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La fantasía plurinacional ha confundido aún más el panorama de ausencia de comunidad política en el territorio boliviano. En el continente, esa ilusión –la plurinacionalidad– intentó ser aplicada como norma administrativa en Bolivia y en Ecuador. En ambos casos adquirió solo figura de entelequia. La realidad plurinacional –si puede haber una– es referencia sólida únicamente en el viejo continente. Fue el caso en la URSS y países del Este europeo vinculados, donde subsistió mientras se mantuvo el poder central que lo aglomeraba. Una vez en crisis el sistema comunista, la nación étnica recupero su soberanía y también su insolvencia. En la Europa Occidental hay que ser suizo para enarbolar la plurinacionalidad como peculiaridad casi extravagante, o español para sufrirla como síntoma de incompatibilidad nacional y preludio de desestructuración estatal.
Y es que parece ser que el Estado Nación es una fórmula exitosa siempre y cuando la nación sea entendida en su categoría política y no étnica. Es decir: la nación es un invento para lograr la coexistencia de componentes diversos y no la forma superior de existencia de un solo pueblo o etnia.
Sin embargo, esto supone una hegemonía motora. Si la nación es invento, tiene que haber un interesado inventor. En nuestro continente –y particularmente en Bolivia– el criollo asumió la tarea histórica de constituir Nación y establecer Estado, empeño en el que fracasó lamentablemente. El recurso plurinacional es el último síntoma de esa impotencia. Ensayo patético que, para ser digerido, tuvo que ser presentado como reclamo de los indígenas y no como estratagema destinada a perennizarse en el poder a la casta altoperuana que desde 1825 se enseñorea en estas tierras.
Siendo el fracaso criollo invariable y manifiesto, ¿qué posibilidad hay de establecer el proyecto de Estado Nación como posible y realizable? Si el Estado Nación es la concreción de partes disimiles en sus inicios, cualquiera de ellas puede ser el motor de ese empeño. En nuestra realidad, ¿podría ser el indígena ese propulsor necesario?
Desde ya es necesario desconfiar de la categoría “indígenas”, término en la actualidad impregnado de a priori posmodernos y culturalistas que la aísla de la realidad concreta y, así, fabula sobre las potencialidades de los pueblos que pretende identificar. Lo indígena ha llegado a ser una construcción romántica, funcional solo a los intereses de los no indígenas.
Entre los pueblos “indígenas” es el aymara quien históricamente ha exteriorizado su impulso hegemónico. La guerra de Julián Apaza en el siglo XVIII y el dinamismo contemporáneo de los qamiris hacen parte de la misma dinámica. Lejos de la imaginería bucólica que el criollo posmoderno y plurinacional ha elaborado sobre el indígena: ensimismado en su cosmovisión, sosegado e inalterable, ponderado y preocupado solo por su ancestralidad, el aymara es afanoso y emprendedor hasta los confines de la insubordinación, pero también del conformismo.
Una sabia dosificación de esos componentes puede propulsar al pueblo aymara como protagonista con pretensiones hegemónicas para impulsar el Estado Nación. Ello requiere la insurgencia de un nuevo marco conceptual y político que –ineluctablemente– debe surgir del seno de ese pueblo e irradiar luego a los diferentes componentes de este país. Esto requiere, por el lado del pueblo aymara, incidir más en el dominio de lo contemporáneo, especialmente en los campos del saber y de las técnicas, sacudiéndose de los roles anticuados que algunos criollos se empeñan en endilgarle, justamente para frustrar su potencialidad motora. Y, por el otro lado, que el criollo desestime su atávico temor de la revancha étnica por parte de los indios, e integre ese nuevo marco que, en definitiva, significa solamente la hegemonía en un proceso de mutación, pues el objetivo es la estructuración de una nueva identidad nacional.
Si Nación encarna una colectividad culturalmente integrada, para así poder actuar con solidez ante otras colectividades internacionales y una circunstancia moral que pueda configurar vínculos de integración institucional entre todos sus miembros, la creación de esa nueva identidad nacional es tarea impostergable. Así se plasmaría una de las más relevantes intuiciones de Fausto Reinaga, quien en su libro El indio y el cholaje boliviano concebía la emancipación del indio como estrechamente relacionada con la liberación de la nación mestiza boliviana: “…luego la revolución india, superando la yuxtaposición de la nación mestiza sobre la nación india, unirá en carne y alma, orgánica y psicológicamente, y hará de ambas naciones una sola nación; de las dos Bolivias, una sola Bolivia”.