El jesuita pederasta
“El abuso de hombres y mujeres de la Iglesia, abuso de poder, abuso de autoridad y abuso sexual es una monstruosidad. El sacerdote está para llevar a los hombres a Dios y no para destruir a los hombres en nombre de Dios. Tolerancia Cero y no hay que parar en eso” Papa Francisco, CNN, septiembre 2022
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El periódico El País de España ha puesto en la agenda noticiosa un tema doloroso para la Compañía de Jesús, para la Iglesia Católica y, por lo dicho, también para el papa Francisco: los abusos sexuales a niños que fueron entregados en custodia a los jesuitas para recibir una buena educación. Triple delito: abuso sexual, abuso de poder y abuso de confianza, sin mencionar el incumplimiento de ese juramento de servicio que hace de los curas seres apreciados y especialmente valorados en la sociedad.
Como muchos, mi esposo y yo, también pensamos que los jesuitas eran los expertos en educar con valores; con firmeza, con disciplina, que son herramientas fundamentales para enfrentar los éxitos y los sinsabores que inevitablemente da la vida. A estas alturas, con las hijas profesionales, reafirmo nuestra decisión de que la educación con valores, obtenida en la familia y en el colegio jesuita, sirve de mucho.
De esta experiencia cercana a un colegio jesuita puedo decir que he conocido seres humanos excepcionales que son o fueron – algunos ya murieron – jesuitas y también despreciables que no titubeaban en llamar prostitutas a niñas de 12 años porque llevaban la falda muy corta o bailaban al ritmo de las canciones del momento, o lascivos tan evidentes que las chicas evitaban estar cerca y menos a solas.
Pero el aporte de los jesuitas es mucho e importante, con luces y sombras como toda obra humana. Los colegios de Fe y Alegría, la dedicación a educar a cientos o miles de hombres y mujeres, las pastorales y la militancia y activismo de muchos de ellos en la izquierda desde los años 60 son obras que no pueden ignorarse, como tampoco puede ignorarse el aporte a la comunicación con las radios católicas que le han dado a este país muchos años de aprendizaje y formación. En tiempos de represión, muchos fuimos acogidos por ellos, en sus casas comunitarias, en sus iglesias, como también, ya en los años 80, alentaron aventuras que terminaron con la muerte de jóvenes. Y ni hablemos de los muchos intentos de mediación en tiempos de confrontación política.
Pero todo ese bagaje no es justificación ni motivo para que no vayan a la cárcel. Cumplan la condena de la sociedad, la misma que se da a los violadores y violentos especialmente con niños. Y ese es el problema, que ni la determinación del Papa Francisco ha podido evitar: los curas pederastas y violadores no conocen la justicia de la sociedad, no van a la cárcel, no se los juzga en su delito, tampoco se los castiga.
Son cobijados bajo el poder de la Iglesia que nadie quiere tocar ni cuestionar como relata el lacerante artículo de El País. Y el de Pica, lamentablemente, no es el único caso conocido en Bolivia y, que yo sepa, ninguno de ellos ha sido condenado ni encarcelado y menos juzgado.
La jerarquía de la Iglesia Católica se encarga de poner un manto de silencio sobre el delito y el culpable desaparece a cumplir su pena en una cómoda cartuja para, después de unos años, volver a la carga, como sucedió con el ahora público caso del Pica que, según la publicación, confesó y compartió sus “debilidades” con muchos de sus compañeros jesuitas y superiores de la orden. Ninguno de ellos reaccionó y menos actuó.
El Papa se ha manifestado muchas veces sobre la necesidad de dar castigos ejemplarizadores pero no sé si esa máxima jerarquía ha incluido en el análisis la pregunta de ¿por qué hay tantos curas pederastas?
Y los delitos son de acción pero también de omisión.