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Deberían estar trabajando 24 horas, con reflectores durante la noche, siete días a la semana, aprovechando que no ha vuelto a llover copiosamente en La Paz. En las noticias sobre desastres naturales en otros países, vemos centenares de obreros y maquinaria trabajando sin descanso y con capacidad de resolver problemas en pocos días. Aquí los responsables de la Alcaldía cruzan los dedos (hasta los de los pies) para que no llueva…
Las cicatrices de las lluvias del 25 de enero, del 14 de febrero y de la madrugada del 9 de marzo están todavía frescas, pero la suerte acompaña a la ciudad porque no ha vuelto a llover torrencialmente desde el 20 de marzo cuando en apenas 20 minutos el río Huayñajawira colapsó la calle 8 de Calacoto y al unirse con el Choqueyapu terminó de destruir la plataforma de Gramadal y el parque Bartolina Sisa, en Aranjuez. Apenas ha lloviznado un poco desde entonces, sin embargo, no vemos movimiento de maquinaria y de trabajadores en la proporción que sería necesaria para impedir que otra crecida del río La Paz vuelva a erosionar el único camino que comunica con Mallasa y Río Abajo.
Con nostalgia (ya que solía trotar allí los fines de semana) fui a ver el camino peatonal de la avenida Hernán Siles Zuazo, que ha desaparecido completamente por la violencia con que llegó el agua de cinco ríos que confluyen frente al parque de Las Cholas. A lo largo del trayecto, hay ahora un alto promontorio de piedra suelta para proteger la plataforma asfáltica. La enorme cabeza monolítica del mariscal de Zepita (obra de Ted Carrasco) apenas sobresale entre el cascajo y la arena. No soy ingeniero, pero me pregunto si otra lluvia torrencial no se llevaría esas toneladas de piedra suelta arrumada a ambos lados, poniendo en riesgo los puentes que están más abajo en el curso del rio: el de Aranjuez y el de Lipari. ¿No sería más lógico y práctico armar gaviones? El cascajo puede mantener el cauce del río cuando no hay mucha agua, pero otra crecida de dos metros podría retrocedernos a la situación de mediados de marzo.
Mi impresión es que la alcaldía ni tiene plena conciencia de la emergencia ni voluntad política. Está parchando aquí y allá, como hizo sin mucho éxito en la calle 17 de Obrajes, pero no enfrenta el problema con obras de mayor magnitud (las “super obras” son tan ridículas como los arreglos cosméticos de la plaza Abaroa). ¿Están esperando que vuelva a producirse una desgracia? Parecería que sí, porque las calles y avenidas siguen saturadas de material de arrastre, arena, arbustos y piedras que obviamente taponean las bocas de tormenta, tragantes y rejas de los desagües. En Achumani, tres semanas después de desbordarse el río Huayllani, siguen colmadas las calles con escombros. La maleza crece por todas partes y EmaVerde parece que no existe. Si no limpian la ciudad aprovechando los días secos, no será ninguna sorpresa que vuelva a suceder lo peor si cae otra fuerte lluvia.
En mi recorrido por Aranjuez vi 5 palas mecánicas y tractores en el rio, pero más de veinte máquinas estacionadas en corralones de la Alcaldía. ¿Serán tractores que ya no sirven? Podría ser, pues este es un país donde se guardan sin límite de tiempo cosas que no sirven y que solamente ocupan espacio, pues ni las mantienen adecuadamente, ni las reparan, ni las venden como chatarra. Son la imagen y semejanza de la burocracia, siempre allí, pero inservible.
Hice el trayecto de regreso por el “sendero del Águila”, desde cuya altura se puede apreciar la porción del barrio Amor de Dios y de la avenida Hernán Siles Zuazo que ha sido arrasada. El sendero está también afectado por derrumbes, no es un paseo para recomendar a nadie. En cualquier momento se pueden desprender rocas que ruedan hasta el mismo barrio Amor de Dios, donde ya ha habido que lamentar desgracias en el pasado. ¿A quién se le ocurrió lotear esa zona y permitir que se construyan viviendas? Entre los derrumbes y el río que amenaza con comerse la plataforma, hay apenas unos metros de inseguridad e inestabilidad.
Es típico de esta ciudad que construyan donde menos conviene. Los aires de río deberían ser terrenos municipales libres de construcciones, según la Ley 482 que establece una franja de seguridad de 25 metros. Para más prueba de la corrupción, muy cerca, junto al puente Amor de Dios, están dos torres inacabadas de Las Loritas, construidas en el peor lugar que se pueda imaginar. Por el momento las obras están detenidas (es un decir, pues han seguido levantando tabiques de ladrillo), porque carecen de autorizaciones municipales, pero deberían implosionarlas de una vez, demolerlas por completo antes de que concejales y funcionarios corruptos (Sogliano, Chain y otros bribones) otorguen permisos para continuar construyendo, como sucede con tantos edificios ilegales en La Paz. La ciudad entera está plagada de edificaciones fuera de norma. Cada una de ellas es un testimonio de la corrupción imperante.
Al alcalde Arias le ha tocado bailar con la más fea (tanto que le gusta bailar). Sus predecesores tienen también parte de responsabilidad, pero ello no lo exime de la propia. Perdió todos los meses de la época seca en estupideces, incapaz de plantear obras de infraestructura con visión de largo plazo. Revilla hizo diques de concreto en el rio Irpavi, y avanzó lo más que pudo en la canalización y el doble embovedado del rio Choqueyapu que permitirá unir mediante un nuevo camino la avenida del Poeta con la Costanera y Kantutani a la altura del ingreso a Obrajes. Arias no hizo ni un metro más, pero volvió a inaugurar con bombo y platillo la obra como si fuera suya. En México llaman “chuchuka”, a quienes se apropian de la obra de otros, en referencia a un ave que hace enorme alharaca cuando se sienta sobre huevos que no ha puesto.
Deberían estar prohibidas las inauguraciones de obras que no están terminadas. Basta ya de “primera piedra” y otras sandeces. El mejor alcalde será el que haga obras sin poner su foto en anuncios espectaculares (como hacía Evo Morales como si la plata saliera de su bolsillo). El mejor alcalde será el que entregue obras sin alharaca, sin discursos demagógicos y sin pretensiones de participar en alguna contienda electoral.