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Sea un atentado real o no contra Evo Morales, o un operativo fallido, las cosas cambiaron mucho a partir de ayer. En primer lugar, se habla menos de las denuncias de estupro contra el expresidente y más de las circunstancias en las que su vehículo recibió varios impactos de bala mientras se trasladaba de su casa a las instalaciones de una radio cocalera.
La información es confusa, salvo la que pudo recogerse de innumerables videos que circularon durante el domingo y que aun circulan en el amanecer de la nueva semana. Las primeras tomas, captadas nerviosamente por los ayudantes de Morales, muestran orificios de bala en el parabrisas de la camioneta, una herida superficial en la nuca del chofer e imágenes del expresidente, sorprendentemente sereno, informando sobre los hechos a través del celular.
En cosa de minutos, todo el país estaba enterado de lo ocurrido y pronto las teorías e incluso análisis balísticos supuestamente especializados intentaron explicar la situación, ya sea para confirmar la veracidad de las denuncias o para desvirtuarlas. Mientras ese tipo de debate encendía las redes, internacionalmente surgieron los primeros pronunciamientos, incluso presidenciales de respaldo y solidaridad con Evo Morales.
Las balas cambiaron el escenario. Aunque no del todo víctima, el Morales acorralado de los días anteriores, quien parecía estar a punto de ser detenido y con cada vez menos respaldo social, emergía como una contraparte más firme del gobierno. De acusado pasó rápidamente a acusador, entre otras razones por la pobre respuesta comunicacional del gobierno, que dejó en el abandono narrativo a los militares de la Novena División y a las propias fuerzas policiales.
Cualquiera sabe que en una crisis de semejante magnitud el discurso ganador es el del que sale primero. Si el gobierno preparó un operativo de captura debió considerar la posibilidad de una falla y la necesidad de encontrar una explicación inmediata, pero ocurrió todo lo contrario.
Las reacciones llegaron muy mal y muy tarde. La única voz oficial, poco después del tiroteo, fue la de un soldado de la Novena División en un cruce de palabras con cocaleros que luego, inexplicablemente, se llevaron dos vehículos, en los que supuestamente viajaban los policías responsables del operativo fallido, para quemarlos luego a la vista y paciencia de todo un regimiento militar.
Que el ministro de Gobierno salga luego a decir que los primeros disparos salieron de la comitiva que acompañaba a Morales solo sirvió para añadir un eslabón más a la cadena de versiones contradictorias que pretendieron explicar lo sucedido.
¿Qué viene ahora? Por lo pronto la masificación de los bloqueos y, como consecuencia, seguramente un agravamiento de las dificultades para abastecer de combustible y alimentos a las ciudades. El gobierno perdió la iniciativa y el control en menos de 24 horas, después de haber logrado que la gente, incluso aquellos que en algún momento respaldaron a Morales, comenzaran a darle paulatinamente la espalda.
La guerra, que sumó balazos en el recuento, seguramente va a continuar en los próximos días y es desgraciadamente probable que haya nuevos episodios de violencia en el camino. Luis Arce y sus principales colaboradores se metieron – solitos, como dice el pueblo – en un callejón sin salida, y Evo Morales, con todo y las pruebas de estupro a cuestas, logró una bocanada de oxígeno.