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El éxito de Javier Milei en las últimas elecciones primarias en Argentina ha provocado una verdadera latría en ambientes opositores en Bolivia. En ese estado de ánimo, no son pocos quienes piensan que, por ejemplo, para que “Bolivia se salve” necesitamos un Milei criollo.
Sin embargo, ¿es la receta económica que pregona Javier Milei la que entusiasma a muchos, o el embalaje que la envuelve? Toda adscripción ideológica es, en principio, una reacción emotiva. Lo atrayente –y también o peligroso– de Milei el recurso y la manipulación de emociones. Adecuadamente operadas como “solución milagro”, es posible que el ciudadano reniegue de sus vínculos emocionales más profundos respecto a su identidad y autoestima en espera de un milagro que mejore su situación económica calamitosa. Es el cuento de la dolarización como panacea de la miseria económica en Argentina. Ecuador ya ha dolarizado su economía, sin que ello haya eliminado el fenómeno de la inflación (el año 2022 fue del 3,5 %) ni garantizado mínimamente la funcionalidad institucional y la estabilidad política.
Milei es la reacción a un fenómeno político argentino –el peronismo– que para tener éxito y atención popular debe adoptar exteriorizaciones grotescas y extravagantes. No es pues, la doctrina económica de Javier la que impacta la sensibilidad y entendimiento de esa población, sino el que “por fin” alguien diga “sus verdades” a una estructura política, a su dirigencia y a sus seguidores.
En Bolivia, si en algo puede influir lo que sucede actualmente en Argentina, no es imitando el recetario de economía ultra liberal de Milei (que pocos dominan y más pocos aun la conocen en detalle), sino meditando para la realidad boliviana algunos de sus planteamientos que causan emotiva adscripción en Argentina: la denuncia a la casta política y el consecuente “que se vayan todos”.
Esto es tanto más importante porque la historia nos demuestra que cuando en Bolivia imitamos mal nos va peor. Nuestras “elites” tienen menos personalidad que las del resto del continente. La descolonización (llamada aquí “guerra de la independencia”) ha sido en su objetivo de crear una casta suficiente, eficaz e idónea, más lastimera que en el resto de países del continente. En general, copiamos, cuando –curiosamente– países vecinos a quienes tomamos de modelo buscan, a su vez, imitarnos. Y esto es particularmente perceptible en nuestra relación con Argentina.
En 1809 se dieron en el Alto Perú en Chuquisaca y La Paz los primeros “gritos de independencia”. Nuestra elites amodorradas y convenencieras tuvieron miedo de lo que algunos de sus hijos habían osado y prefirieron el sometimiento al español hasta que en 1825 fueron, “a la fuerza”, liberados por tropas venezolanas. Sin embargo, impregnados de los sucesos de 1809, los próceres argentinos sí lograron la independencia de su país en 1810. Con la mente encendida por los acontecimientos alto peruanos y la rebelión de los amarus y kataris, Bolivia fue “liberada” en 1811 por tropas del ejército expedicionario argentino al mando de Castelli. En Tiwanaku se proclamó la liberación del indio. Suficiente para que las elites altoperuanas prefirieran el dominio español a una independencia con indios encumbrados como gobernantes.
En la Argentina de entonces leyeron mal la situación del Alto Perú de entonces. Hicieron lo mismo cuando los acontecimientos del 2019, cuando esperaban un levantamiento indígena y popular para reestablecer en el trono al que consideraban el inca de entonces: Evo Morales. De alguna manera, el Milei de hoy es producto de los terremotos que si iniciaron en Bolivia el 2019.
Sería conveniente para todos que nuestra clase política lograse amor propio e incentivase deseo de originalidad. Bolivia sigue dando la tónica. El 2019, por errores de quienes debían iniciar un nuevo ciclo el MAS resurgió de sus cenizas. Perfectamente ese partido puede estabilizarse en el control del país, en la medida que inaugure un nuevo ciclo, rompiendo con su pasado, situación difícil pues su principal estrella, Evo Morales, prefiere morir estrellado a permitir una renovación en ideas y líderes de su “Instrumento Político”. Pero la renovación puede provenir también del surgimiento de un nuevo liderazgo, que pueda leer los factores culturales e históricos en el cambio político y relativice los dogmas ideológicos economicistas, sean estos estatistas o liberales.