El Evo de 2005 y el de 2025
Evo Morales parece añorar su triunfo electoral del año 2005. Piensa que puede reeditarlo en las elecciones de 2025. ¿Sera posible? Las condiciones actuales no son las de años atrás y, más bien, juegan decididamente en desmedro de las expectativas del expresidente.
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¿Por qué se dio el triunfo electoral del MAS en las elecciones de diciembre de 2005? En esa fecha, la fórmula de Evo Morales como presidente y Álvaro García Linera como vicepresidente logró el sorprendente 54% de los votos, porcentaje solo superado por Víctor Paz Estenssoro, quien obtuvo el 74% de los votos en la elección presidencial de junio de 1960. Indudablemente, en la victoria del MAS en 2005 influyeron varios factores. Nos detendremos en lo relativo a la calidad indígena del entonces candidato del MAS.
Bolivia no es aún una nación integrada. Existen discordancias regionales y desavenencias étnicas. El orden colonial español se caracterizó por una pirámide social y política de estricta división en castas. El indio la integraba solo como vasallo, situación propia al estatus de pueblos sometido. Lo particular en el caso andino es que la resistencia indígena no se da como defensa intransigente de su otredad sino como esfuerzo para aprehender en su provecho el nuevo orden, así foráneo y usurpador que fuera.
La imposibilidad colonial para entender y asimilar esta realidad condujo a pifiar su política hacia los indígenas. España no tenía interés en cimentar ninguna nueva identidad nacional, solo establecer instituciones para administrar la depredación de los recursos naturales de esa época, principalmente oro y plata. Por ello la corona española fomentó una especie de “desarrollo separado”, de “bantustanes”, en los que los caciques debían tener cierto poder, funcional a los interesas de la administración española.
Esta política acentuaba la experiencia indígena del engaño, del cual tuvo agria experiencia Manco Inca. La situación empeoró tras la llamada independencia: el criollo fue con frecuencia más racista y excluyente que sus padres españoles. Lo curioso es que el abatimiento del indígena se lo ejerció siguiendo la moda de las corrientes ideológicas del momento: la ilustración y los Derechos del Hombre y del Ciudadano.
El criollo fracasó en el intento de crear nación y establecer un Estado viable. En esa frustración, el subterfugio fue siempre el indio, quien fue compelido a seguir su propio ritmo y vivir su propio contexto, no como expresión de una voluntad de preservar su identidad sino como resultado del marginamiento y la iniquidad estatales.
De tiempo en tiempo los ciclos indígenas y criollos se entrecruzaron, coincidiendo en periodos fundacionales en la historia de Bolivia: La guerra federal de 1899 o la Revolución Nacional de 1952, por ejemplo. En esos periodos el indio era enfocado necesariamente según la ideología de moda surgida en Occidente.
En esos periodos y desde la arremetida de Pizarro se vislumbraron dos actitudes del indígena: la concurrencia y la rebeldía. Quizás no como dos actitudes opuestas, sino como consecuencia una de la otra. Si resulta acertada nuestra caracterización de la política indígena como un intento de “aprehender en su provecho el nuevo orden, así foráneo y usurpador sea este”, la rebeldía es la reacción normal al resultar defraudada esa expectativa. Manco Inca es el arquetipo de esa actitud. También el Willka Zarate, en 1899.
En el trascurso histórico se da también una disociación de ambas actitudes. La concurrencia se transforma en colaboracionismo –en llunkerío– y la rebeldía en asonada. Como en toda situación colonial, el valor moral y la calidad de conducta suelen acompañar una de esas opciones. Con todo lo valioso y noble que tiene la rebeldía, a veces desemboca en el solo desorden. Con todo lo oportuno y realista que comporta la concurrencia, termina frecuentemente en la capitulación y el sometimiento.
El resultado de 2005 fue consecuencia de sucesos que tuvieron su eclosión años antes, cuando la autoestima y el poder indígena se manifestó en el campo y en las calles de las ciudades acosando a presidentes como Hugo Banzer y Gonzalo Sánchez de Lozada. Fueron movimientos dirigidos y concebidos por el Mallku Felipe Quispe. En cotejo con el entusiasmo que despertaba entre indígenas, el Mallku provocaba miedo y temor en los criollos.
La aprehensión a una “revancha étnica” abrió camino a otro indio, más astuto y acomodaticio: Evo Morales. Ese transcurso le fue facilitado por un cambio en los parámetros ideológicos occidentales: el indígena dejaba de ser el salvaje sedicioso para convertirse en una especie de gurú medioambientalista, la famosa “reserva moral de la humanidad”. El escenario estaba servido para la engañifa y el aprovechamiento político.
Ya dejaron de ser tema obligado en la academia, la cooperación internacional y los medios políticos a ellos vinculados los temas como el suma qamaña, las revoluciones epistémicas, la cosmovisión indígena y otras apariencias. En Europa, los periódicos no dedicarían ahora páginas a discernir sobre el significado indígena de la chompa de Evo Morales, por ejemplo. Para archivar esas incurias conceptuales no solo fueron necesarias que pasaran por la prueba de fuego de la experiencia práctica como políticas de Estado. En Bolivia, la “reserva moral de la humanidad” se atascó en la experiencia del Fondo Indígena. Simplemente que en Europa dejaron de ser modas conceptuales. Por otro lado, la movilización indígena atraviesa ahora su etapa de transición en la que no sobresalen movilizaciones rupturistas, sino el pragmatismo que la ata solamente a quien maneja los mecanismos del estado.
No, definitivamente 2005 no es 2025 y Evo Morales debe tomar adecuada nota de ello.