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«…si los primeros fundadores de las ciudades en el Nuevo Mundo no hubieran sacrificado todo a las minas, menospreciando la agricultura, habrían ganado bases sólidas de prosperidad …» (Alcide D‘Orbigny, 1831)
En las Bolivias tenemos un oro que no depreda el mediambiente ni agrede a los indígenas, que es inclusivo, solidario y munificente con su riqueza. Un oro que atrae a muchísimos interesados, cambas y migrantes «potosinos, cochabambinos, paceños, orureños, argentinos, japoneses, chapacos, peruanos, rusos y brasileros» y, sin olvidar menonitas, da empleos directos y dignos para más de 120.000 mil trabajadores —agricultores, industriales, exportadores y tantos más—, es el tercer rubro de exportación nacional —con más de USD 1.800 Millones de exportación para el 4,42% del PIB nacional en 2023—, de yapa es sostenible y —tratado con amor— inacabable. Es la soya boliviana: la soya cruceña.
Santa Cruz siempre fue la provincia —gobernación— y luego el departamento más alejado, física y menospreciado en interés, del centralismo de las Bolivias, primero desde La Plata colonial (Sucre ya republicana —o donde se quisiera quedar asentado el presidente de turno—) y luego de la Guerra Federal desde La Paz. Su «azúcar negra, junto con carnes secas, es decir charque» viajaban al interior del país —Charcas principalmente— y al Mato Grosso, a Asunción y al norte argentino, éstos más importantes para su economía; por ende, azúcar (la negra: chancaca) y ganado junto con algo de algodón —«La economía se basa en la tierra desde su fundación en 1561»— fueron las primeras riquezas del Oriente —a mitad del xix, las antiguas misiones jesuíticas de Moxos fueron segregadas de Santa Cruz para hacer un nuevo departamento. Precisamente algodón fue, en los finales de los años 60s a inicios de los 70s, el primer boom exportador de la agricultura cruceña, impulsado en buena medida por la inmigración japonesa, un boom efímero que cuando acabó dejó frustrados los emprendimientos agrícolas hasta que —de a poco— algunos decididos ensayaron el cultivo de una semilla, oleaginosa como la del algodón y la del girasol: la soya, primero aceptada como sustituto aceitero del algodón, luego como alimento harinoso para ganado y aves de corral al cortarse los suministros peruanos de harina de anchoveta y ahora el oro de una economía sostenible: la agricultura cruceña. Hoy en Santa Cruz hay más de 14 mil productores, pequeños —éstos más del 80%—, medianos y grandes —muchísimos entre tales fueron migrantes—, todos ellos el mejor de ejemplo cómo el empeño individual y, a la vez, de colaboración solidaria puede superar todos los obstáculos (incluidos el olvido del Estado).
Acá me voy a detener un momento y hablar de los modelos productivos de las Bolivias. Hay un modelo comunitario y hay un modelo de propiedad privada. En el modelo comunitario nadie es dueño porque todos son, al menos supuestamente, dueños, lo que vale decir que ninguno se siente dueño —propietario, responsable—; en otro el modelo, una persona, una familia, es propietaria —responsable, dueña— y, por ello precisamente, asume los riesgos para obtener un beneficio, que también es libre de compartirlo si así lo desea pero no porque no sea suyo: todo el proceso (la decisión y el riesgo de la siembra y la cosecha, la venta de lo producido y la reinversión en otro ciclo e, incluso, la solidaridad) son manifestaciones de su libre albedrío; en la comunal no, porque quien decide es la comunidad. (Basta recordar los criminales desastres —hambrunas incluidas— de los experimentos marxistas de propiedad colectiva, tanto el leninista-estalinista de los sovjos y koljos soviéticos como las comunas populares del maoísmo chino en el Gran Salto Adelante y la Revolución Cultural, por sólo mencionar los más conocidos).
La libertad de propiedad propia, individual y privada —que no está exenta de asociatividad y cooperación sino la incorpora per se—, conlleva el riesgo del fracaso pero también la satisfacción del éxito, ninguno de los cuales son achacables a otro. Una explicación muy simple —entre otras muchas— del fracaso del modelo económico social comunitario productivo y con sustitución de importaciones impuesto desde 2006, en realidad un modelo económico rentista, explotador inmarscible de recursos, de vocación clientelar y no sostenible: fue aparentemente exitoso mientras los recursos fluían —mezcla de medrar resultados del liberalismo anterior para los commodities (gas como estrella de la ecuación populista derrochadora) y carnaval de precios extraordinarios por exportaciones— pero luego de que secó la fluencia, como Cronos se comió sus hijos —las reservas— y terminó encadenándose con mil y más carlancas de deudas.
Hoy el sector agroexportador cruceño es el tercer rubro (primero no tradicional) captador de divisas para la economía nacional y puede crecer más —se proyecta un mil millones de dólares más— si el Estado facilitara el crecimiento: autorizando los eventos biotecnológicos —el uso de transgénicos, empleados sin afecciones desde hace años en nuestros vecinos (Paraguay, Brasil, Argentina) con rendimientos que casi triplican los nacionales y acá acusados de envenenar la agricultura y la salud— y eliminando barreras para las exportaciones, aun mejor si ese Estado proveyera beneficios fiscales. Pero el Estado actual no sólo sigue en el laberinto del rentismo cuatricentenario de la minería —incluidos los hidrocarburos hasta recién y ahora el espejismo de un litio exitoso solo en narrativas— sino que es de un centralismo secante y una miopía magna discriminadora para el emprendedurismo privado, disfrazada de un falso igualitarismo demagógico (obviaré centenarios cainismos interregionales inútiles). La necesidad perentoria de captar nuevos y más ingresos en monedas fuertes (divisas) frente a un gas en franco agotamiento y un litio que llevamos décadas sin explotar ni, menos, producir choca con la concepción antieconómica de un populismo andino cargado de ideología marxista-indianista; una versión socialismo 21 de la canción “Te Odio Pero Te Necesito” de Alejandra Pizarnik…
(Las citas son del libro Un grano de oro en la historia: Soyeros de Bolivia de Silvia Aleman Menduiña con prólogo de Paula Peña Hasbún, publicado recientemente por la Asociación de Productores de Oleaginosas y Trigo para conmemorar su Quincuagésimo Aniversario y rendir tributo a los que han hecho posible su éxito como el mayor gremio productivo empresarial).
*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo