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Finalmente, Evo Morales levantó el bloqueo, sin duda persuadido por el omnipresente sentimiento de rechazo que la medida generó en prácticamente todos los estratos de la sociedad boliviana. Pero además, porque al observar quienes se enfrentaban (al menos discursivamente) quedó claro que la visión evista del poder ha quedado anclada en los estratos campesinos del trópico de Cochabamba, los sectores indígenas con una raigambre profundamente rural y los grupos prebendales que construyó a lo largo de los últimos veinte años.
En otras palabras, en las más de dos semanas de bloqueos y conflictos quedó claro que los sectores “populares” ya tienen muy poco en común con la visión de país de Evo, y mucho menos con sus métodos de lucha política. También quedó claro que la polarización social tiende a situar dos polos claramente diferenciables desde el punto de vista sociológico, político e ideológico: indígenas de tierra adentro, por un lado, y sociedad civil urbana, por el otro.
La segunda evidencia es que, pese a que “las bases” evistas son proporcionalmente reducidas frente al conjunto de la sociedad civil en todos sus estratos, su capacidad de movilización le otorga un poder político que, de hecho (por mucho o poco que sea), no lo tiene ningún otro líder político de la actualidad, lo que lo convierte en un interlocutor altamente estratégico. La tercera constatación deja ver que las “fracciones masistas” nunca alcanzarán un nivel de confrontación capaz de poner en riesgo la unidad del Instrumento Político como tal; en palabras coloquiales, diríamos que son la misma dama con pollera diferente.
Los diez y ocho días de conflicto, empero, nos dejaron algunas lecciones que no deberíamos pasar por alto. La primera es que los viejos discursos enchapados en una verborrea propia de la vieja izquierda marxista latinoamericana todavía tienen un receptor sensible. Los argumentos de Evo Morales apelando a las antiguas consignas propias de la izquierda no parecen resultar extraños a una parte del campesinado más pobre del país.
Otra lección es que, por reducidas que sean las bases reales del MAS radical (el de Evo), no tienen enfrente una oposición con la organicidad suficiente como para hacerle frente. Lo grave de esto es que, mientras las fuerzas de oposición no se renueven y construyan liderazgos que se sitúen por encima del discurso y los planteamientos masistas, el MAS seguirá ganando las elecciones, y lo peor, se autoconvencerá de que es invencible. En política, suele suceder que terminas siendo lo que crees, aunque estés años luz de la realidad.
La última reflexión, y quizá la más relevante, es que, mientras el MAS domine el escenario político, con una, dos o más fracciones, la naturaleza del poder que lo impulsa (es decir, el sentido de raza que orienta sus acciones) nunca aceptará otra cosa que no sea a sí mismo. Esto sugiere que no existe en realidad la posibilidad histórica de que coexistan dos o más Instrumentos por la Soberanía de los Pueblos; siempre, frente a las grandes disyuntivas, serán una y monolítica posición con un discurso apenas diferente entre fracciones y con bandos que en realidad son cómplices y no adversarios.