbrado balance de muertos, heridos, violencia y esa cadena de hechos luctuosos que cada año acontece (46 muertos el año pasado, sin contar otras víctimas), efecto del desenfreno y, especialmente del consumo de alcohol, convertido en el principal percutor de esas tragedias. Sensiblemente, será el tiempo de los arrepentimientos, luto y dolor para muchas familias bolivianas. ¿Vale la pena?

Y es que sin pretender dármelas de criminólogo o algo parecido -se lo dejo a algún Senador que tuvo el tupé de establecer alguna curiosa relación entre el índice de asaltos a mano armada y la salud de la economía nacional- resulta que el sentido común por lo menos, aconseja reparar en la deplorable incidencia que el consumo desenfrenado del alcohol genera en la sociedad boliviana, cuyo uno de sus peores resultados se expresa en la multiplicación de la violencia, delincuencia, pobreza, marginalidad y otros daños que causa directa e indirectamente en las personas y familias que, frecuentemente por unos momentos de supuesto placer, gusto, diversión o tradición, les marcan negativamente su existencia.

Así el estado del desastre, tal parecería que una de las peores taras que caracterizan la vida del boliviano promedio, consiste en que estúpidamente hace depender su “diversión” del consumo de una droga o substancia no prohibida e incluso ampliamente tolerada, como es alcohol; pues no existe festividad religiosa, deportiva, cultural o de cualquier otra índole en la que ese nocivo ingrediente esté presente como el invitado infaltable, con esos resultados funestos. Incluso en ciertos círculos, esos acontecimientos son simplemente un burdo pretexto, para beber hasta perder el conocimiento, auto flagelándose pues cualquier persona mínimamente instruida o siquiera leída, sabe de su lesividad para el cuerpo humano y, peor a su entorno familiar y social. Algunos, hacen de tontos útiles, acudiendo a las tradiciones. Si así fuera: ¿Será razonable mantener una tradición a ese costo dañino?

A juzgar por los preparativos que los organismos de control e investigación (Policía, Fiscalía, etc) hacen como parte de sus funciones cuando se avecinan estos acontecimientos como el carnaval y sus resultados emergentes; estamos pues ante una guerra de baja intensidad cuyos resultados se traducen en la multiplicación de la delincuencia, violencia y pobreza. Un taxista me decía -no el Senador aquel- cómo se explica la crisis económica cuando ves ese gasto insulso en ingentes cantidades de trago, etc. ¿O será que se malgasta en esos afanes, sacrificando otros gastos e inversiones más inteligentes y benignas?

No es que sostenga que todo el movimiento carnavalero sea malo en si mismo. En absoluto, por ejemplo, el movimiento económico y el despliegue cultural que genera la obra maestra del Carnaval de Oruro o el Corso de Corsos en la llajtha, son por demás plausibles, vendibles y explotables y, por tanto, saludables; pero esos benignos efectos quedan completamente deslucidos por el consumo del alcohol que termina dominando esas actividades. Existen sí, por ejemplo aquí en la Capital, saludables ejemplos de evitar ese vicio, como la mascarada y la entrada del carnaval de antaño, pero lo que viene después como los compadres, comadres y el carnaval grande, queda definitivamente bastardeado por el consumo masivo de alcohol y, sus nocivos efectos personales y sociales.

Defiendo el derecho que todos los seres humanos tenemos al libre desarrollo de la personalidad, lo que implicaría que cada cual pueda tomar las decisiones que hacen a su persona, mientras no cause daños; pues ese Derecho encuentra límites cuando afecta los de sus semejantes siguiendo la clásica idea del disfrute o ejercicio de Derechos. Entonces, es razonable a la vista de tan evidentes efectos lesivos o dañinos para el propio individuo, su familia y la sociedad, hacer algo efectivo al respecto más allá de ilusas prohibiciones que no se cumplen, fomentan el mercado negro y la fuerza pública no tiene capacidad para hacerlas cumplir.

El consumo del alcohol y sus nocivos efectos se ha convertido en un grave problema público en Bolivia que no puede seguir siendo ignorado por todos so pretexto de tradiciones. Y no es cuestión de gustos, pareceres o tradiciones, sino de tratar de generar mayores daños personales y colectivos, como deporte nacional que se repite sistemáticamente. Muy diferente de aquello de HAYEK, cuando escribió: “Un hombre libre debe saber tolerar que sus semejantes se comporten y vivan de un modo distinto de lo que él considera apropiado y debe abandonar la costumbre de llamar a la Policía tan pronto como algo que no le gusta”.

*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo


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