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El Espejismo del “Bloque Popular-Nacional”

Renzo Abruzzese

Sociólogo

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El reciente intento del oficialismo por aglutinar a las diversas facciones del Movimiento Al Socialismo (MAS) y otras fuerzas no democráticas en un bloque denominado “bloque popular-nacional” representa una maniobra política cargada de simbolismo histórico, pero potencialmente desconectada de las realidades sociales contemporáneas.

Sociológicamente, es innegable que “lo popular” tuvo su momento de esplendor y eficacia analítica y política marcada por la centralidad de la clase obrera. Durante gran parte del siglo XX los obreros, organizados en sindicatos y partidos eran sin duda la vanguardia de las luchas por mejores condiciones de vida, y en consonancia con esta demanda las clases medias empobrecidas y los sectores excluidos eran componentes naturales de lo que se denomina bloque nacional popular. Había detrás de todo este movimiento un sujeto histórico colectivo – “el pueblo” – al que se adherían en una relación a menudo subordinada pero solidaria otros sectores empobrecidos: campesinos, artesanos, clases medias y capas marginalizadas de las ciudades. “Lo popular” era, y aún es, en esencia el espacio teórico que aglutina a los pobres.

Sin embargo, las últimas décadas han sido testigo de transformaciones profundas que han erosionado esa centralidad obrera y la estructura misma de la sociedad. El desarrollo de las fuerzas productivas del capitalismo tardío, caracterizado por la automatización, la terciarización económica y la globalización, ha reconfigurado drásticamente el mundo del trabajo. La fábrica ya no es el epicentro exclusivo de la generación de valor ni de la identidad colectiva y en consecuencia tampoco es epicentro del poder de los sectores de bajos recursos. El crecimiento y la complejidad de las clases medias, la expansión del sector informal y la heterogeneidad de las trayectorias laborales desdibujan el contenido de “lo popular”.

En un momento de la evolución social en que los grandes movimientos colectivos han dado paso a los movimientos conectivos pautados por el avance exponencial de la tecnología, la ciencia y la comunicación instantánea a través de redes y sistemas propios de la era digital, la realidad de las sociedades se ve mediada por nuevas variables de poder y nuevas formas de interacción social. La revolución digital ha creado una esfera pública interconectada donde las identidades y las demandas se articulan de manera más fluida y transversal sobre una base tecnológica que, en gran medida, ha sustituido la necesidad de estructuras organizativas del tipo sindical o gremial.  La sociedad ya no se mueve exclusivamente por las grandes narrativas de estos sectores, particularmente narrativas de clase, sino por “pulsiones ciudadanas” centradas en demandas por derechos individuales y colectivos, transparencia, rendición de cuentas, calidad de vida, reconocimiento de diversidades, protección ambiental, etc. Estas pulsiones no niegan la existencia de desigualdades económicas, pero las recontextualizan dentro de un marco más amplio de ciudadanía activa y vigilante.

Basados en estos argumentos aferrarse a la categoría “popular-nacional” en su acepción clásica resulta problemático. El verdadero poder ya no reside únicamente en la capacidad de movilización de las clases sociales tradicionales, sino en la articulación de la ciudadanía informada y conectada. La tecnología no es solo una herramienta, sino un espacio de disputa y una fuente de poder en sí misma (control de datos, comunicación estratégica, ciberseguridad). La ciencia y el conocimiento técnico, por su parte, ganan terreno como fuentes de legitimidad frente a las narrativas puramente ideológicas y las decisiones políticas se hacen más seguras y creíbles cuando su fundamentación está basada en evidencias tecnológicamente tratadas, en la precisión que brinda el Bigdata, la infiabilidad del algoritmo y la concatenación lógica que suele ofrecernos la inteligencia artificial.

La estrategia del oficialismo de invocar un “bloque popular-nacional puede interpretarse como un intento de revivir una épica pasada. Sin embargo, corre el riesgo de ser un anacronismo. Ignora que la fuente principal de legitimidad y movilización social hoy se encuentra más en la capacidad de responder a las demandas ciudadanas que en la apelación a una identidad “popular” difusa y a una estructura de clases que ya no opera como antes.

En definitiva, la apelación a un “bloque popular-nacional” anclado en la vieja centralidad obrera parece desconocer el desplazamiento ocurrido en la estructura social y en las fuentes de poder. La sociedad boliviana actual, como muchas otras, se define más por la dinámica compleja entre ciudadanía activa, el impacto disruptivo de la tecnología y la creciente relevancia del conocimiento científico, que por las dicotomías clasistas del siglo XX. Cualquier proyecto político que aspire a la hegemonía deberá comprender y dialogar con esta nueva realidad, más allá de la simple reedición de categorías históricas, por muy gloriosas que hubieran sido en el pasado reciente.

*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo


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Renzo Abruzzese

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