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Los resultados electorales son contundentes: Rodrigo Paz, del Partido Demócrata Cristiano, será posicionado como presidente del Estado Plurinacional de Bolivia el 8 de noviembre, poniendo fin a dos décadas de gobierno del Movimiento Al Socialismo (MAS).
Los últimos años fueron una experiencia traumática que nos recuerda los problemas derivados de un Estado sobredimensionado y una economía excesivamente intervenida. Hablamos de un PIB que se contrajo un 2,4% en el primer semestre de 2025, una inflación que roza el 20% y cerca de medio millón de nuevos pobres. El sector hidrocarburífero, monopolizado por el gobierno, es uno de los que más se ha contraído, lo que, en el día a día de las personas, se traduce en desabastecimiento generalizado de carburantes, colas interminables y paralización del sector productivo.
Si tuviéramos que describir la política económica del MAS, desde su llegada en 2006, de la mano de Evo Morales, hasta su último ciclo, con Luis Arce Catacora, diremos que se trataba de una receta perfecta para el desastre. Expulsar la inversión extranjera, comprometer la nacional privándola de seguridad jurídica y financiar un gasto público desmedido por medio de bonos del Banco Central (expansión monetaria), son algunos de los elementos de ese recetario llamado “Socialismo del siglo XXI”. El resultado ha sido siempre el mismo: Una sociedad polarizada por el populismo y sumida en la pobreza por el intervencionismo. Lo que falla no es el cocinero, sino la receta.
Esto coloca al gobierno de Rodrigo Paz ante un desafío enorme. Está en sus manos, y la de su bancada, el asumir este reto con una perspectiva histórica: De su liderazgo dependerá aplicar las medidas necesarias para corregir el rumbo de la economía. Estas medidas, claro está, no tienen que ser inventiva suya; después de todo, procuró rodearse de economistas de trayectoria reconocida. A ello se le suman propuestas que pueden surgir del resto de legisladores y de centros de pensamiento que contribuyen a la discusión de políticas públicas.
El principal desafío, por tanto, no será económico. La inflación, la brecha cambiaria y el desempleo son, por así decirlo, problemas secundarios. Lo importante, especialmente en los primeros meses de gestión, será la construcción de consensos entre las diferentes fuerzas políticas, a fin de avanzar con una agenda integral de reformas económicas e institucionales. El primer paso, luego, es la construcción de consensos, pero el segundo paso, igual de importante que el primero, pasa por el contenido de dichos acuerdos. Hablamos de una reducción agresiva del gasto público, flexibilización del mercado laboral, apertura del comercio exterior, simplificación aduanera y tributaria, terciarización de servicios y obra pública, entre otras reformas que he tenido la oportunidad de explicar en otra ocasión.
Rodrigo Paz, su gabinete y los bolivianos deben tener claro que no existen las soluciones mágicas. De la crisis no se saldrá sino con un plan coordinado y disciplinado orientado a la corrección de los desequilibrios macroeconómicos que, desde hace ya más de una década, se vienen arrastrando de manera crónica. La calidad del plan dependerá de la calidad de las ideas en las que se base y de aquí emerge la principal amenaza a todo este proceso de renovación de las élites políticas.
Tras veinte años de intervencionismo, si algo debe quedar claro, es que los problemas económicos, como la elevada inflación o la contracción de la actividad económica, no se solucionarán con más estatismo. Aunque se necesitarán medidas de contención social, el acento debe colocarse en liberar las fuerzas productivas que, hoy por hoy, se encuentran reprimidas por un sistema altamente burocratizados y represivo de la iniciativa privada. La focalización de la política social será fundamental para evitar que lo que debe ser un complemento pase a ser la prioridad de la agenda.
La reconfiguración de la Asamblea Legislativa Plurinacional (ALP) es una oportunidad dorada para que ese recinto se impregne de nuevas ideas, pues, como decía Keynes, la dificultad no reside en escapar de nuevas ideas, sino en rehuir de las viejas. Y Paine recordaba que la costumbre sobre lo errado de algo le daba una apariencia superficial de ser correcto. Estamos a tiempo de que Bolivia se reencause en el camino del crecimiento y de la productividad, dejando en el pasado el estatismo que nos condujo a la crisis. Sólo se necesita que las ideas correctas encuentren el apoyo de ese quorum indispensable para cualquier proceso legislativo.
Hoy no se trata de lo que pasó, sino de la frontera de posibilidades que tenemos por delante. Los políticos, pues, deben recordar que todo en la vida implica sacrificar algo para obtener otra cosa, los famosos “trade-offs”. La elección no pasa por lo políticamente deseable, por cuanto ello puede fácilmente caer en lo fantasioso, sino, al contrario, por lo políticamente posible. No olvidemos que la política es el arte de lo posible.