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Atónitos presenciamos el despliegue de nuevos ricos en las filas del partido de gobierno. La disputa no es ideológica ni política. “No es el amor al chancho sino a los chicharrones”. Esta pelea cainita, la de matar al “hermano” —compañero, camarada—, se libra encarnizadamente para capturar los espacios de poder y así acaparar las gestiones de los millonarios contratos, el blanqueo de dinero, el negocio turbio del oro y otras actividades ilícitas reveladas por un exministro de gobierno.
Empecemos por el más antiguo: el hermano Evo Morales. De acuerdo al relato del periodista Coco Manto, en una entrevista al comenzar su primer mandato en 2006. Evo nos recuerda que en 1971 en Orinoca, era un “niño pasteando las llamitas de su familia, cuando escuchó en su radio a pilas, la noticia del golpe militar de Banzer”. Allí es cuando se propone incursionar en la política.
Recupero la anécdota, porque coincidió con el mito que cimentó el marketing del Foro de Sao Paulo, resaltando su origen indígena y humilde, con el propósito de engatusar a Europa, el mundo, y varios intelectuales desprevenidos o ansiosos de iniciar el asaltar al cielo, para abrir un ciclo histórico en la vida nacional.
Luego de enriquecerse durante los catorce años de su régimen autoritario, corrupto y despilfarrador de las Reservas Internacionales, Evo se nos presenta otra vez: humilde y pobrecito. Nos anuncia que solo tiene una dieta de 21.640 bolivianos, una vagoneta Toyota de 160.000 dólares, una parcela en el Chapare, una casita construida con un crédito de 60.000 dólares del Banco Unión, y un ¡equipo de futbol! No justifica de dónde sacó el dinero para adquirir tantos bienes, viajar en avión privado a Caracas , La Habana, Buenos Aires y todos los rincones del país.
El cacique de Orinoca no acepta que perdió la credibilidad de sus bases. Saben que no tiene ética, ni consecuencia política, convirtió en cliché su juramento: “patria o muerte”. Huyó entre sollozos, luego de teatralizar su humilde morada en el Chapare, exhibiendo que dormía sobre un colchón en el suelo. Pero de la parada técnica de su avión y los camiones blindados en el aeropuerto de Asunción, ¡nunca dio explicaciones!
Ahora el Jefazo, no tiene quien le guarde la silla. El delfín impuesto a dedo, el hermano Luis Arce, ya tiene su propia hoja de ruta, y en sus planes no figura su progenitor político. Para las elecciones generales de 2025, el principio de realidad indica que uno sobra. La sabiduría popular nos enseña: cría cuervos y te sacaran del sillón, y también los ojos si el momento requiere.
El eterno exministro de Hacienda, impulsor del “milagro económico” y del afamado blindaje, también hizo exhibición de pobreza. Nos dijo que tuvo que vender un bien inmueble para poder acceder a un tratamiento hospitalario en Brasil. La militancia encabezada por el Jefazo, organizó una kermese solidaria para recaudar fondos y destinarlos al apoyo de su endeble economía familiar. Muchos se preguntaron: ¿pero si prometieron en diez años equipararnos a la economía de Suiza? ¿Por qué el hermano Lucho no realiza su tratamiento en el país?
El actual mandatario es uno de los inconsecuentes de 2019. Se asiló en una embajada y le permitieron por razones humanitarias abandonar el país, para continuar su tratamiento médico. Sabemos cómo pagó: persiguió y encarceló a la expresidenta Añez. Este gesto y rasgo personal, no lo calibró en su total dimensión el hermano Evo.
Para completar el espeluznante cuadro, ahora se ventila el caso del diputado del MAS José Rengel Terrazas. Efectuó transferencias bancarias a cuatro países por más de 51 millones de dólares. Acusado de ganancias ilícitas, la justicia masista no lo encarcela. Presume su millonaria inocencia.
El tiempo y los acontecimientos dan la razón a Carlos Fuentes: “Las revoluciones las hacen los hombres de carne y hueso y no los santos, y todas acaban por crear una nueva casta privilegiada”.
Ante este podrido panorama; estamos obligados a construir una real alternativa política, no podemos permanecer impasibles, debemos impedir que la nueva casta masista, las logias y las ambiciones sectarias, nos roben el futuro y subasten la democracia.