El humanismo mexicano de López Obrador
El presidente de México deja un país pujante, en el que se desarrolla con fuerza un capitalismo exitoso, que cuida al mismo tiempo ciertos niveles de justicia social. Si Milei logra en Argentina acercarse a los resultados económicos del gobierno de AMLO, como se lo conoce, puede aspirar a la reelección. México y Argentina son los países latinoamericanos más lejanos en el continente, y también las culturas más distintas. Mientras el primero fue un imperio enorme, con una historia milenaria, la Argentina se formó con la emigración europea del siglo XIX. Aquí muchos creen que México es un país sin importancia que está en Centroamérica. En México, la ignorancia acerca de Argentina es semejante. Las élites latinoamericanas pueden mencionar fácilmente a los candidatos presidenciales de los Estados Unidos, pero no saben quiénes son los de sus vecinos.
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México es un país norteamericano, el más grande del mundo de habla hispana; su población equivale a la suma de los siguientes más grandes: Colombia, España y Argentina. La ciudad de México en 2018 tuvo un PBI de 568.445.000.000 de dólares, mayor que la de todos los países hispanos de la región, con la excepción de cinco.
México es un viejo imperio. En los inicios de la Era Común, Teotihuacán era la ciudad más importante del continente, con más de 100 mil habitantes. Cuando llegaron los españoles conquistaron Tenochtitlán, la capital azteca, que tenía poco más de 220 mil habitantes, una de las más grandes del mundo. Mesoamérica alojó culturas sofisticadas, con una mitología compleja, que crearon dos sistemas de escritura tan desarrollados como la egipcia.
Durante la Colonia tuvo 61 virreyes, pertenecientes a la Casa de Austria o a la de Borbón. La historia de un imperio importante durante siglos dejó como herencia la institucionalidad y la solemnidad que caracterizan a la Silla del Águila.
Norteamérica tiene tres países: Canadá, una monarquía constitucional semejante a las más avanzadas de Europa; Estados Unidos, una confederación colonias pegadas al Atlántico que creció siete veces, expandiéndose a costa de territorios españoles y mexicanos; y México, que era, al tiempo de la independencia, el país con más territorio, habitantes y riquezas de América.
Los tres países mantienen formas de democracia inalteradas por más de un siglo. Salvo el intento de toma del Capitolio protagonizado por Trump, en ninguno de ellos hubo tentativas de golpe militar, o intervenciones políticas de religiosos en más de un siglo. La mayoría de la población es más piadosa que la de otros países, pero sería impensable que un cura que pronuncie discursos en la misa, atacando al primer mandatario porque no es peronista. Eso solo pasa en Argentina.
Los tres son países federales; el poder se reparte con gobernadores que gozan de gran autonomía. Los primeros mandatarios no pretenden permanecer en el poder más tiempo del establecido por la Constitución. En el caso mexicano, está prohibida la reelección y siempre hubo una alternabilidad que se hizo más clara en el siglo XXI, cuando se sucedieron en Los Pinos presidentes de todas las tendencias.
AMLO lidera un nacionalismo desarrollista de directrices neokeynesianas
La política internacional de México ha sido independiente. Desde la Revolución de 1910, ha mantenido un discurso progresista, evitando ser un vagón de cola de los Estados Unidos, o de Cuba. México es un país encerrado en sí mismo, semejante a la China Imperial. Los mexicanos no han pretendido exportar su modelo. Para ellos lo que existe es México y el interés de sus habitantes. Andrés Manuel López Obrador ha mantenido un discurso de izquierda que lo ha llevado a ser solidario hasta con dictaduras militares cantinflescas como las de Venezuela y Nicaragua y a agredir a presidente de “derecha”, pero al mismo tiempo no ha vacilado en viajar a los Estados Unidos para visitar a Donald Trump, y firmar un tratado que convirtió a México en el país latinoamericano con mejores vínculos con Estados Unidos.
Mientras en el resto de América Latina tuvimos movimientos guerrilleros poderosos, golpes militares y gobiernos con proyectos comunisantes, en México nunca ocurrió nada de esto.
La organización guerrillera más famosa fue el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), encabezada por el comandante Marcos entre 1994 y 2006, que nunca combatió, mantuvo un Disney World al que iban militantes de otros países, para cantar a la revolución armada iluminados por estimulantes ancestrales. Nunca dispararon a nadie.
El Partido Revolucionario Institucional, hijo de la revolución, dominó la política nacional hasta 2000. Después de la elección de Carlos Salinas de Gortari en 1988, se promulgó una legislación electoral, modelo para evitar el fraude en cualquier país del mundo. En ese año se dividió el PRI y se separó el sector más radical, encabezado por Cuauhtémoc Cárdenas, para formar el Partido de la Revolución Democrática (PRD).
En 2000 la derecha ganó las elecciones presidenciales y el PRD la Jefatura de Gobierno de la capital. El nuevo alcalde fue Andrés Manuel López Obrador, que desde esa posición se convirtió en el líder del PRD. Su gestión como jefe de Gobierno tuvo amplia aceptación, se retiró con una popularidad que le permitió competir por la presidencia de la nación.
Con nuestra experiencia en la campaña de 2003, publicamos el libro Mujer, sexualidad, internet y política: los nuevos electores latinoamericanos, basado en investigaciones acerca de lo que sentían los mexicanos que se estaban transformando con la tercera revolución industrial. En el texto anunciamos la crisis de los partidos tradicionales y la aparición de una nueva sociedad en la que internet y las mujeres tendrían un rol fundamental.
En 2000 parecía que el PRI sería eterno. Había ganado la presidencia a lo largo de todo el siglo XX, controlaba casi todas las gobernaciones y tenía una amplia mayoría en las dos cámaras del Congreso. En nuestro texto anticipamos la crisis que llegaba con la red. En México, como en el resto de Occidente, la mayoría de la gente no quiere ser representada, siente una marcada antipatía contra de la política tradicional.
La ciudad de México fue el baluarte desde el que se proyectó la nueva alternativa política. Después de la exitosa administración de López Obrador, vino la Jefatura de Gobierno de Marcelo Ebrard reconocido como el mejor alcalde del mundo. La presidenta recientemente electa, Claudia Sheinbaum, gobernó también con éxito la ciudad. La buena gestión local, cuando los resultados son visibles, es una de las pocas cosas que hace que los electores perdonen a un candidato por ser político.
Más allá de su discurso, en el que ha expresado su simpatía hacia gobiernos folclóricos del ALBA que se dicen de “izquierda”, el gobierno de AMLO ha hecho gala de austeridad en el gasto público, ha manejado seriamente la economía, ha cumplido normas y leyes, proyectando la imagen respetable de un gobierno capaz de atraer inversiones de las grandes empresas.
Más allá de que los interesados en la discusión ideológica lo critiquen por ser de “izquierda”, en la realidad el gobierno de AMLO es el que más ha atraído inversiones privadas, dentro de América Latina, en los últimos años.
Hace poco recorrí por tierra gran parte del territorio mexicano. En ningún lado encontré rastros de lo que había visto en los países del socialismo real. Lo que se ve es un país pujante, en el que se desarrolla con fuerza un capitalismo exitoso, que cuida al mismo tiempo ciertos niveles de justicia social.
AMLO nunca militó en un partido marxista, habla de lo que denomina “humanismo mexicano”, un nacionalismo desarrollista con directrices neokeynesianas. Si Milei logra en Argentina acercarse a los resultados económicos del gobierno de AMLO, puede aspirar a la reelección.
El expresidente que más se le parece en sus prácticas a AMLO es Pepe Mujica
La clase política mexicana es muy desarrollada. He tenido la suerte de tratar con casi todos los presidentes de las últimas décadas, con empresarios, analistas políticos e intelectuales. Muchos de ellos han estudiado o dan cátedra en las universidades más importantes del mundo.
AMLO es autor de más de veinte libros interesantes, escritos por él mismo, no por los escritores fantasmas que están de moda. A lo largo de estas décadas, he conversado con él varias veces, lo he visitado en su departamento. Es alguien que practica la pobreza de espíritu de la que hablaron los primeros cristianos, tiene un desapego evidente por los bienes materiales, vive de manera modesta, tiene costumbres frugales. El expresidente latinoamericano que más se le parece en esos gustos es Pepe Mujica.
AMLO ha sido un presidente con comportamientos anómalos para el país de la silla imperial. En sus mañaneras, no pretende ser un orador apocalíptico, conversa con la gente. Abrió el Olimpo de Los Pinos para que la gente pueda visitarlo, licenció a la mayoría de las escoltas presidenciales, circula con frecuencia en una camioneta con el vidrio bajo, para dialogar con la gente que está en la calle. Se detiene en cualquier momento para tomarse selfies y abrazar a ancianos. Fueron su principal preocupación desde que fue jefe de Gobierno. Ha cumplido con su lema de campaña: “abrazos en vez de balazos”, que expresó el hartazgo de los mexicanos por la violencia. AMLO camina imprevistamente por la calle sin escoltas, dedica canciones a la gente, dialoga, expresa sentimientos, provoca sentimientos.
Xóchitl Gálvez fue una candidata que tenía una biografía interesante, que pudo ser una alternativa desde la nueva política si no lo apoyaban los partidos, pero cometió el error de lograr la unidad de la oposición para su proyecto. Si más del 70% de mexicanos dice que nunca votaría por un candidato del PRO, del PAN, o del PRD, al ser candidata de todos ellos, Xóchitl apareció como candidata de la asociación de odiosos. La polémica entre la necesidad del aparato y la nueva política la hemos tenido en varios países. Las viejas prácticas de la política acabaron de deteriorar su posibilidad de proyectarse como alternativa. Xóchitl tiene un origen indígena y el castellano es su segunda lengua.
Claudia viene de una militancia más radical que la de AMLO, tendrá un discurso más radical de izquierda, pero en países con instituciones sólidas, nadie pretende cambiar todo con un decreto en quince días. Piensan en el largo plazo y saben que existe la alterabilidad.