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De expresidente y líder del MÁS, Evo Morales se ha convertido en un eficiente organizador de eventos. En días más inaugurará un torneo internacional de fútbol en el Chapare al que asistirán equipos seguramente alternos de clubes argentinos y bolivianos.
Algunos dicen que el objetivo de Morales es refrescar una imagen bastante deteriorada y resistida por la gente. Otros creen que se trata de cambiar la percepción que existe sobre el Chapare, una región que pudo haber sido un polo de desarrollo agrícola y turístico muy importante, pero que desgraciadamente fue capturada por otro tipo de intereses.
Aunque el respaldo del que goza el ex mandatario en el trópico de Cochabamba es casi unánime, la realización del torneo seguramente servirá para cerrar filas en torno al organizador y evitar que la tendencia a la división interna en el MÁS llegue también a su región de origen. Mantener el arco invicto en su cancha, para decirlo en términos futboleros.
En la pelea interna hasta ahora es el presidente Arce el que ha hecho buenos amagues y algunos goles de medio campo. El ataque de los cocaleros, por ejemplo, ha tropezado con una cerrada defensa del Ministro de Gobierno, Eduardo del Castillo, quien se ha mantenido en la cancha a pesar de las críticas a su estilo de juego. El vicepresidente David Choquehuanca ha sabido también controlar la pelota en medio de no pocos adversarios.
Arce ha mantenido el equipo a pesar de las presiones de los radicales de tribuna y ha defendido su esquema de juego, tal vez más conservador y prudente que el de su antecesor, pero que le ha permitido un envidiable liderazgo en la tabla de popularidad, cosa que seguramente molesta y mucho a los que antes ocuparon ese lugar de privilegio en el corazón de los aficionados.
Claramente, el presidente juega bien con las dos piernas. A veces patea con la derecha y otras, cuando el público lo exige, deja ver su habilidad con la izquierda. Morales, en cambio, quería ser un zurdo neto, aunque de vez en cuando escondía la pelota con la derecha.
Después de haber sido dueño, capitán y DT del equipo, a Evo Morales le cuesta mucho estar no ya en la banca, sino en una tribuna que conduce siempre al acelerado y solitario anonimato del hincha.
La nostalgia de los aplausos seguramente es muy grande, lo mismo que ceder el cintillo de capitán o dejar de ser el conductor del equipo. Unos lo asimilan con grandeza, otros quieren ir a tiempo suplementario sin mucho éxito.
Los años pesan y los jugadores pasan, eso es inevitable, pese a que algunos se resisten a colgar los cachos o chuteras a tiempo y ofrecen ya no el espectáculo glorioso de sus mejores días, sino la triste demostración de su decadencia.
Como en el fútbol, también en la política hay “partidos” de despedida para aquellos que saben dar un paso al costado y se van en medio de aplausos. Es una cuestión de timing, como dicen los entendidos.
Uno elige cómo se va o cómo termina: Pelé o Maradona, tal la disyuntiva de los ídolos.
Y no es llevándose la pelota u organizando su propio campeonato cómo sobreviven los líderes al paso irremediable del tiempo. Lo saben muchos cuyas imágenes figuran en el salón de la fama, lo padecen otros que no aguantan con grandeza el peso de la camiseta del retiro. Son cosas del fútbol.