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El mayor cargamento boliviano de cocaína descubierto en el aeropuerto de Madrid (narcovuelo), la detención de altos jefes policiales involucrados en el narcotráfico, los reiterados ajustes de cuentas, la entrega y extradición de connotados “peces gordos”, entre otras cosas, evidencian que este fenómeno delictivo no solo que no ha sido erradicado (objetivo de las políticas antidrogas), sino que ha aumentado y crece exponencialmente.
En 1996 escribí el libro La despenalización del narcotráfico, donde ponía de manifiesto que esta lucha había fracasado, pese a todas las estrategias y esfuerzos realizados. Que la Organización de las Naciones Unidas haya resuelto debatir la liberación de las drogas, significa reconocer esta realidad y buscar otras opciones. En la publicación constatamos que todos los esfuerzos realizados -nacionales e internacionales- destinados a combatir este flagelo (entendido como la fabricación, tráfico, comercialización, distribución y consumo de drogas ilícitas), no han tenido resultados positivos.
Contra todo pronóstico estos esfuerzos se han convertido en un boomerang. La fabricación, tráfico y consumo sigue ascendiendo y corrompiendo no sólo a policías, fiscales, jueces, políticos y gobernantes, sino también a los sistemas políticos y económicos. Las investigaciones llevadas a cabo coinciden en mostrar que la guerra contra las drogas ha causado más crímenes de los que ha logrado evitar.
El narcotráfico -la empresa mejor organizada y globalizada del mundo- tiene tal dimensión, mueve millones de dólares, involucra a tal cantidad de Estados, está infiltrado de tal manera en las altas esferas del poder de las naciones ricas y pobres, abarca un mercado de tal magnitud. Y envenena a tal cantidad de seres humanos, desafía y pone en tela de juicio los valores de la sociedad moderna; en fin, no tiene límites…
Tal es la dimensión de este fenómeno que ni todo el poderío económico, militar y tecnológico de EEUU, que ha sido capaz de llegar hasta la Luna, puede controlar sus fronteras por donde ingresa la droga. En términos de responsabilidad y aunque esta lucha debe ser compartida, el “premio mayor” corresponde a EEUU porque el Gobierno norteamericano siempre estableció qué se debe entender por drogas, dónde y cómo se debe reprimir el crimen organizado, qué medios y métodos utilizar, con qué recursos, qué estrategia, etc.
En el libro constatamos, igualmente, que la guerra contra las drogas es el conflicto más largo del siglo pasado y presente: lleva más tiempo que la Primera y Segunda Guerra Mundial, Corea y Vietnam juntos, y no hay señales concretas de lograr el objetivo de eliminar el narcotráfico.
En realidad, nada alimenta tanto al narcotráfico como su carácter ilegal y las medidas represivas sólo lo han convertido en el “mejor negocio del mundo”, capaz de generar y generalizar la violencia y el crimen en las calles de los países productores de la materia prima, como de los comercializadores, intermediarios y consumidores.
Que las drogas deterioran el sistema nervioso central y producen transformaciones, aumentando o disminuyendo el nivel de funcionamiento o modificando de los estados de conciencia, no hay duda. Sin embargo, existen estudios que evidencian que el tabaco es más dañino que la cocaína y está permitido. ¿Por qué unas drogas son prohibidas y otras son permitidas, y aceptadas socialmente?
Lo que no se quiere entender es que la división entre drogas legales e ilegales no es científica, sino que obedece a decisiones políticas y económicas. La cocaína debe tener el mismo tratamiento que el alcohol y el tabaco, ya que en el fondo todas son drogas consumidas por el hombre desde siempre, y sus consecuencias constituyen un problema de salud pública que no necesita policías, fiscales, jueces ni militares, sino sistemas idóneos de educación, prevención y tratamientos especializados.
La despenalización no significa respaldar a los traficantes, ni inducir al consumo indiscriminado de drogas, tampoco una apología al delito, sino explorar nuevos caminos que ofrezcan respuestas idóneas y oportunas en libertad y sin violencia. La paulatina liberación de las drogas como se viene haciendo, por ejemplo, con la marihuana, no es tolerancia al narcotráfico, sino adoptar medidas eficientes y apropiadas para acabar con esta guerra perdida por todos los Estados del mundo.