EE.UU. no puede permitirse otra década sin nuevos acuerdos de libre comercio
Clark Packard señala que han pasado diez años desde que EE.UU. firmara un acuerdo de libre comercio con nuevos socios comerciales, dato que se suma a una serie de indicios de una agenda comercial en descomposición.
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Por Clark Packard1
Vale la pena señalar que han pasado diez años desde que EE.UU. firmó un tratado de libre comercio (TLC) con nuevos socios comerciales. A pesar de las afirmaciones de que EE.UU. es “hiperglobalista”, la realidad es muy diferente. De hecho, como señaló Adam Posen, del Instituto Peterson de Economía Internacional, en su excelente ensayo de Foreign Affairs el año pasado, EE.UU. se ha estado retirando de la integración económica internacional durante unos 20 años. Las consecuencias de una agenda comercial estancada se harán más evidentes y pronunciadas a medida que pase el tiempo.
En 2012, entraron en vigor los TLC de EE.UU. con Corea, Colombia y Panamá, respectivamente. Desde entonces, la nueva liberalización se ha vuelto inexistente. Aunque se cometieron varios errores en el camino, la administración Obama al menos trató de seguir una ambiciosa agenda de negociación. En particular, negoció el Acuerdo de Asociación Transpacífica (TPP) con varias naciones de la Cuenca del Pacífico, una parte cada vez más vital del mundo, tanto económica como estratégicamente. Una vez que la administración Trump asumió el cargo, inmediatamente se retiró del prometedor pacto –un enorme error no forzado. Después de que EE.UU. se retiró del TPP, los miembros restantes consumaron el acuerdo y lo rebautizaron como Asociación Transpacífica Integral y Progresista (CPTPP).
Mientras tanto, la administración Trump supervisó una agenda comercial desastrosa: además de retirarse del TPP, impuso aranceles falsos de “seguridad nacional” sobre el acero y el aluminio importados de prácticamente todos los países del mundo, incluidos los aliados militares de larga data, lo que aumentó los precios, perjudicó la fabricación, y provocó el distanciamiento de socios comerciales; participó en una guerra comercial imprudente con China, que impuso enormes costos a la economía sin disciplinar los desafíos legítimos planteados por las prácticas económicas internacionales de Beijing; y reescribió el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) en una dirección más proteccionista.
Actualmente, la administración Biden no ha mostrado interés en la liberalización. Mientras que EE.UU. vacila –la Representante de Comercio de EE.UU. (USTR, por sus siglas en inglés), Katherine Tai, calificó recientemente a los TLC como una “herramienta muy del siglo XX”, una asombrosa admisión del director de la agencia encargada de derribar las barreras comerciales en todo el mundo– el resto del mundo claramente sigue adelante.
Mientras que perase una vez cuando EE.UU. usó su posición dominante en la economía global para liberalizar el comercio, crear instituciones y reglas vitales como el Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT) y su sucesor, la Organización Mundial del Comercio (OMC), ahora está claramente retirándose de un mayor liderazgo económico internacional. Otros están llenando el vacío. China, Taiwán, el Reino Unido posterior al Brexit y Ecuador han solicitado recientemente unirse al CPTPP. Asimismo, ha entrado en vigor la Asociación Económica Integral Regional (RCEP) liderada por Beijing. La OMC mantiene una base de datos de acuerdos comerciales regionales suscritos por varios miembros de la OMC. De hecho, una mirada superficial confirma una proliferación masiva de tales acuerdos en los últimos 20 años.
Para ser claros, los acuerdos regionales de libre comercio no son gratuitos. Promueven lo que los economistas llaman “desvió del comercio”, que ocurre cuando el comercio se desvía de un exportador más eficiente a un exportador menos eficiente simplemente por la creación de un acuerdo de libre comercio preferencial (o discriminatorio) o una unión aduanera –lo que el famoso economista comercial Dr. Jagdish Bhagwati llamó “termitas en el sistema de comercio”. Aun así, estos acuerdos son preferibles a ninguna liberalización en absoluto.
A lo largo de los años, los académicos de Cato han argumentado que los legisladores de EE.UU. deberían simplemente eliminar unilateralmente las barreras comerciales, independientemente de lo que hagan otros países. Si eso es políticamente imposible, entonces EE.UU. y los países de todo el mundo deberían negociar acuerdos multilaterales dentro del sistema de la OMC para que el principio básico de no discriminación se aplique entre todos los miembros. Desde que la Ronda de Doha colapsó efectivamente en 2008-2009, la liberalización generalizada dentro del sistema de la OMC ha estado inactiva. El sistema de la OMC está plagado de un requisito de que la liberalización multilateral sea unánime, lo que ha demostrado ser un gran obstáculo. Otra vía para la liberalización es a través de negociaciones plurilaterales mediante el sistema de la OMC –es decir, acuerdos con algunos miembros de la OMC, pero no con todos. Como ha escrito mi colega de Cato y exjuez principal del Órgano de Apelación de la OMC, el tribunal supremo del comercio mundial, los acuerdos plurilaterales ofrecen la mejor manera de avanzar hacia la liberalización dentro del sistema de la OMC. Hay negociaciones plurilaterales en curso sobre el comercio de los llamados “bienes verdes” –como turbinas eólicas, calentadores solares de agua, etc.– así como el comercio digital. Aun así, estas negociaciones han sido lentas. Eso deja a los acuerdos de libre comercio, tanto regionales como bilaterales, fuera del sistema de la OMC como la única forma activa de reducir las barreras comerciales. En el pasado, la búsqueda de acuerdos de libre comercio regionales y bilaterales por parte de EE.UU. ha impulsado la acción dentro del sistema de la OMC. Por ejemplo, el TLCAN ayudó a estimular la acción para completar la Ronda Uruguay, que convirtió al GATT en el sistema de la OMC.
Como señaló Posen el año pasado, la relación comercio-PIB de EE.UU. ha aumentado más lentamente que el promedio mundial (aumentó del 20% en 1990 al 30% en 2008) y “cayó al mismo ritmo que el mundo en general durante la crisis financiera, pero aún tiene que recuperarse”. Posen argumenta que es natural que EE.UU. tenga una relación comercio-PIB más baja que gran parte del mundo dada su economía grande y diversa separada por océanos importantes, pero debería liberalizarse aproximadamente al mismo ritmo que el resto del mundo, lo cual no es así.
Entonces, ¿cuáles son las consecuencias a largo plazo de una agenda comercial atrofiada? En primer lugar, los consumidores estadounidenses pagarán más por los bienes y servicios de lo que pagarían de otro modo. Asimismo, a pesar del mito generalizado, una agenda comercial inexistente reducirá los salarios reales, ya que el aumento del comercio tiende a promover la especialización y mejorar la productividad. Con el tiempo, significará un ecosistema menos innovador y dinámico para las empresas existentes que están protegidas de la competencia extranjera. A continuación, las empresas estadounidenses perderán el acceso a los mercados en el extranjero, ya que enfrentarán mayores barreras comerciales –tanto arancelarias como no arancelarias– y los competidores en otras partes del mundo con más acuerdos de libre comercio cumplirán con esas demandas.
En términos menos concretos pero posiblemente igual de importantes, EE.UU. perderá una herramienta vital de poder blando para establecer estándares en todo el mundo en áreas emergentes vitales para la economía del siglo XXI. Los competidores cercanos como China seguramente llenarán el vacío. Finalmente, EE.UU. perderá el prestigio y el respeto que ganó después de la Segunda Guerra Mundial cuando los legisladores aprovecharon sabiamente el estatus de EE.UU. como la única superpotencia mundial para crear el moderno sistema de comercio que existe hoy, que ha pagado enormes dividendos tanto económica como estratégicamente. De hecho, como señalaron Gary Hufbauer y Zhiyao Lu del Instituto Peterson en un estudio de 2017, “la recompensa a EE.UU. por la expansión del comercio –derivada de la liberalización de las políticas y la mejora de la tecnología del transporte y las comunicaciones– de 1950 a 2016 es de aproximadamente 2,1 billones (“trillions” en inglés, medidos en dólares de 2016). Además, concluye que el PIB per cápita de EE.UU. y el PIB por hogar aumentaron en consecuencia $7.014 y $18.131 respectivamente (ambos en dólares de 2016)”. Aun así, Hufbauer y Lu señalan que “la liberalización todavía tiene un largo camino por recorrer; las ganancias potenciales de la futura liberalización de políticas podrían llegar a $540 mil millones para EE.UU. para el año 2025”, lo que se traduciría en un aumento adicional en el PIB per cápita de alrededor de $1.700 y $4.400 en el PIB per cápita”.
Simplemente, EE.UU. no puede permitirse otra década de una agenda comercial en descomposición.
1Clark Packard es un investigador del Centro para Estudios de Política Comercial Herbert A. Stiefel del Instituto Cato.
*Este artículo fue publicado en elcato.org el 03 de enero de 2023