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Hoy en día, una panorámica recurrente de la condición humana, nos va dejando ver un proceso de deterioro en el ámbito de la interacción social, en el que desafortunadamente destaca con mayor frecuencia la población juvenil y en ocasiones infantil y cuyo precedente está en relación directa con la precariedad pedagógica dentro de la familia, que más que ausente, en la mayoría de las veces es “incierta”, que nos muestra un detrimento de la ley tanto explícita como internalizada y que se manifiesta por medio de una falta de límites y trasgresiones en el más amplio sentido de la palabra.
Cabe aclarar, que dicha precariedad pedagógica dentro de la familia se origina en la deficiente habilidad de los padres para educar a los hijos, que se manifiesta por medio de una forma frecuente de apatía y abandono involucrados en la falta de supervisión y mecanismos de crianza inadecuados, y que reflejan el rechazo para resolver las necesidades afectivas inherentes al desarrollo de los niños. (Léase los estudios realizados por Ann Streissguth).
Dado que educar a un niño, implica enseñarle a educar, es muy importante considerar que si se le trasmiten valores morales, aprenderá a trasmitir valores morales; si se le insulta, aprenderá a insultar; si se le ridiculiza, aprenderá a ridiculizar; y a todo lo anterior hay que añadir que las prácticas inapropiadas de disciplina dentro de la familia, que implican humillación y ataque a la autoestima, ocasionan que el niño desarrolle patrones de inadaptabilidad social, razón por la cual, los efectos de los castigos corporales, como vía de supresión de comportamientos indeseables y su repercusión en el comportamiento posterior conlleva a efectos colaterales de carácter adverso con incremento de la agresividad dentro del hogar y por ende en la escuela, así como una variedad de desórdenes conductuales y psicológicos de: ansiedad, depresión, aislamiento, impulsividad, delincuencia y abuso de sustancias psicoactivas.
Por todo lo anterior, habremos de considerar que el precursor temprano y más importante de agresión es la disciplina punitiva y errática de los padres por medio de actitudes severas hacia sus hijos durante la infancia y la niñez, así como, la pobre supervisión parental y/o la incertidumbre que genera la desintegración familiar.
Condiciones en las cuales, sobre la base de la argumentación anterior, daremos respuesta a nuestra pregunta inicial ¿el delincuente nace o se hace? a lo cual, con toda certeza podemos responder: Cuando se frustran las necesidades vitales del niño, debido a que el adulto abusa de él por motivos egoístas, le pega, lo castiga, lo maltrata, manipula, desatiende o engaña, la integridad del niño sufrirá un daño irreparable y le conducirán a “acciones destructivas contra otros”, como el comportamiento criminal o los asesinatos masivos, o “contra sí mismo” por medio de poliadicciones, prostitución, desórdenes psíquicos y en última instancia el suicidio.
Una aproximación desde este punto de vista, la luz sobre el conocimiento y la razón lógica, han permitido conocer los efectos de las experiencias traumáticas de la niñez, sobre el comportamiento absurdo y el proceder delictuoso, por lo tanto, será solamente el aumento de nuestra sensibilidad sobre la crueldad con los niños y sus repercusiones sociales, lo que nos posibilitará acabar con la violencia trasmitida de una generación a otra, es decir, con la génesis de la delincuencia.
*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo