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En Economía solemos decir que los agentes no reaccionan a la realidad, sino a la película que imaginan sobre el futuro. Esa película —sus expectativas— se ha convertido en el canal central de transmisión de la política económica y del comportamiento de los mercados.
En macro moderna, consumo, inversión y empleo dependen menos de los datos de hoy que de lo que hogares y empresas anticipan sobre inflación, tipo de cambio, impuestos o crecimiento. Por eso los bancos centrales han pasado de “mover tasa de interés” a gestionar el relato: usan “forward guidance”, publican proyecciones y cuidan cada palabra, porque saben que una frase desafortunada puede mover curvas de rendimiento en todo el mundo.
En los mercados financieros, el precio de un activo condensa tres capas de expectativas: sobre los flujos futuros (ganancias, cupones), sobre el entorno macro (inflación, tasas, tipo de cambio) y sobre la prima de riesgo. No basta con preguntar “cuánto se espera crecer”, sino también “cuán de acuerdo está el mercado” y “qué historia hace creíbles esas proyecciones”. La evidencia muestra que el desacuerdo y las narrativas dominantes se han vuelto factores de riesgo: explican burbujas, volatilidad y correcciones bruscas.
En economías pequeñas y sensibles a la dolarización, como la boliviana, todo esto se vuelve mucho más visible. El tipo de cambio oficial actúa como ancla nominal y psicológico: la gente lo usa como termómetro de estabilidad. Cuando surgen restricciones y aparece un mercado paralelo, la brecha deja de ser un simple reflejo de la escasez de dólares para convertirse en un índice de desconfianza: resume las expectativas sobre reservas futuras, sostenibilidad del régimen cambiario y rumbo político.
Desde la experiencia de quienes hemos trabajado en banca central, economía financiera y diseño de política pública, el mercado cambiario es un laboratorio vivo de cómo se forman, se desanclan y vuelven a anclarse las expectativas.
Por eso es tan relevante lo que ha ocurrido recientemente con el tipo de cambio paralelo: su descenso no puede explicarse sólo por algunos flujos adicionales de divisas, recesión y especulación. Lo que está cambiando es la distribución de probabilidades en la mente de los agentes económicos ante la revelación de noticias y anuncios. La percepción de una devaluación caótica pierde peso, gana espacio la expectativa de una corrección ordenada y de un giro en la conducción económica. Ante un escenario menos apocalíptico, se reduce la demanda precautoria de dólares, parte del stock atesorado, también por necesidad y falta de ahorro, vuelve al mercado y el precio paralelo cae, reforzando la idea de una normalización parcial.
El mensaje de fondo es claro: en contextos de fragilidad, ningún programa económico será sostenible si no construye credibilidad y gestiona con coherencia las expectativas contra la realización efectiva de medidas adecuadas en el tiempo. En última instancia, la brecha cambiaria, los spreads y las valoraciones son, principalmente, gráficos de confianza, un delicado patrimonio que los gobernantes deben proteger.



