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A pesar del contexto actual marcado por una inflación que supera los dos dígitos en muchos países del mundo, hoy me dispongo a reflexionar sobre el fenómeno contrario: la deflación. Para ello, seguiremos la definición comúnmente aceptada: un descenso generalizado en el nivel de precios en una economía. La deflación suele ser temida y asociada a terribles episodios como la Gran Depresión (1929-1939). Mi propósito es reflexionar sobre la existencia de dos tipos de deflación: la “mala” y la “buena” siguiendo la línea argumentativa del profesor George Selgin en su obra Less Than Zero.
Antes de entrar en materia, debemos resaltar que los precios no son más que ratios de intercambio entre dos productos. En una economía de trueque, los precios tendrían la siguiente forma: 1 abrigo = 12 huevos. El dinero, como intermediario de los intercambios, nos permite solucionar el problema de la doble coincidencia de deseos. Ahora, podemos expresar los precios de la siguiente forma: 1 abrigo = 12 unidades monetarias o 1 huevo = 1 unidad monetaria. El dinero pasa a formar parte del 50% de los precios (o ratios). Sin embargo, veremos que el dinero se guía, como todo los bienes, por su oferta y su demanda. Hoy en día, medimos su oferta utilizando agregados monetarios (M0, M1, M2, M3…) ya que distintos contratos de deuda se pueden monetizar en capas superiores al dinero base. Por ejemplo, los pasivos bancarios o los fondos del mercado monetario. La demanda de dinero es algo más complicado de entender, a fin de cuentas, ¿no queremos todos tener más dinero? En realidad, lo que implica la demanda de dinero, es el deseo de atesorar poder de compra mediante un balance líquido. Cuando gastamos, estamos vendiendo dinero y demandando otros bienes. Medir la demanda de dinero es complicado, pero nos podemos valer de la ecuación cuantitativa del dinero: Oferta monetaria (M) * Velocidad del dinero (V)
= Nivel de precios (P) * Output (Y). Además, sabiendo que el dinero se gasta o se atesora, podemos deducir que la demanda de dinero será aproximadamente la inversa de V, en otras palabras, V=1/Demanda de dinero.
La deflación “mala” es aquella que deriva de aumentos en la demanda de dinero (cae V). Esto puede ocurrir en periodos de incertidumbre como desastres naturales, caídas repentinas en el valor de los activos o, incluso, por pánicos infundados. En estos casos, si no se incrementa M para cancelar esta fluctuación, el ajuste vendrá por el lado de los precios (P). El problema es que los precios se ajustan a distintas velocidades y con sus correspondientes “costes de menú”. Por ejemplo, es más sencillo actualizar el precio de la gasolina en la pantalla que negociar su salario. En el largo plazo, los precios se ajustarán y se alcanzará un equilibrio. Sin embargo, habremos sufrido un coste innecesario sobre la estructura de capital, una posible crisis secundaria y los precios habrán transmitido señales desconectadas de la escasez relativa de factores. Resulta más fácil ajustar la cantidad de dinero (M) que millones de precios en la economía.
La deflación “buena” es aquella derivada de aumentos en la productividad. Mayor productividad consiste en aumentar el output (Y) con un mismo input. Esto se suele traducir en un coste unitario decreciente. En términos de la ecuación cuantitativa, si MV se mantiene constante, y el output (Y) aumenta, veremos una caída del nivel de precios (P). En otras palabras, tendremos deflación. Este proceso me parece intuitivo para las economías capitalistas. La acumulación de bienes de capital mejora las técnicas productivas y crea abundancia. Es decir, el dinero se aprecia en relación al resto de bienes: una unidad
monetaria nos permite comprar más bienes ya que son ahora más abundantes. Los teléfonos y ordenadores son un ejemplo paradigmático. En relativamente pocos años, estos productos han pasado de ser prohibitivamente caros e inaccesibles a estar al alcance de las grandes masas. Sin mencionar, que ahora son productos cualitativamente muy superiores. Tampoco parece que las empresas productoras necesiten subir constantemente los precios para obtener buenos márgenes. Es posible mantener márgenes con precios bajos si los costes disminuyen debido a la mayor productividad. Tampoco parece que los consumidores se abstengan de consumir sabiendo que los precios caerán progresivamente. Todos sabemos que el precio del nuevo iphone caerá bastante en 1 año y se siguen formando filas en las Apple Store en cada nuevo estreno. Yo me pregunto, ¿acaso dejaría de alimentar a sus hijos hoy si sabe que los alimentos serán un 20% más baratos en un año? Sin negar que dichas expectativas puedan afectar nuestras decisiones en el márgen, considero que algunas narrativas sobre espirales deflacionistas son desproporcionadas.
Otro problema que debe ser comentado es el de los contratos de deuda nominales, que son la gran mayoría. Es cierto que la deflación beneficia a los acreedores ya que se repagan unidades monetarias que valen más. Eso sería una ganancia, en cierto modo, arbitraria. Sin embargo, el deudor también se beneficia de las ganancias de productividad en forma de mayores rentas reales, facilitando el repago de su deuda nominal. Sin olvidarnos de que las mejoras en productividad suelen ser mucho más predecibles que otros shocks. Supongo que algunos podrán estar de acuerdo con lo expuesto pero tendrán dudas sobre su implementación práctica. Por suerte, tenemos el ejemplo histórico de “La Gran Depresión” de 1873 a 1896 en Inglaterra, un episodio de deflación prolongada acompañada de un crecimiento económico sustancial.
En conclusión, sería deseable continuar esta línea de estudio y plantearse si realmente la deflación es siempre “mala”. Tal vez la idea de asociar deflación con recesión sea algo demasiado simple y debemos profundizar en las causas subyacentes. Por supuesto, cualquier argumento expuesto en defensa de la deflación por shocks de oferta positivos (el aumento de la productividad) debería ser aplicable a inflaciones por shocks de oferta negativos (por caídas en output). Si la cantidad de bienes producidos en una economía colapsa, no será posible mantener los precios previos al shock. Por último, la deflación “mala” debe ser combatida por todos los medios ya que sus efectos, como ya han estudiado muchos economistas, pueden ser muy perniciosos.