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El reciente informe del FMI sobre Bolivia no ha dejado a nadie indiferente. Y eso es bueno. Se trata de un informe importante que el país debe analizar y discutir. La opinión del FMI pesa mucho no solo porque el FMI es el organismo financiero al que se recurre cuando las papas queman, sino también porque este influye fuertemente en la opinión de la comunidad internacional. Inversionistas, socios comerciales y bancos multilaterales basan buena parte de su opinión sobre países en desarrollo en las conclusiones de la consulta del Artículo IV.
Algunos analistas han dicho que el informe no contiene sugerencias novedosas: más de la misma “ortodoxia.” Otros han dicho que, aunque el informe tiene consideraciones amistosas, ya no es tan generoso como en el pasado y muestra cierta preocupación. El gobierno, por su parte, ha salido rápidamente a rechazarlo y desplegar sus plumas “soberanas.” El ministro Montenegro se ha dado incluso el lujo de minimizar el informe calificándolo como un “recetario” que el país “no tiene porqué cumplir.”
Mi opinión es que el FMI produjo un informe débil y un tanto timorato. La economía en Bolivia viene mal, muy mal, y el FMI lo sabe. El gobierno solo está escondiendo la basura bajo la alfombra y rezando para que el puchichi no reviente antes de las próximas elecciones. Esa es toda la apuesta. No hay conejo escondido en la galera. Nuestras posibilidades de generar un tramado productivo sólido y sostenible son nulas si seguimos por el camino trazado por el MAS. El informe, por lo tanto, tendría que haberle jalado las orejas al gobierno de manera mucho más decidida.
El FMI destaca la baja inflación de 1,9% a junio de 2022, pero en la misma frase indica que esto se debe en buena parte a los subsidios y controles de precios de hidrocarburos y alimentos. En una columna anterior he argumentado que no dejar que los precios reflejen la verdadera escasez relativa de los bienes es un defecto y no una virtud. Mantener precios bajos de forma artificial no solo es caro (nos gastamos $us 1.500 millones en subsidios anuales a los hidrocarburos o un 3,7% del PIB), sino que también crea una burbuja en la que tomamos decisiones a ciegas. No hay, por lo tanto, nada que felicitar. Al contrario, el FMI tendría que llamarnos la atención y advertir que la mentirosa baja inflación nos está llevando a asignar ineficientemente nuestros recursos.
En el siguiente párrafo, el informe habla de los déficits fiscales del 2020 y el 2021, y menciona, acertadamente, que más de una tercera parte de ellos ha sido financiado por el Banco Central a contraparte de reservas. Pero nada más. Punto aparte y a otra cosa. Y esto me parece un grave error. Al hablar de déficits, el FMI tendría que anotar que llevamos nueve años consecutivos de los mismos a un ritmo de 8% del PIB. Tendría que decir, además, que esto nos ha llevado a una deuda total que representa ya un 80% del PIB. Y si hablamos de RIN, el informe tendría que decir que pasamos de más de $us 15.000 millones el 2014 a solo $us 4.300 millones a la fecha ($us 1.300 millones en cash). El descalabro de las RIN muestra la debilidad estructural de la economía.
Más adelante el FMI afirma que “si Bolivia elige mantener su tipo de cambio fijo,” entonces tendría que reducir su déficit primario a 1,5% del PIB. Para esto tendría que reducir el gasto reduciendo los subsidios, limitando el crecimiento de la inversión y los salarios en el sector público, e incluso eliminando el doble aguinaldo. Todo eso está muy bien. Claro que hay que reducir el gasto. Pero la sugerencia no debería venir en condicional. ¿O acaso sugiere el FMI que, si nos movemos hacia un tipo de cambio flexible, entonces no es necesario un ajuste? Devaluar y seguir gastando es la receta perfecta para el desastre. Es imperativo mantener el tipo de cambio fijo porque es el ancla de las expectativas. Es, por lo tanto, también imperativo reducir el gasto. El ajuste no es opcional y aquí no hay margen de error.
Otro paso en falso del informe es su sugerencia de que para reducir déficits se tendría que subir el impuesto a la renta personal a las familias de mayores ingresos. ¿Está sugiriendo el FMI otro impuesto a las grandes fortunas? Esta recomendación es una verdadera vergüenza. Los déficits no se reducen haciéndole la mochila más pesada a los privados y, en este caso, a los que tienen más posibilidades de invertir y crear empleo. Los déficits no se cortan subiendo impuestos sino reduciendo gasto. El FMI tendría que saber que tenemos más de medio millón de empleados públicos, 17 ministerios, más de 50 viceministerios y más de 200 entidades que dependen de ellos. Tendría que saber que nos gastamos $us 18 millones al día en sueldos y salarios, y tendría que saber que nuestras empresas públicas son un grifo abierto de ineficiencia y corrupción por donde se nos va la plata. Esa gastadera es la que tenemos que recortar para reducir déficits. Basta con seguir pidiendo que los privados asuman el costo.
El informe también recomienda reducir el contrabando y la informalidad, pero no dice que estos sectores son la única forma que tienen las familias más pobres de estirar su ingreso. El FMI sabe muy bien que el contrabando y la informalidad son las vías de escape de la población a una institucionalidad perversa que hace tremendamente difícil, sino imposible, producir, invertir o contratar formalmente. Sin seguridad jurídica y sin reducir impuestos, burocracia y regulaciones en el mercado laboral, seguirá siendo muy caro ser formal, y el contrabando y la informalidad seguirán siendo la única solución. El informe solo le dedica una frase al final del informe a nuestro infierno institucional cuando este ha sido siempre el gran problema de nuestra economía.
Pero no todo es malo. El FMI sí enfatiza la necesidad de reducir el subsidio a los hidrocarburos que, como ya hemos dicho, se come $us 1.500 millones al año. Esto es muy importante. Muchos analistas ven que esto muy difícil políticamente, y tienen toda la razón, pero eso no quita que sea lo que se tiene que hacer. Habrá que buscar formas creativas de hacerlo (el FMI recomienda una reducción paulatina compensando a las familias más pobres), pero resolver este problema es tan necesario como urgente. El FMI también sugiere profundizar la independencia del Banco Central, lo cual es una recomendación muy sensata en vista de los múltiples prestamos que este le ha hecho al TGN en los últimos años.
En suma, el informe del FMI es un informe débil, que, aunque trae buenas recomendaciones, no le jala las orejas al gobierno como debiera. La economía no va por un buen camino. Nos farreamos la bonanza y no tenemos un plan B. Vivimos solo a punta de déficits y deuda, y requerimos de un golpe drástico de timón. El FMI lo sabe, pero no lo dijo.