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La narrativa de la «Suiza Andina» (la metáfora de prosperidad, estabilidad económica inquebrantable y gestión eficiente que el Movimiento al Socialismo promovió tenazmente durante su apogeo) no era simplemente un eslogan político; constituía el pilar de una subjetividad social cuidadosamente construida. De hecho, mucha gente se la creía. Esta subjetividad se basaba en la premisa de que el progreso material y la redistribución, financiados por el boom de las commodities eran la prueba irrefutable de la superioridad de su modelo hegemónico. Dicha narrativa buscaba suturar las fisuras históricas de la sociedad boliviana, sustituyendo la contienda ideológica por una adhesión de orden étnico y racial, sin embargo, como ocurre con todo constructo ideológico que evade la confrontación con la realidad estructural, la imagen de esta «Suiza» indígena se desplomó de manera abrupta. La crisis económica, la escasez de divisas, el déficit fiscal crónico y, crucialmente, la exhibición pública de niveles increíbles de corrupción sumada a las fisuras internas de poder y la erosión final de la institucionalidad judicial, han provocado un quiebre definitivo en la imagen exitista del gobierno masista. El mito de la estabilidad incondicional dio paso a la certeza de que estábamos bajo un régimen cifrado en el engaño y la mentira.
Sin embargo, lo que resulta asombroso en este panorama de desmoronamiento es la respuesta del cuerpo social. La ciudadanía boliviana, en lugar de caer en la desesperación anómica o sucumbir a soluciones populistas extremas o esas dictaduras que siempre emergen en momentos de crisis, ha manifestado una madurez democrática que desafía los pronósticos.
La ciudadanía parece haber trascendido la polarización ideológica que enfrentaba la sociedad entre derechas e izquierdas, demandando soluciones fuertemente asentadas en principios morales y éticos claros y una institucionalidad eficiente. En el seno de las expectativas sociales los temores exigen cosas como la restauración de la República o la independencia de los poderes del Estado, la reforma judicial y la transformación de la policía. Esto denota una clara señal de que la sociedad civil ha internalizado la noción de Estado de Derecho como un bien público esencial
El rechazo a las pasadas narrativas masistas no se canaliza principalmente por la protesta callejera, se observa una proliferación de esferas públicas digitales y espacios de deliberación ciudadana, donde la crítica se articula con argumentos técnicos, económicos y constitucionales. De pronto la esfera pública se ha nutrido de una racionalidad democrática y expresa una madurez cívica y ciudadana que el secante régimen masista tenia invisibilizada bajo el discurso indigenista y mítico- Pareciera que experimentamos una verdadera emancipación cognitiva. Los expertos en estos usos del lenguaje y la subjetividad social hablan de una capacidad de autoorganización discursiva inédita, algo que para los que hemos pasado más de 6 décadas observando la historia política nacional resulta de alguna manera inéditamente admirable.
Esta notable madurez política reside en el desarrollo de un Poder Ciudadano que es consciente de su fuerza y que, a menudo, se distancia tanto del oficialismo como de las oposiciones tradicionales. Los especialistas hoy hablan de una “inteligencia colectiva” producto del poder de las redes sociales y el desarrollo de ciudadanía activa.
En esencia, mientras el espejismo de la «Suiza Andina» se desploma ante la contundencia de los indicadores reales, la democracia ciudadana boliviana está mostrando una resiliencia formidable. Es un proceso en el que la decepción frente al fracaso plurinacional (económico y político) se transmuta en una energía ciudadana y cívica que exige calidad institucional, concertación ética y moral políticas, cualidades de las que, hasta ahora, el Gobierno de Paz Pereira ha dado señas muy claras y eficientes.



