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“Déjà vu”, esa expresión francesa que significa “ya visto”, describe la extraña sensación de revivir algo que ya ocurrió. Pero ¿y si esa sensación no es solo un producto de la mente, sino un reflejo de la realidad? En Bolivia, pareciera que estamos experimentando un “déjà vu” de los años ochenta del siglo XX, una época marcada por la peor crisis económica de nuestra historia.
Recientemente hablé con un familiar que vivió aquellos años y le pregunté: ¿qué causó esa crisis? Su respuesta fue clara: la caída de los precios del estaño, el principal producto de exportación del país, junto con una pesada deuda externa en un contexto de altas tasas de interés internacionales.
Pero insistí, porque esas mismas condiciones afectaron a toda América Latina, y solo Argentina, Bolivia y Perú enfrentaron un descalabro macroeconómico tan severo. La respuesta nos hizo reflexionar que un factor determinante habría sido la falta de gobernabilidad.
El retorno a la democracia llegó de la mano de la Unidad Democrática y Popular (UDP), una coalición frágil liderada por Hernán Siles Suazo, que incluía partidos como el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) y el Partido Comunista de Bolivia (PCB). Esta coalición pronto se resquebrajó, dejando al gobierno en un estado de debilidad permanente. Para complicar las cosas, la Central Obrera Boliviana (COB) ejercía una presión constante a través de bloqueos y movilizaciones que implicaron varias jornadas de inactividad en el aparato productivo.
Primer paralelismo: falta de gobernabilidad y alta conflictividad social.
Otro factor clave, según el libro “Estabilización y Desarrollo” de Juan Cariaga, fue la caída de los precios del estaño a nivel global y la disminución de la producción nacional del mineral, lo que redujo drásticamente los ingresos externos. La Corporación Minera de Bolivia (COMIBOL), la principal empresa estatal de la época pasó de ser un pilar económico para convertirse en una carga insostenible.
Segundo paralelismo: declive de la principal empresa pública (hoy, la analogía podría ser YPFB).
Cariaga también menciona un evento devastador: el fenómeno de El Niño, que causó sequías e inundaciones, como el turbión de 1983 en Santa Cruz. Lo impactante no fue solo el desastre natural, sino la respuesta del gobierno: lenta e insuficiente.
Textualmente “A pesar de estas alarmantes noticias, la reacción del gobierno fue tardía e insuficiente. Por ejemplo, el Plan Nacional Agrario de Emergencia (PNAE) fue iniciado recién en el mes de mayo de 1983, admitiendo que se había perdido la oportunidad de estimular las siembras de invierno que, sin lugar a dudas (sic), habrían permitido mitigar el efecto de estos desastres… Lo sucedido con el PNAE es una muestra más de la tradicional negligencia que ha caracterizado a los gobiernos de Bolivia en el tratamiento de los problemas del sector agrícola.”
Tercer paralelismo: desastres naturales y una respuesta gubernamental tardía.
En su artículo “Bolivia: La Experiencia Populista de los Años Ochenta”, Juan Antonio Morales describe cómo la política económica de la UDP estaba subordinada a objetivos políticos inmediatos, buscando apaciguar a las bases sociales en una especie de populismo económico. Ante la falta de financiamiento externo para cubrir un déficit fiscal creciente, el gobierno recurrió al Banco Central y a la emisión inorgánica, agravando la hiperinflación.
Como dice Morales, “la crisis no fue originada por las políticas fiscales y monetarias de Siles Zuazo, sino que su gobierno subestimó la severidad de la crisis externa y fiscal heredada de los gobiernos militares [anteriores]. Sus medidas improvisadas y sin convicción no hicieron más que empeorar la situación.”
Cuarto paralelismo: política económica insuficiente frente a la crisis.
Ahora bien, ¿significa que estamos al borde de una crisis similar? A primera vista, parece improbable. Sin embargo, las señales de alerta son evidentes.
Por el bien del país, actuemos antes de que este “déjà vu” se concrete plenamente.