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Se define la ruta crítica como las tareas que deben realizarse en un periodo de tiempo determinado para lograr un objetivo; técnicamente es “un algoritmo utilizado para el cálculo de tiempos y plazos en la planificación de proyectos”. Bajo ese principio, sí o sí, el 6 de agosto del 2025 estaremos celebrando los 200 años de nuestra independencia. Y desde hoy, faltarán 81 días para la realización del Censo, el 23 de marzo.
La democracia boliviana está entrando en una crisis solo atribuible a la torpeza y la chambonada de sus conductores al estarse incumpliendo condiciones de la ruta crítica. Hoy día concluye el mandato constitucional, improrrogable, para el ejercicio de las competencias de quienes ejercen los órganos de administración de justicia. El Órgano Legislativo se encuentra en confrontación abierta por su presidente nato que declaró vacaciones colectivas sin haber concluido su Agenda Parlamentaria, y la convocatoria del presidente del Senado para reunirse. El Tribunal Constitucional que había declarado convencionalmente que la reelección indefinida a la presidencia era un derecho humano, hoy sorprende con lo contrario. El Tribunal Electoral luego de acompañar el Congreso del MAS, en un tiempo más que generoso, dice que no tiene valor y debe realizarse uno nuevo. El juicio por golpe de estado que ha empezado a peregrinar juzgados que admiten no tener competencia para juzgar ordinariamente a Janine Añez, encuentra la realidad que no puede ser negada que el parlamento con 2/3 de masista aprobó la renuncia del huido, y todas las autoridades constitucionales, todas, mantuvieron con la encarcelada, una relación propia de un estado de derecho. Que la persecución a los líderes de oposición al MAS, Camacho, Pumari, Revilla… continua sobre la base de las acciones cuestionadas. Que un gobierno constitucional nunca había sido acusado tan inmisericordemente por el jefe de su propio partido, por corrupción y protección al narcotráfico.
Este escenario que tendrá que enfrentar soluciones en el año que se inicia, se deberá completar con los resultados del Censo, el ajuste presupuestario del Estado, la distribución del poder, y la revisión de un padrón electoral que será muy distinto del marcado por el Censo del 2012 y las anteriores elecciones. Y que abrirá la puerta de las elecciones nacionales el 2025 y las elecciones regionales, el 2026.
Este recuento no busca sino comprobar si estamos viendo la misma película, pues a partir de ello, podremos iniciar las acciones de reconstrucción. La celebración del Bicentenario viene a nuestro encuentro para plantearnos la necesidad de un espacio de pacificación y de consensos.
Cualquiera sea el resultado de la primera vuelta electoral que previsiblemente encontrará un MAS dividido, tendrá una segunda vuelta con unificación de la base oficialista, siguiendo la tradición emenerrista. Y por el lado de la necesaria oposición democrática, la aparición de una campaña que oriente e interprete al electorado, sobre una propuesta y un candidato que demuestre que se ha aprendido la enseñanza de los anteriores procesos. Tarea complejísima para una lista de 20 actores que aspiran y se consideran presidenciables.
La tradición boliviana no es proclive a la aparición de candidatos sorpresivos y demandará inteligencia encontrar el mecanismo y la selección de quien, quienes, pueden sumar capacidades para devolver la tranquilidad electoral. Quienes apostamos por la construcción de una propuesta que unifique al electorado, antes que a los candidatos, sabemos lo laborioso que resulta escuchar la pulsión de la gente en una sociedad que tiene el 60% de la población menor de 30 años, que en un 80% vive en ciudades y se integra absolutamente por la conectividad de las redes y la post verdad que todo lo pervierte.
Jóvenes, mujeres, territorios, producción, turismo, consumo, clase media, migración, competitividad internacional, inteligencia artificial, van configurando un escenario augural y disruptivo. El Bicentenario nos demostrará si logramos cumplir la tarea.