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Así estamos. Aunque sigan tratando de convencernos de lo contrario, lo cierto es que hemos llegado a límites muy peligrosos que pueden poner en serio riesgo la estabilidad macroeconómica que recuperamos en 1985. El gobierno viene jugando con fuego desde que se nos acabó la bonanza de precios internacionales y era inevitable que en algún momento empezáramos a pagar las consecuencias de la juerga. ¡Y no nos digan que no se los advertimos! Llevamos años haciendo sonar las alarmas, pero para el gobierno solo éramos “jinetes del apocalipsis” que exagerábamos de mala leche. Nada los hacía retroceder. Le metían nomás y así nos fue.
Que quede claro, entonces, que el descalabro no empezó la semana pasada. La economía viene en caída libre desde el 2014. No se notaba en la calle porque el gobierno se empeñaba en curar el chaqui con más trago, pero el tumor estaba creciendo. Las ingentes cantidades de dólares que recibimos hasta ese año (más de $us 50 mil millones) se reemplazaron por deuda y una comilona voraz de reservas. ¡Que no pare la música! Así fue como desde el 2014 el gobierno se dedicó a acumular déficits fiscales y ya llevamos diez años consecutivos de los mismos a un ritmo de 8% del PIB. Nuestra deuda se multiplicó 14 veces desde el 2007, cuando llegaba a algo más de $2 mil millones (17% del PIB), hasta llegar a más de $32 mil millones hoy (más del 80% del PIB). Por su parte, nuestras RIN, que llegaron a situarse en $us 15 mil millones el 2014 han caído estrepitosamente hasta llegar a menos de $us 4 mil millones hoy (de las cuales solo $us 620 millones son divisas).
La crisis se cocinaba como una watía: a fuego lento y bajo tierra. No la notábamos y el gobierno se jactaba de que su modelito de la “demanda interna” era un ejemplo en el mundo. Se vanagloriaba de tener una inflación bajísima y tasas positivas de crecimiento, pero no decía que esa inflación y ese crecimiento se conseguían a punta de un subsidio feroz a los hidrocarburos (que ya sobrepasa los $us 1.500 millones y representa la mitad del déficit fiscal) y que esto solo era posible hipotecando el futuro con deuda y depredando reservas.
Pero las mentiras tienen patas cortas y ahora empezamos a enfrentarnos a la realidad. Y la realidad es que el gobierno ya no tiene como pagar la fiesta. Se acabaron las reservas. Este año deberemos pagar alrededor de $us mil millones en servicio de deuda ¡y solo tenemos $us 620 millones en cash! La soga no da más. Tampoco es fácil, como antes, obtener préstamos afuera porque los intereses están por las nubes y nuestro riesgo país ha subido exponencialmente.
Y entonces despabilan y cunde el pánico. Sin poder, todavía, echarles mano a nuestros ahorros en la Gestora, el gobierno sale forzado a la caza desesperada de dólares. Primero dispuso la repatriación de divisas que las empresas públicas mantienen en cuentas extranjeras. Después sacó la Ley del Oro que abre el candado para que el Banco Central pueda vender el oro de sus bóvedas y así obtener dólares frescos para seguir gastando. Días después el Banco Central sacó el Bono Remesa que intenta captar los dólares que envían las familias que viven afuera ofreciendo una tasa de interés de 1,25% a pagarse en bolivianos. Con este bono el gobierno espera captar $50 millones al año. Como lo lee, $50 millones, es decir, nada. Y, finalmente, el último pataleo de ahogado: el Banco Central decide empezar con los tipos de cambio diferenciados y ofrece una tasa mayor (Bs. 6,95) a los exportadores. Para el resto del público los acostumbrados Bs. 6.86.
Además de ser muy poco efectivas, estas medidas son una declaración a gritos de que el gobierno está urgido porque se le acaban los dólares. La gente en la calle entiende el mensaje, empieza a oler el miedo y cambia sus expectativas.
Los tipos de cambio diferenciados nunca han funcionado. Tomen cualquier experiencia en el mundo y verán los líos y distorsiones que causan. Cuando hay dos precios paralelos la especulación y el arbitraje son inmediatos. Todo aquel que pueda tratará de pasarle sus dólares a los exportadores para que estos los cambien a un tipo de cambio más favorable. Los demás ajustarán sus expectativas y empezarán a protegerse. De hecho, ya los librecambistas y las casas de cambio subieron la cotización a Bs. 6,95 la compra y Bs. 6,97 la venta para poder emparejarse al Banco Central y atraer dólares. Tenemos, entonces, una devaluación de facto en la calle. Esto causará un aumento en la inflación y probablemente expectativas de nuevos mandatos del Banco Central. Por ahora hay muchos dólares en la economía informal que provienen de actividades ilegales y estos forman el último dique que previene una corrida masiva hacia el dólar. Sin este colchón, lo natural sería esperar más devaluaciones o más tipos de cambio diferenciados porque está claro que al Banco Central sencillamente se le acabaron los verdes.
Las recientes medidas del gobierno no solucionaran nada porque no atacan el meollo del asunto: el enorme gasto fiscal. El gobierno tiene que afrontar nomás el chaqui y ajustarse los cinturones. Eso implica principalmente eliminar, o al menos reducir significativamente, el subsidio a los hidrocarburos, desmantelar las empresas públicas deficitarias (o privatizarlas) y reducir el tamaño del gobierno (el MAS gasta $19 millones diarios solo en sueldos y salarios). Pero, claro, nada de eso está en los planes de Arce y los muchachos del gobierno. Es más, a principios de mes el ministro de Desarrollo Productivo y Economía Plural, Néstor Huanca, anunció que se crearán 33 industrias en diferentes partes del territorio nacional con el afán (trasnochado) de sustituir importaciones. Son 33 industrias que nos costarán ¡$us 500 millones! ¿Se fijan? Nos quedan $us 620 millones en divisas y el gobierno gastará $us 500 millones para construir industrias que terminarán siendo elefantes blancos y nidos de pegas para masistas como la mayoría de las ya existentes empresas públicas.
La economía está con la soga al cuello. El MAS se ha farreado la bonanza y ha hipotecado nuestra estabilidad y nuestro futuro. Pero no pensemos ni por un minuto que la solución pasa simplemente por reemplazarlos. Sí, está claro que necesitamos vencer una vez más al MAS, pero la solución de fondo no es darles a otros políticos las riendas de la economía. La solución pasa por devolverle al individuo y al sector privado la responsabilidad de su propio desarrollo. Esto significa generar una institucionalidad que limite la influencia del gobierno en la economía sin importar que partido lo asuma.