Clacso, agenda política y propaganda académica
En la red de instituciones de ciencias sociales más grande de América molestan los errores de imperfectos gobiernos de centroderecha, pero se enmudece ante los horrores de los regímenes autoritarios.
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Por Armando Chaguaceda1
En 1991, cuando el socialismo realmente existente colapsaba (en doble condición de bloque geopolítico y modelo), la Asociación Latinoamericana de Sociología realizó su Congreso en una Cuba desconectada de los aires de la perestroika. Centroamérica iniciaba entonces con el fin de las guerras civiles y la celebración de procesos electorales, sus esperanzadoras transiciones. Una década después, en 2003, el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (Clacso) organizó su conferencia anual en una Habana testigo de la ola represiva de la llamada Primavera Negra. Sin embargo, entre ambos momentos, la democracia parecía extenderse por toda la región.
Desde entonces, Clacso se ha convertido en la mayor entidad de centros de investigación de ciencias sociales de América Latina.
Autoritarismos consolidados
A inicios del siglo XXI no existía otro régimen autocrático en América Latina. Hugo Chávez llegó al poder como un presidente electo y Venezuela estaba en el tránsito de una democracia frágil a un autoritarismo competitivo. Hoy, además del cubano, existen dos regímenes clasificados como autoritarios según cualquier criterio de la teoría y ciencia política: Nicaragua y Venezuela.
En Nicaragua han sido cerrados centros de investigación progresistas que desarrollaban agendas de cuidado a poblaciones vulnerables, ambientalistas, feministas, indigenistas. En Venezuela, las universidades públicas han sido reducidas a la indigencia material y financiera, mientras las privadas han recibido presiones del poder.
Por otro lado, la región sigue amenazada por el avance autoritario. Desde la derecha, los casos como El Salvador y Guatemala viven acelerados procesos de degradación democrática que los llevan al umbral autoritario. Esto encuentra eco en candidatos como el argentino Javier Milei, entre otros, quienes apuntan la retórica antisistema a nuevos (y peligrosos) niveles. Sin embargo, hasta la fecha, las únicas autocracias plenas pertenecen a la familia de izquierda radical.
Dobles estándares
La degradación autocrática ha ocurrido mientras una entidad como Clacso, surgida para defender a académicos exiliados por dictaduras (en aquel momento de derechas), y que formalmente se estructura para potenciar el desarrollo de las ciencias sociales en América Latina, condona o calla frente a las dictaduras revolucionarias. Hay además un sesgo evidente. Se emiten frecuentes pronunciamientos para denunciar, como corresponde, violaciones a los derechos humanos en países latinoamericanos, siempre y cuando se trate, en su inmensa mayoría, de gobiernos de derecha.
En Clacso molestan los errores de imperfectos de gobiernos de centroderecha, pero se enmudece ante los horrores de los regímenes autoritarios. Se protesta cuando ha habido problemas con la libertad académica o la situación política bajo los gobiernos de Iván Duque en Colombia o Sebastián Piñera en Chile, pero se ignora lo que pasa bajo los regímenes de Cuba y Venezuela.
Este silencio, sostenido durante al menos cuatro administraciones de Clacso, no solo condena a la sociedad y a la academia de esos países a ser víctimas de la insolidaridad de sus pares regionales. También afecta a la propia academia latinoamericana. Establece un sesgo en el cual la institución que a través de su directiva debe cobijar una pluralidad de enfoques, objetos y sujetos de investigación, establece una alianza con regímenes que reprimen y proscriben, en nombre del «socialismo», la libertad académica consagrada global y regionalmente.
Tolerancia sin reciprocidad
Semejante tolerancia, sin embargo, no es correspondida. La academia crítica que permanece en Cuba, Nicaragua o Venezuela, así como los intelectuales exiliados de esos países, no recibe la atención requerida dentro de la agenda oficial del Consejo de Clacso. Mientras esto ocurre, los académicos legitimadores del autoritarismo pueden participar a través de las estructuras y convocatorias oficiales. Maquillan poder popular, justicia social y desarrollo sostenible al hablar de casos que en realidad combinan régimen autoritario con capitalismo de Estado.
La libertad académica hace posible que puedan expresarse incluso autores e investigadores de sociedades democráticas que, al apoyar al castrismo, chavismo y orteguismo, promueven narrativas autoritarias, como de hecho sucede por ejemplo en Argentina, México, Brasil y Colombia. Lo ideal sería aprovechar esas participaciones para confrontar, argumentalmente y sin violencia, con las narrativas filotiránicas, sin excluir del debate al otro (etiquetado como de centroderecha o conservador) como sucede en foros y publicaciones auspiciados por Clacso.
Los defensores de la complicidad académica con estas dictaduras pueden alegar, pretendiendo realismo, que en el mundo existen muchos regímenes autoritarios en los cuales se realiza producción científica. Sin embargo, no es lo mismo establecer relaciones con los biotecnólogos o astrónomos de una autocracia, por cuanto se trata de una actividad científica cuyo método y objeto no dependen directamente de los contextos y contenidos políticos, como hacerlo en el campo de las ciencias sociales. Un régimen autoritario puede proveer condiciones para potenciar las ciencias naturales o exactas y sus desarrolladores también pueden ser víctimas del control político. No obstante, el objeto de su investigación no está directamente atravesado por los fenómenos de censura a libertad académica, como sí pasa en las ciencias sociales.
Pensamiento científico vs. propaganda política
Cuando hablamos de convenios entre las academias de ciencias sociales de Cuba y sus pares de Rusia, China, Corea del Norte e Irán, encontramos que estas son, en sí mismas, extensiones de Estados autoritarios. En el caso de la relación de la directiva de Clacso con la academia oficial cubana y sus silencios ante la situación en Venezuela o Nicaragua, la contradicción es doble.
Por un lado, la naturaleza divergente de las partes (en Latinoamérica se trata de ciencias sociales que deben producir una reflexión rigurosa y sistemática sobre el orden social y político). Por otro, la contraposición entre pensamiento científico y propaganda política. No son equivalentes la relación pragmática que se establece entre los académicos oficiales de regímenes autoritarios con una academia afincada en países donde, formalmente, la libertad rige como principio ordenador del saber científico.
Latinoamérica ha visto proliferar espacios académicos sesgados ideológicamente, donde son políticamente controlados e incumplidos los principios de libertad académica. Por la nueva derecha radical, se han hecho virales discursos antiintelectuales de medios, liderazgos y movimientos antiliberales, críticos de las minorías y los derechos humanos. Desde la izquierda, la academia sigue reproduciendo narrativas que idealizan y legitiman las dictaduras. En esta última dirección, Clacso, la red de instituciones de ciencias sociales más grande del continente, es eco de la negación del pluralismo y da cabida a discursos que reproducen la propaganda política con disfraz académico.
1Doctor en historia y estudios regionales. Investigador de Gobierno y Análisis Político AC. Autor de “La otra hegemonía. Autoritarismo y resistencias en Nicaragua y Venezuela” (Hypermedia, 2020).
*Este artículo fue publicado en dialogopolítico.org el 19 de junio de 2023