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¿De qué hablamos cuando del Fin de un Ciclo hablamos?

Renzo Abruzzese

Sociólogo

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En el debate político boliviano contemporáneo la noción de un “fin de ciclo” se ha convertido en un lugar común para todas las fuerzas de oposición. Se sostiene que estas elecciones ponen fin a los veinte años de gobiernos masistas, y en consecuencia, que todas las derivaciones ideológicas y políticas llegan igualmente a su fin. Esto es sin duda en gran medida cierto, lo que no es cierto es que lo que se esta acabando sea el producto de veinte años de gobierno masista, en realidad hemos llegado al fin de un ciclo de larga data; el ciclo del Estado del 52.

La Revolución Nacional instauró un “modelo” de Estado que a través de la nacionalización de las minas, la reforma agraria, el voto universal y la reforma educativa, redefinió el pacto social que bajo el denominativo de “alianza de clases” lo llevo al poder, abriendo así un periodo sustentado por la acción histórica de las clases más empobrecidas bajo la dirección política de una élite de clase media. La historia se dirimía, en consecuencia, bajo el signo de lo “nacional popular”.

El 2005 la llegada del MAS al poder no significa algo diferente a lo que se había venido construyendo desde 1952. El gobierno del MAS, lejos de representar una ruptura radical con esta matriz, se presenta como su culminación y en buena medida el encargado de ejecutar aquello que el MNR no pudo, o no se atrevió hacer.

El denominado “Proceso de Cambio” exacerbó un discurso nacional-popular que, en esencia, actualizaba la retórica fundacional del 52. En este sentido, el MAS no inauguró un ciclo nuevo, sino que llevó a su máxima expresión el ciclo iniciado a mediados del siglo XX. En realidad fue el encargado de agotar su capacidad histórica y, paradójicamente, cerrar el horizonte de futuro que pregonaba poseer.

El verdadero fin de ciclo, por lo tanto, se manifiesta en la necesidad imperiosa de transitar hacia un nuevo paradigma político, un desplazamiento tectónico que implica reconocer la emergencia de un nuevo sujeto histórico. El modelo del 52 se sustentaba en la primacía de las clases sociales y los cuerpos colectivos que operaban en lo que podríamos denominar el “campo popular”: un espacio de lucha por la hegemonía y el control de los recursos estatales, donde la identidad estaba anclada en la pertenencia a un sindicato, una comunidad o un movimiento social. La política era, en esencia, la confrontación entre estos bloques sociales. De esto hablamos cuando del fin de un ciclo hablamos.

Hoy, asistimos al agotamiento de esa forma de hacer y entender la política, y a la consolidación de un nuevo actor protagónico: el ciudadano. Este nuevo sujeto histórico ya no se moviliza principalmente a través de las estructuras corporativas tradicionales, sino que actúa en el “campo democrático”, un escenario definido por la demanda de derechos individuales, la defensa de las libertades, la exigencia de transparencia y calidad institucional, y sobre todo, el respeto a las reglas de juego pluralistas. El ciudadano del siglo XXI, a diferencia del miembro de una clase social del siglo XX, no busca la toma del poder estatal para imponer un proyecto colectivo, sino que exige al Estado que garantice las condiciones para su desarrollo individual y colectivo. Las masivas movilizaciones ciudadanas de los últimos años, articuladas en torno a la defensa del voto, la democracia y las libertades, son la evidencia más clara de este cambio de sujeto y de campo de acción. De esto hablamos cuando del fin de un ciclo hablamos.

Desde esta perspectiva, está claro que atravesamos un delicado y confuso interregno, un tiempo suspendido entre un viejo orden que se resiste a morir y un nuevo orden que aún no logra nacer. Esta fase de transición se caracteriza por una profunda fragmentación del sistema político, la crisis de los relatos que daban sentido a la acción colectiva y la ausencia de un proyecto de país que logre interpelar y aglutinar a las nuevas generaciones. El agotamiento del paradigma del 52 ha dejado un vacío que los actores políticos tradicionales, incluido el propio MAS no han sabido llenar con una propuesta renovadora. De esto hablamos cuando del fin de un ciclo hablamos.

Los jóvenes bolivianos de hoy son hijos de la globalización, la era digital y la sociedad de consumo; sus identidades son más fluidas y sus demandas exceden con creces las viejas dicotomías de clase o etnia. Sus preocupaciones se centran en el medio ambiente, la igualdad de género, los derechos digitales, la calidad de vida urbana y la realización personal, temas que difícilmente encuentran eco en las anquilosadas estructuras de los partidos y movimientos sociales heredados del siglo XX. El gran desafío de este interregno consiste, precisamente, en ser capaces de construir un nuevo escenario político, un nuevo pacto social y un nuevo modelo de Estado que dé cabida y sentido a las aspiraciones de estos ciudadanos de la modernidad, cerrando definitivamente el largo ciclo del 52 y abriendo las puertas a un futuro genuinamente democrático y pluralista. De esto hablamos cuando del fin de un ciclo hablamos.

*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo


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Renzo Abruzzese

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