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Vamos a ser claros y directos, sin rodeos ni anestesia. La gran revolución socialista boliviana está en una encrucijada, no precisamente por una falta de fervor ideológico, sino por la ausencia de dólares. Imagínense a Lenin revolcándose en su tumba eterna al enterarse del giro que han tomado nuestros anti-imperialistas locales. Y aunque los discursos sobre la autosuficiencia y la resistencia suenan heroicos, la cruda verdad es que los dólares no regresarán milagrosamente para rescatar nuestro proceso de cambio.
Aumentar los préstamos internacionales, atraer inversiones extranjeras directas y recibir remesas internacionales pueden ser soluciones momentáneas. Pero, como quien se echa una siesta en un columpio de cactus, estos dólares no serán suficientes para devolvernos a la ansiada “vieja normalidad”. Así que, ¿qué hacer? La economía boliviana necesita aumentar sus exportaciones, claro, pero recuperar las ventas de gas natural y explotar el litio de manera eficiente (si alguna vez logramos salir del laberinto de corrupción e ineficiencia) tomará más tiempo que esperar a que el Titicaca suba sus aguas. También hay un gran potencial en la industria alimentaria, pero eso es tema para otro día.
Entonces, ¿qué opciones tenemos? Bueno, podríamos quedarnos sentados a rezar a la Pachamama para que suban los precios de los minerales. O podríamos mover uno de los sectores con más potencial en Bolivia: el turismo. Según el brillante trabajo de Lykke E. Andersen, “Turismo con propósito y la Agenda 2030 en Bolivia” de SDSN, el turismo podría generarnos unos frescos 3.000 millones de dólares con relativamente poca inversión y tiempo.
Ser una economía industrializada en el sentido clásico no está en nuestras cartas del Tarot. Nuestras oportunidades están en los servicios, especialmente en el turismo y la gastronomía. Imaginen esto: el mejor remedio para curar nuestro populismo extractivista es vender una noche estrellada en el salar de Uyuni o en la Chiquitania. Sí, suena poético, pero tiene sentido. Bolivia tiene un potencial turístico enorme en todo su territorio, algo que Andersen muestra claramente con su índice municipal de potencial turístico.
En 2022, llegaron a Bolivia unos 700 mil turistas. Mientras tanto, nuestros vecinos Perú y Chile recibieron 2 millones de turistas, y España, casi 90 millones. ¿Saben qué significa esto? Que el sector turismo tiene un enorme potencial de empleo como muestra Andersen. Además, es un motor de empoderamiento social, especialmente para las mujeres. En Bolivia, ellas son una fuerza laboral significativa en este sector y están asumiendo roles de liderazgo. Este avance no solo es un triunfo para la igualdad de género, sino también esencial para el crecimiento económico sostenible. Imaginen un turismo boliviano liderado por mujeres.
No podemos ignorar el impacto ambiental del turismo. Andersen señala preocupaciones válidas sobre la huella de carbono y el consumo de agua del sector. Pero estos desafíos también son oportunidades. Implementar prácticas sostenibles puede convertir a Bolivia en un destino turístico responsable y atractivo para el viajero consciente. El ecoturismo y el turismo de aventura pueden florecer aquí si gestionamos nuestros recursos de manera inteligente y sostenible.
Pero, a pesar de su potencial, el turismo en Bolivia enfrenta varios obstáculos: infraestructura aeronáutica deficiente, conflictos sociales y bloqueos recurrentes, y la falta de información sobre Bolivia en el extranjero. Además, las políticas de visa restrictivas y la insuficiente formación del personal turístico son barreras que debemos derribar.
Entonces, ¿cómo superar estos desafíos? Andersen sugiere: Primero, necesitamos una inversión significativa en infraestructura y formación. Segundo, debemos mejorar nuestra estrategia de marketing internacional, mostrando al mundo las maravillas de Bolivia. Finalmente, es crucial fomentar la estabilidad social y política para asegurar que los turistas se sientan seguros y bienvenidos.
Bolivia tiene una ventaja competitiva única en el turismo especializado. Desde el ecoturismo en la Amazonia hasta las expediciones culturales en el Altiplano, nuestro país puede ofrecer experiencias que ningún otro lugar puede igualar. Desarrollar estos nichos no solo atraerá a turistas dispuestos a pagar más por experiencias únicas, sino que también ayudará a preservar nuestra rica biodiversidad y herencia cultural.
El turismo con propósito, que propone la investigación de Andersen, es más que un concepto; es una hoja de ruta hacia un futuro más sostenible y próspero para Bolivia. Por supuesto, el turismo se complementa armoniosamente con nuestra rica gastronomía. La gastronomía boliviana, con sus cientos de recetas y su tremenda fuerza cultural, es una oportunidad para sustituir parcialmente la economía de los recursos naturales por una economía creativa o naranja, basada en ideas que son infinitas, especialmente cuando el capital humano mejora con la educación.
Para seguir este camino, necesitamos un pacto para salvar el país. Requerimos un compromiso decidido por parte del gobierno, el sector privado y la sociedad civil para hacer realidad esta visión. En la coyuntura política actual, no soy muy optimista sobre esta posibilidad, pero creo que debe ser el centro de la agenda de las elecciones del 2025.