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La semana pasada salió la información del PIB al primer trimestre, indicando que creció 3,97%.
¿Cómo se interpreta esta cifra?
Primero, el PIB es una medida que intenta medir la actividad económica dentro de un país y es la abreviatura de Producto Interno Bruto. Producto porque es producción; interno porque está dentro de los límites geográficos del país (Bolivia); y bruto porque no toma en cuenta la pérdida de valor de los bienes o depreciación.
La tasa de 3,97% indica que entre el primer trimestre de 2021 (enero a marzo) y el primero de este año la actividad global creció en ese porcentaje. Es decir, en los primeros meses del año se ha producido 4% más que el año pasado.
¿Hay alguna valoración?
En el global, es una buena cifra porque contrasta con el magro 0,2% del último trimestre de 2021, que nos decía que la actividad económica boliviana estaba estancada.
De hecho, si se analiza con más detalle las cifras mensuales de producción, se podía concluir que la actividad económica global estuvo estancada en 2021, algo que resultaba evidente al quitar las diferentes temporadas del año (o desestacionalizar en términos técnicos).
¿Qué sectores explican esta cifra?
Más allá de la división por actividad económica, me centraré en el probable comportamiento de los sectores público y privado, porque intuyo que la producción del primero habría sido menos dinámica que la del último.
Primero, resalta la caída de 9% de la actividad hidrocarburífera estatal, lo cual consolida la noción de que el sector se encuentra en un declive estructural, tal cual lo señalan los análisis al respecto.
Y el segundo que, tomando en cuenta las estadísticas fiscales, percibiría que la inversión pública fue modesta porque los gastos de capital estatales cayeron 6% en el primer semestre (y más de 10% en el primer cuarto del año), del cual la construcción e inversión públicas son sus principales componentes.
En cambio, el sector privado habría sido más vigoroso, reflejado el buen dinamismo de agropecuaria (5%) y de transporte y comunicaciones (9%). También resalta el crecimiento de la construcción (7%), que no habría sido impulsado por el Estado según lo comentado previamente.
Un apunte adicional: el crecimiento vino impulsado por el dinamismo externo privado, en especial de oleaginosas y productos de la minería privada, que contrastan desafortunadamente con la caída ya aludida de las ventas externas de gas.
¿Nos indica algo esta cifra?
Poco desafortunadamente porque el PIB boliviano se calcula tomando como base el año 1990 y con una metodología que combina los manuales internacionales de 1968 y de 1993.
Es decir, medimos la producción nacional con un esquema de hace tres décadas. Para ver lo inadecuado de esta medición sólo le invito a responder mentalmente: ¿a qué se dedicaba en 1990? ¿en qué gastaba su dinero para consumir? O, ¿qué celular usaba en esa época?
Por tanto, nuestra medida de producción no nos dice mucho sobre cómo está la actividad porque es una estadística desactualizada (metodológicamente) y, dado el retraso en la difusión, “inoportuna”
¿Por qué ocupó titulares?
Paradójicamente, el interés mediático en la cifra se ha centrado en la magnitud del crecimiento entre julio de 2020 y marzo de 2021, que es determinante para que exista un segundo aguinaldo, lo cual es básicamente improbable. Este interés es una de las varias distorsiones de esta medida porque crea el “miedo a crecer”, en lugar del incentivo a hacerlo en empresarios e incluso trabajadores, dada la alta informalidad.
¿El PIB lo dice todo?
Dejando de lado los problemas del PIB en Bolivia, es relevante destacar sus limitaciones.
Diane Coyle en su libro “El PIB: Una historia breve pero entrañable” (2017) apunta a que la obsesión con este indicador puede ser peligrosa porque no implica necesariamente más bienestar: mide bienes, no “males” (como contaminación); omite aspectos como el trabajo no remunerado o el capital humano, entre otros.
En resumen: el PIB no resume cómo está la economía, pero da algunos indicios.