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Democracia pactada y agotamiento del proyecto de octubre

Emilio Martinez

Escritor y analista político

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Algunos amigos me preguntaron, a raíz de mi publicación de “Los 5 Mitos de Octubre”, sobre el sentido de hurgar en hechos tan lejanos (20 años son mucho en la Galaxia Centennial). Lo primero que me vino a la mente fue el clásico aforismo del filósofo George Santayana, aquello de que “los pueblos que no conocen su historia están condenados a repetirla”. Y es que es así: hay que conocer el pasado para entender el presente y cambiar el futuro.

Hay todo un proceso político iniciado entonces, del que no terminamos de salir, con un dilatado epílogo por el que pasamos ahora, donde “lo viejo no termina de morir y lo nuevo no acaba de nacer”.

A partir de la asonada de octubre de 2003, comenzó el proceso de deconstrucción del Estado de derecho democrático en Bolivia, primero con unas presidencias de transición previas al ingreso del “ungido”, Evo Morales, al poder. Parte del clima que llevó a octubre y que se intensificó después, estaba relacionado con una matriz de opinión antipolítica que denostaba a la “democracia pactada”, como si los acuerdos no fuesen la esencia misma de la democracia.

Se estaba, en realidad, contra la democracia liberal, y ante ella se planteaba una supuesta democracia de nuevo tipo, con el apellido comunitario. En el fondo, era la cobertura para un régimen híbrido autoritario, de construcción progresiva. Denostar los acuerdos era ponerle alfombra roja a la noción de hegemonía política, de un partido capaz de hacer y deshacer en lo institucional, sin necesidad de consensos básicos.

De ahí que después se hiciera tan importante para ese proyecto el desconocer los 2/3 en la Asamblea Constituyente, y posteriormente capturar esa misma mayoría calificada en el Parlamento, con la ayuda de un “plus” de votos fantasmas y con una cartografía electoral asimétrica.

Desde entonces, mucha agua y muchos abusos corrieron bajo el puente, hasta que la fuga de Evo Morales por su intento de fraude, evidenciado técnicamente por la OEA, comenzó a cambiar el escenario político. Pandemia mediante, el MAS volvió al poder, pero con un nuevo elenco (la segunda fila pasó al frente y la primera a la banca de suplentes). Muchos se apresuraron a profetizar que Luis Arce sólo sería un títere de Evo, aunque otros vimos el surgimiento de una diarquía, que derivaría en conflictos internos inevitables.

Junto con esto, el masismo había perdido los 2/3 en el Parlamento. Pero no fue hasta la fractura legislativa entre arcistas y evistas que se empezó a entrever la nueva correlación de fuerzas. Recién ahora, con la elección de la directiva del Senado, la oposición o una parte de ella parece haber despabilado sobre las oportunidades que abre un Parlamento tripartito o multipolar. Y ya no con las pequeñas transacciones de siempre sobre secretarías, oficinas y choferes, sino con una “agenda programática” que, según ha trascendido, incluye temas como el debido proceso para los presos políticos y la elaboración de un nuevo padrón electoral.

Es una pena que esto haya tenido que acordarse con el “evismo blando” que representa Andrónico. Pero es que el arcismo no espabila, respecto a que sus chances de gobernabilidad pasan por un nuevo tipo de relacionamiento con la oposición.

Mientras tanto, y aunque esto sólo sea el principio del fin de un ciclo: bienvenida la democracia pactada y adiós al proyecto hegemonista de octubre.

*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo


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Emilio Martinez

Escritor y analista político

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