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Hace años Gonzalo Lema me preguntó lo siguiente: “¿Cómo imaginas una modernidad andino-amazónica-occidental? Franz Tamayo pensaba al respecto; José Vasconcelos, en México, también. Debe hacerse desde las diversas tradiciones hasta la modernización de nuestros países. La utopía posible, hoy más que nunca debido a la revolución comunicacional y otras de verdad extraordinarias. ¿Qué opinión tienes tú, querido Carlos?”.
Le respondí algo así: “Otra vez aparece en tu preocupación el tema del mestizaje, ahora desde tu pregunta dirigida hacia la modernidad, este concepto tiene sus peros, muchos lo han identificado con el intento de construcciones sociales homogéneas que olvidan la diversidad o que, a veces, ocultan trasfondos indígenas. Por ello, es bueno recurrir al auxilio de la historia para observar cómo se construyó el camino, si no a la modernidad, pero sí a lo contemporáneo”.
Perú es un país de un trasfondo indígena tan fuerte como Bolivia o México, por ello Ciro Alegría en El mundo es ancho y ajeno miraba a los indígenas y campesinos; otro tanto lo hizo José María Arguedas, pero curiosamente Perú (y Lima) se construyeron como nación olvidando a los campesinos, con un sello muy señorial, muy a lo Chabuca Granda, por eso quizás ahí caló Sendero Luminoso, mezcla de indigenismo y de “modernidad” marxista maoísta.
Pero Lima también se desarrolló con intensidad, articulada culturalmente al mundo, por eso surgió alguien como Mario Vargas Llosa con una mirada universal. En los últimos años quién puede negar que Gastón Acurio, sin entrar a las grandes reflexiones epistemológicas o de construcción de las identidades, hizo lo que Gonzalo Lema reclamaba, la articulación de lo andino-amazónico con la modernidad, o más bien, con la globalización; amalgamó las culturas china, japonesa, indígena aymara, quechua y amazónica con un Perú mestizo para lograr un salto en la gastronomía y modelar una nueva cultura chicha que desarrolla una pujante economía de exportación.
Perú tiene un alto desarrollo en Lima, pero con una gran carga de inequidad social, con demasiados “pueblos jóvenes” que viven en la miseria, todo esto agravado por una cultura cercana al racismo que no acepta de buen grado a sus mestizajes, a sus cholos. El sur peruano parece no existir para el Perú, pero sí está presente a través de las innovaciones culturales que empujó Acurio.
Chile es muy distinto a Perú, el tema indígena y la presencia de éstos en la historia no son intensos. Chile aisló a los indígenas o los reprimió, recién hace 20 años su elite “descubrió” al mundo indígena vía las movilizaciones de los mapuches. Tal vez por todo eso, los Quilapayun, Violeta Parra o Víctor Jara desarrollaron un mensaje ante todo social para una sociedad que fue atormentada por la inequidad, por el no reconocimiento a los “rotos”, a sus mestizos populares; su música y su canto después subieron el tono al llegar la dictadura. Chile no hizo una revolución social profunda, como Bolivia o México, por eso tal vez el gran desprecio de las elites sobre los “rotos” y en general todos los sectores populares. Pero ese Chile parió a un militante comunista como Neruda que llegó a la universalidad de las letras, siendo parte del ingreso a la modernidad aunque sin negar las grietas sociales de su país.
Chile con Pinochet o con los gobiernos de la Concertación de centroizquierda que le sucedieron hicieron un modelo de desarrollo en el que primó el individualismo posesivo, quizás ellos compartían la idea de “modernidad” entendida sólo como lógica de mercado. Si bien bajó la pobreza, creció en exceso la inequidad y la marginalidad social; recién en 2019 la sociedad chilena despertó de manera violenta contra la concentración del ingreso y la inequidad, con el denominado “estallido”. Pero Chile tempranamente creó un Estado fuerte, mientras que Bolivia sólo desarrolló sociedad; la marca boliviana es no haber creado un Estado y una institucionalidad consolidada. La historia chilena marca su camino a la modernidad, pero sin los contactos con sus sectores populares o indígenas de otros países.
En Bolivia, ¿las burguesías emergentes, las burguesías cholas de origen aymara o quechua que están plenamente globalizadas, con negocios en China, que aman más al mercado que a la lógica de reciprocidad, que miran más al mundo y no a la comunidad, son premodernas o, al contrario, expresan a la modernidad actual del país? ¿Los empresarios privados, la burguesía agropecuaria de oriente, que innovan tecnología, aunque que siempre han vivido del subsidio estatal, son premodernas o modernas?
Ni en Bolivia ni en ningún país existirá eso que se denomina “modernidad genuina”, lo único que existe son mezclas, culturas yuxtapuestas, eso es Alemania, con germanos mezclados con turcos, españoles y migrantes de otras geografías. España no es sólo combinación de vascos, catalanes, y árabes, sino que un cóctel social que incluye a africanos y latinoamericanos, cada uno con sus culturas, sus historias y amputaciones, Entre todos generan algo distinto, que nunca es homogéneo. No basta reconocer nuestros traumas para construir algo genuino ni la “modernidad genuina”; antes bien, reconocer nuestros traumas debe llevarnos a valorar la diferencia y la diversidad junto a la probabilidad de construir un futuro común entre todos.