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Las elecciones internas en los partidos políticos fueron suspendidas en el Congreso a efectos de garantizar la elección de miembros del Poder Judicial. Por mi parte creo que es un exceso de ingenuidad pensar que ese órgano dejará de ser un apéndice del Poder Ejecutivo y que las listas que nos harán votar sean imparciales y probas; la mañosa historia del MAS nos ha dado pruebas suficientes para dudar de cualquiera acción que los afecte, sobre todo considerando que, si el régimen no ha colapsado todavía es gracias al ejército de sicarios que integran el Poder Judicial en todos sus niveles, de manera que lo más probable sea que la postergación indefinida de la elección de los líderes al interior de los partidos reconocidos y legales termine como un acto fallido.
Personalmente creo que suspender las elecciones internas pone al descubierto los resabios de estructuras políticas propias del siglo XX, organizaciones políticas que para nuestros días resultan obsoletas y en vías de extinción; razones para creer esto sobran, bastaría con remarcar que si la democracia boliviana está en crisis (tanto como en casi todos los países de occidente) es porque los mecanismos de representación y participación ciudadana que antes se afincaban en los partidos dejó de ser el mejor mecanismo por el que la sociedad civil sentía su presencia en el Estado.
Si los partidos alcanzaron el grado de rechazo y si las ideologías que los acompañaban gozan hoy de tan mala reputación, es precisamente porque la verticalidad de las organizaciones políticas, se transformó en una coraza de acero a favor de oligarquías partidarias que la jerga nacional dio en llamar “roscas” y en el mejor de los casos “grupos palaciegos”, denominación que hace referencia a esos cordones de burócratas que rodean a los líderes y les hacen cometer todos los errores habidos y por haber.
Postergar las elecciones internas supone negarle a la sociedad civil el derecho de participar de la política de forma efectiva (aun en el caso de que estas elecciones no fueran abiertas) ahora no tendremos ninguna posibilidad de influir en la reconstrucción de los procesos de participación y representación ciudadana, de manera que, después de la postergación pactada entre oposición y masismo, nuevamente el ciudadano de a pie no tiene un espacio político en el que su presencia alcance las esferas de decisión e influya en políticas públicas. Sus expectativas y necesidades quedarán una vez más en la espantosa orfandad, con lo que, nuevamente los partidos se alejan tanto del ciudadano que a nadie se le ocurre hoy que podrían modificar el actual estado de cosas más allá de lo que aspiran sus minúsculas militancias.
Los partidos actuales no han captado la magnitud de los cambios que acompañan el poscapitalismo global. No han logrado percibir el cambio de siglo como una transformación epocal que trastocó todos los mecanismos y las instancias del Poder que desde el siglo XVIII hasta finales del XX fueron tan útiles y productivas en bien de la democracia, el desarrollo y la civilización occidental. Todo indica que están trabados en las formas del pasado y se mueven bajo los paradigmas de ese tiempo, aferrados a la idea del “aparato” político, del “líder” o del “caudillo” atornillado en la cúpula junto a un sequito de “asesores”.
Los tiempos han cambiado. Hoy quien define el curso de la historia son los ciudadanos de a pie y quienes exigen reconstruir los dispositivos de participación ciudadana y democrática son ellos, por eso, si los partidos o cualquier otra organización política quiere de verdad incidir en el curso de la historia, no tiene más remedio que ciudadanizarse, y eso pasa por iniciar un proceso de reconstitución a través de las elecciones internas abiertas a la ciudadanía. Ojalá que las fuerzas políticas emergentes nos den esa oportunidad que, además, supone el ejercicio de un Poder Ciudadano capaz de movilizar la sociedad en el horizonte del siglo XXI.