El huevo de la serpiente
La democracia surgió en Occidente hace poco, y no ha sido, ni es, la organización política más difundida en el mundo. Se desarrolló a partir de los ideales de la Revolución francesa de libertad, igualdad, y fraternidad, que implantaron la idea de que las autoridades legítimas deben tener el apoyo de una mayoría de ciudadanos que cambia todo el tiempo cuando se celebran elecciones libres que permiten la alternabilidad en el poder.
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Los países en los que se implantó la democracia son los que más han progresado en términos económicos, científicos y culturales. Son también aquellos en los que surgieron y se desarrollaron algunos valores generalmente aceptados en la sociedad contemporánea: los derechos de las mujeres, el respeto a las diversas razas y culturas, a la diversidad sexual, la defensa de la vida, del medio ambiente.
Hay sin embargo, muchos países autoritarios en los que no existe una democracia real, y siguen vigentes los valores del pasado. Irán es un país gobernado por clérigos que se creen portavoces de los mitos de un Dios que les ordena matar homosexuales, prohíbe la música, no reconoce los derechos de las mujeres a las que obligan a cubrir su rostro con velos que eviten que estalle la concupiscencia. En Irán, una mujer que exhibe su mejilla puede ser sentenciada a muerte y también quienes la defiendan. El mismo Dios parece tener una orientación sexual distinta en la sociedad Tuareg, también islámica, en la que son los hombres los que deben cubrir su rostro libidinoso, mientras las mujeres pueden lucir su belleza sin problemas.
No solo en Irán, sino también en las otras sociedades autoritarias, gobiernan solamente hombres, que son los líderes religiosos, políticos, presidentes, secretarios generales de los partidos que gobiernan. En siete décadas de socialismo real, nunca hubo un secretario general del Partido Comunista que sea mujer.
El autoritarismo tuvo una de sus expresiones más brutales con el nazismo y el Holocausto que, para sorpresa de muchos, se desarrolló en Alemania, un país europeo caracterizado por su enorme desarrollo intelectual y científico. Con los prejuicios racistas que suelen existir también en el ámbito académico, eran más explicables el fascismo, el falangismo, y los populismos tropicales que el nazismo.
Terminada la Segunda Guerra Mundial, un equipo, dirigido por Teodoro Adorno, intentó comprender el tipo de personalidad de los individuos “potencialmente fascistas”, usando un concepto que había acuñado Erich Fromm. La llamaron “personalidad autoritaria” y ese fue el nombre de un apasionante texto publicado en 1950, basado en una enorme investigación empírica, conocida como El estudio de Berkeley, que se basó en un gran número de encuestas sobre el prejuicio, diseñadas desde un marco teórico psicoanalítico / psicosocial.
Los autores quisieron comprender cómo ganan el apoyo popular y se mantienen en el poder regímenes autoritarios a pesar de los atropellos monstruosos que a veces cometen. Más allá de las condiciones sociales, intentaron desentrañar los mecanismos psicológicos que hacen que los individuos puedan respaldar fanáticamente esos proyectos.
Encontraron que la personalidad autoritaria se forma en la infancia a través de una combinación de factores sociales, culturales y psicológicos. Los autoritarios obedecen irracionalmente a quienes consideran sus superiores, exigen una obediencia semejante a sus subordinados, tienen una forma inflexible de pensar.
Adorno construyó escalas con las actitudes que parecían más importantes para que se estructure la personalidad autoritaria. Destacan entre ellas el racismo, la homofobia, la misoginia, el etnocentrismo, el antisemitismo, la incapacidad de diálogo con el distinto.
El autoritario siente que pertenece a un grupo privilegiado, con frecuencia adhiere a mitos que le vinculan con dioses o seres sobrenaturales que cree que le otorgan la misión de atacar y destruir a los “malos”.
Los autoritarios necesitan controlar y dominar a los demás, tienden a ser mesiánicos, dicen que con ellos comienza la historia. Establecen jerarquías rígidas y relaciones desiguales y despectivas con sus subordinados.
Sus formas de pensar son rígidas, estereotipadas, plagadas de prejuicios. Los individuos con personalidad autoritaria crean una visión cínica de la vida, buscan resolver los conflictos por la fuerza, tienden a creer más en los mitos y en la magia que en la razón.
Alfred Adler añadió después otro elemento: el individuo autoritario necesita mantener el control de todo y demostrar superioridad sobre los demás. Promueve una visión conspirativa del mundo, que suponen poblado por enemigos que solo quieren hacer el mal para conseguir su propio beneficio. Ellos, en cambio, se presentan como los únicos voceros del bien.
Un libro para los nuevos tiempos
La personalidad autoritaria, que era el germen del nazismo, ha sido motivo de varias obras de arte excepcionales como el musical Cabaret, ambientado en el Berlín de 1929, cuando surgía el nacional-socialismo. La película, protagonizada por Liza Minnelli, se desarrolla en torno al Kit Kat Klub, en el que una cantante inglesa entabla relación con un novelista norteamericano. Los elementos de la personalidad autoritaria aparecen en varios de los personajes que viven en ese ambiente decadente, propio de las tensiones que se vivieron en los últimos días de la República de Weimar. La crisis de la democracia permitió que líderes que no creían en las instituciones orientaran el desencanto e instauraran una dictadura nefasta.
Otra fue la película El huevo de la serpiente, dirigida por Ingmar Bergman en 1977, que se ambienta en la Berlín de la década de 1920. La personalidad autoritaria germinaba alentada por el despecho de la gente, el antisemitismo, los prejuicios en contra de las minorías, los gitanos, los homosexuales, un ambiente de miedo, inseguridad y la sensación de que era necesario un mesías que conduzca a Alemania para superar las desgracias generadas por el Tratado de Versalles. El nombre de la película tiene que ver con que uno de sus protagonistas, Vergérus, dice “cualquiera puede ver el futuro, es como un huevo de serpiente. A través de la fina membrana se puede distinguir un reptil ya formado”. Todavía no se consolidaba el nazismo de la década de 1930, pero ya era posible ver al monstruo a través de la fina membrana del huevo del reptil.
Ojalá ese símil no tenga que ver con el futuro de Argentina, en un momento en el que el colapso económico y la sensación generalizada de angustia pueden poner las bases de un autoritarismo semejante.
La sociedad de internet, en la que las máquinas funcionan con algoritmos que fomentan el fanatismo, atenta en contra de la alteridad. Este concepto, al que nos hemos referido reiteradamente en esta columna, supone reconocer al álter, al otro, al distinto, a quien piensa de otra manera, no con la intención de perseguirlo, sino para dialogar con él y encontrar puntos de convivencia.
La sociedad hiperconectada en la que nos relacionamos no solo con muchos que son diversos dentro de nuestros propios países, sino con otros de todo el mundo, exige que tengamos una mentalidad abierta, capaz de comprender que existen distintas verdades y visiones del mundo con las que debemos convivir.
La heterogeneidad hace indispensable una visión inclusiva de la vida. Si usted es mujer, aunque sea muy bonita y chiita, no necesita ponerse un velo para controlar la libido de su país. Tampoco si se cree un adonis y es Tuareg. Debemos aprender a vernos el rostro sin problemas, a no despreciar a los otros por el color de su piel o por su cultura.
Normalmente se instala la discusión acerca de si la libertad de expresión debe garantizar que se pronuncien discursos racistas, misóginos y homófobos en nombre del liberalismo. Ampliando el tema se podría pedir que se pueda defender el canibalismo o el exterminio de “razas inferiores” tenidas por malvadas.
En Occidente existe un consenso de que esas ideas, que fomentan la personalidad autoritaria, son anticuadas y no tienen fundamento racional, pero estos valores son recientes. Personalmente adhiero totalmente a Black Lives Matter, creo que las vidas de los negros deben ser respetadas, me puso contento que Obama fuera elegido presidente de los Estados Unidos, pero soy consciente de que el rechazo al racismo es muy reciente y no está difundido en la mayoría de países del mundo.
Recién en 1960 el gobernador de Alabama imponía la segregación racial en los buses de su estado, cosa que ahora parecería bastante salvaje. Estamos al borde de una guerra mundial por los delirios de grandeza eslava de un dictador ruso, los fundamentalistas islámicos ponen en peligro la paz y se dan el trabajo de venir a la Argentina a asesinar a nuestros ciudadanos en nombre de sus delirios autoritarios.
La democracia representativa está en crisis, necesitamos pensar nuevos caminos para fortalecerla, pero la alternativa autoritaria no lleva a nada. Debemos dar la batalla por el cambio dentro de la democracia, ejercitando nuestro derecho al voto para escoger a los líderes más preparados, y también más sensatos que puedan realizar la transformación dentro de las instituciones.
Hemos visto en las últimas semanas cómo grupos violentos intentan detener los cambios, realizados dentro de la Constitución en la provincia de Jujuy, y cómo dirigentes que se dicen revolucionarios protagonizan un estremecedor episodio criminal en la provincia del Chaco, con instituciones y grupos esotéricos autoritarios financiados generosamente por el Estado provincial y nacional. También cómo algunos grupos se dedican a mantener sus ideas tomando calles, acampando en las avenidas para defender los privilegios de las empresas de la pobreza.
La respuesta no puede ser tomarse las calles e incendiar coches para defender el orden. Además, siempre serán menos los que salgan a pedir que suban las tarifas de todos los servicios, que quiten los derechos a los trabajadores o que persigan a los argentinos más morenos, que los que defiendan las tesis contrarias.