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Las ciudades son fascinantes porque son sitios que concentran toda clase de bienes y servicios. Son puntos en la geografía y en los imaginarios donde vemos emerger nuevas ideas, inventos y tendencias. No es poca cosa ver cómo una ciudad entra y sale de períodos de prosperidad y crisis a lo largo del tiempo; más aún cuando sus habitantes dan respuestas novedosas a los problemas que aquejan a cada generación que en ellas habita.
Tomemos como ejemplo, el caso de Santa Cruz de la Sierra. Ciudad añeja, sí. Pero ciudad que es relativamente joven desde su estructura poblacional y desde su espacio construido. El grueso de la infraestructura urbana cruceña comenzó a instalarse solo a mediados de 1960, a partir de un plan urbano maestro concebido en 1958—el famoso Plan Techint. El mismo fue diseñado según los cánones de las ciudades jardín que volvían a ponerse en boga a mediados del siglo pasado (habían sido originalmente concebidas en el siglo XIX), bajo preceptos que valorizaban el suburbio, el automóvil y las áreas verdes.
Santa Cruz tuvo a partir de ese momento un tipo de urbanismo capaz de dar solución a más de un siglo de demandas y lucha por lo básico: agua, luz, vivienda y pavimento. Con ello, los cruceños verán hecho realidad su longevo clamor por dignidad, constatando cómo la vida cotidiana cambiaría para bien—y para siempre—consagrándose definitivamente como una sociedad urbana. Lo que siguió inmediatamente después fue la explosión demográfica que estamos ya tan acostumbrados a referenciar.
Es necesario recordar que la modernización urbana cruceña no se produjo sin contradicciones hacia dentro de la ciudad capital en sí misma. En la medida en que nuevos barrios se fueron creando, la ciudad reacomodaría población. Y en el proceso, los flujos entre barrios existentes y emergentes configurarán formas de vivir la ciudad. Por eso, no es lo mismo el urbanismo producido a partir de una vivienda aislada con antejardín (tipo chalet), a una casona tradicional pre-Techint dentro del centro, con el patio en el medio. Tampoco es lo mismo vivir en una casa consolidada vía la Reforma Urbana, que dentro de un condominio cerrado, o un edificio en altura. Cada una de estas tipologías de vivienda afecta cómo se entiende lo público y lo privado, creando para la ciudad y su historia, formas de urbanismo que dejan su huella en el plano físico.
En este eterno vaivén entre los tiempos de nuestra ciudad, las infraestructuras a nuestro alrededor (sean éstas públicas y/o privadas) pueden entrar en desuso. Cada infraestructura, cada espacio construido, está asociada a un esfuerzo no solo humano sino económico, condicionado por políticas urbanas que reproducen valores, ideas y adhesiones. A veces, estas políticas generan impactos positivos para la generalidad de una ciudad, a veces sólo para algunas zonas.
Cuando surge la necesidad de regenerar el espacio inmediato, surge también, el desafío de hacerlo expandiendo los campos de acción democrática, y con ello el potencial de elevar la calidad de resultados obtenidos. Tomemos como caso, los problemas que hoy aquejan al centro de la ciudad, sujeto a normativas que limitan el tipo de urbanismo producido allí. Ser el espacio construido más antiguo de la ciudad hace que el centro sea una zona especial, con mucha historia. Sus calles enlosetadas, sus galerías con horcones robustos y sus viviendas tradicionales cuentan la historia del cambio vivido en Santa Cruz, su evolución como sociedad urbana. Recordemos que, en el pasado, el centro subvencionó el desarrollo de otrora nuevos barrios. Hoy este espacio está perdiendo dinamismo. Esto se comprueba por el éxodo de negocios y habitantes que año a año, se mudan debido a facilidades y beneficios presentes en otras zonas de la ciudad, pero ausentes en el centro. El desuso de bienes inmuebles también es evidente. De día, las vías públicas se dedican predominantemente a ser corredores de transporte público o a cobijar comercio precario, carente en la mayoría de los casos, de conexión con la dinámica vecinal del centro. De noche, cuadra tras cuadra, la poca iluminación de las galerías parece indicar que las viviendas están vacías, aumentando la percepción de inseguridad. Es decir, el centro no es más aquel imán al que debíamos acudir obligatoriamente para realizar actividades cotidianas, donde podíamos también detenernos para conversar, visitar a un familiar, tomarnos un café o cenar, complementando nuestra rutina con alguna otra actividad de ocio.
Se podría suponer, que, replicando facilidades y beneficios en el centro, presentes en otros barrios (constructivos, movilidad, parqueo) acabaríamos con los problemas que lo aquejan. Pero no es así de simple. Un espacio cargado de historia, con necesidades inmediatas y futuras, precisa de un tratamiento especial, integrando la gestión del patrimonio con proyectos de mayor envergadura. El patrimonio existente necesita ser conservado, protegido y gestionado, sí, pero lo que debe primar es el incentivo a nuevas dinámicas urbanas que le devuelvan vigor. ¿Esto que significa? Que ni la preservación arquitectónica patrimonial ni las intervenciones de urbanismo táctico serán medidas suficientes. Intervenciones puntuales, tanto a viviendas como al espacio público no solucionarán problemas que tienen que ver con la creación de una visión general sobre el destino que queremos darle al centro desde una ciudadanía activa (usuarios, beneficiarios, vecinos, patrocinadores, filántropos, etc.). En la medida en que estos actores estén alineados en torno a una visión conjunta (y mejor aún si apuestan por gobernanza), deberán procurar oportunidades para relocalizar empleo allí y mejorar las condiciones actuales del mismo (formalidad vs informalidad), generando nuevos usos para el espacio construido, con nuevas formas de producir y reproducir urbanismo. Es decir, deberán velar por la inyección oportuna de capitales y recursos. Por ello, el tipo de políticas de activación a ser promovido debe contar con estrategias tanto de revigorización económica como de preservación cultural que considere puntos de entrada de estos actores clave a este espacio.
Las iniciativas de regeneración urbana más exitosas en el mundo dan cuenta de cómo llevar a cabo proyectos de este tipo. La primera lección tiene que ver con la capacidad de gestionar procesos de consulta capaces de organizar a los múltiples actores directamente involucrados en la zona de impacto a intervenir. Estos procesos deben sistematizar la ideación y la ejecución de iniciativas, siendo responsables de: 1) identificar actores clave, 2) asegurar su participación continua, cultivando relaciones de confianza y 3) interpretar la sumatoria de criterios bajo una propuesta matriz. En la medida en que esos procesos articulen participación ciudadana, y mejor aún si se formaliza gobernanza, las ideas propuestas no solo serán mejores, sino fluirán y se ejecutarán con mayor facilidad. Estarán en línea con las necesidades identificadas por quienes más cerca están de los problemas.
Una segunda clave para garantizar el éxito de los procesos de regeneración urbana tiene que ver con la capacidad de incidir en las políticas públicas vigentes. Las ideas que surgen de estos procesos abiertos—procesos que suelen emerger desde la sociedad civil o desde el sector privado—suelen chocar con limitaciones o vacíos legales. Esto se debe a que el sector privado avanza más rápido que el sector público. Por ello, es necesario considerar la probabilidad de que existirán vacíos en la legislación local a subsanar y que la sociedad civil puede proponer nuevas herramientas de gestión urbana. A la sociedad civil activa le toca identificarlas, diseñar propuestas y luego luchar por convertirlas en nuevos instrumentos formales de gestión.
Como tercera clave, la sostenibilidad de los procesos es de vital importancia, ya que garantizará que su impacto se prolongue en el tiempo. ¿Qué implica esto? Implica pensar en la creación de mecanismos que administren la ejecución de obras, programas, proyectos, o actividades, y que midan su impacto, contándonos estas historias. Los procesos más exitosos de regeneración no han sido tímidos al crear organizaciones vía alianzas público-privadas para tales fines. Entre sus funciones básicas, se incluye la capacidad de recaudación de fondos (públicos y privados), autonomía en la gestión de obras de mantenimiento, de diseño y de ejecución de programas de activación que impulsen desarrollo. Además, invierten en la narrativa de regeneración, amplificando su trabajo, su mensaje, y su visión de futuro. Desde el sector privado, se puede establecer puentes con el sector público para subsanar las debilidades crónicas presentes y elevar competencias o capacidades mediante una transferencia de conocimiento y mejores prácticas. Asimismo, las alianzas público-privadas pueden garantizar que los públicos clave usen, disfruten e interactúen con el espacio público de forma más efectiva y eficiente.
Santa Cruz de la Sierra y su centro pueden convertirse en el escenario desde donde se propulse un nuevo paradigma urbano, escribiendo el siguiente capítulo en la historia de la ciudad. En la medida en que nuestra ciudadanía activa, protagonista de tantos procesos creativos y de inventiva institucional vuelvan a apasionarse por su historia, encontrarán sus propias motivaciones para volver a apostar por proyectos como la regeneración urbana del centro. Cuando eso suceda, las posibilidades se volverán infinitas. Y con ello, seremos testigos de cómo lo que hoy nos parece imposible, se convierta en algo real, un cambio tangible. Veremos cómo una vez más, al arrancarle poder al modelo estatal depredador, seremos capaces de crear nuestros propios marcos de acción e intervención. Finalmente comprobaremos que devolverle vitalidad al centro—considerando todos los matices aquí señalados—se volverá un imperativo.