OpiniónEconomía

El capitalismo es vida y esperanza

Christian A. Aramayo Arce

Presidente de la Fundación Gobierno Abierto.

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La historia de la humanidad puede contarse como una larga batalla contra la fragilidad. Durante milenios, la vida estuvo marcada por la enfermedad, el hambre y la incertidumbre. En 1800, la esperanza de vida global apenas superaba los 32 años y ni un solo país llegaba a los 40 años. La mayoría de las personas nacía sin garantías de superar la infancia, sin acceso a agua limpia, sin defensa contra epidemias, sin oportunidades educativas reales. La existencia humana era una lucha diaria por sobrevivir. Sin embargo, a partir del siglo XIX, algo extraordinario comenzó a ocurrir: la curva de la vida se elevó. No por azar, no por milagro, sino por la expansión del capitalismo y eso hay que recordarlo y celebrarlo.

Los datos lo testimonian con elocuencia: en 1950, la esperanza de vida global llegó a 48 años, y para 2012 alcanzó los 70 años. Esto significa que, en apenas dos siglos, la humanidad ganó más años de vida que en los 10.000 años previos de historia agraria. Este salto no fue retórico ni ideológico; fue empírico y esa es la fortaleza del sistema capitalista, ya que se construye de abajo hacia arriba, no fue pensado en un escritorio, fue un descubrimiento a partir de la prueba y el error… Fue el resultado directo de instituciones que permitieron innovar, invertir, comerciar, producir y aprender. Fue la consecuencia de un sistema que premia la creatividad humana, el emprendimiento, la acumulación de conocimiento y la cooperación social a gran escala. Es decir: fue el fruto del capitalismo.

Por eso afirmamos, con rigor moral y sin temor a la claridad, que “el capitalismo es vida y esperanza”. No porque sea perfecto — ya que, ninguna obra humana lo es—, sino porque es el único sistema que históricamente ha demostrado ampliar las capacidades humanas, crear abundancia donde antes había escasez y multiplicar oportunidades donde antes reinaba la desesperación. En cada país que logró integrarse a la economía de mercado, las personas vivieron más, tuvieron más acceso a alimentos, educación, vacunación, tecnología y dignidad. No son simples datos, son vidas salvadas.

Esta transformación, lejos de ser puramente económica, es profundamente moral. Elevar la esperanza de vida significa extender el tiempo que una madre tiene con sus hijos; significa que un joven tiene más años para estudiar y construir sus sueños; significa que una comunidad puede planificar su futuro, no sólo sobrevivir el presente. El capitalismo permite que más personas vivan más plenamente y que el destino deje de depender de la fatalidad y pase a depender del esfuerzo, la creatividad y la cooperación.

Hoy, cuando algunos discursos reduccionistas intentan presentar al capitalismo como una amenaza, conviene recordar lo que muestran estos datos: no existe proyecto humanista sin crecimiento, sin libertad económica, sin innovación, sin mercados que funcionen y sin instituciones que protejan la creatividad humana. El capitalismo es una máquina moral de expansión de oportunidades. Es vida porque permite vivir más. Es esperanza porque permite vivir mejor. Y es responsabilidad nuestra cuidar, perfeccionar y legar a las siguientes generaciones este sistema que, por primera vez en la historia, hizo de la dignidad humana una posibilidad universal.

Mientras que el socialismo genera filas para abastecerse de gasolina, el capitalismo genera filas para comprar regalos.

*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo


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Christian A. Aramayo Arce

Presidente de la Fundación Gobierno Abierto.

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