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Es interesante lo que pasó cuando el expresidente Sánchez de Lozada propuso una nueva constitución política.
La discusión mediática se centró en los siguientes temas: la edad del proponente, qué tan actualizado está respecto a lo que sucede en el país, por qué no usa redes sociales, la ideología que profesa, con quienes se reúne, el estado del juicio en su contra, su huida al país del norte, entre varios otros.
Paradójicamente, no se habló o discutió su propuesta como tal. Salvo contadas alusiones, se habló de todo menos de la propuesta, sus defectos y sus virtudes.
En lo personal yo poco puedo comentar porque no es mi área y si quisiera discutirlo recurriría a mi compañera de vida, cuyo campo de especialización a nivel de maestría es específicamente derecho constitucional en la Universidad Católica de Chile.
Pero el punto principal que quiero resaltar es que hoy se discuten todo menos las ideas como tales.
«Las grandes mentes discuten ideas; las mentes medianas discuten acontecimientos; las pequeñas mentes discuten a la gente». Este dicho es atribuido a Eleanor Roosevelt, diplomática y activista por los derechos humanos y esposa del presidente de los Estados Unidos Franklin Roosevelt.
La discusión de la propuesta de “Goni” muestra más una orientación a mentes pequeñas y en algún caso medianas.
El problema es que esta situación se repite en todos los niveles y asuntos públicos del país e incluso el mundo. Se discute todo menos la idea propuesta o en debate. En especial, se descalifica a quien propuso las ideas, para evitar discutir sobre ellas.
Esta forma de respuesta tiene un nombre específico: falacia “ad hominen.” Se llama así porque significa “contra el hombre.” Es decir, es un ataque personal a quien propone ideas.
Para ser honestos, casi todos los políticos (incluyendo obviamente Goni) han usado esta herramienta para descalificar a sus oponentes, en lugar de discutir las ideas.
En la opinión pública las ideas se descalifican por quienes las dijeron: masistas, neoliberales, zurdos, derechistas, comunistas, conservadores, socialistas, fascistas, etc.
La situación es tan grave que este tipo de descalificación se ha filtrado en conversaciones en círculos de opinión donde se supone se debían discutir ideas y sucede precisamente lo contrario.
La descalificación también viene del poder en ejercicio. Desde hacer varios años la forma usual es descalificando como “opinadores” u “opinólogos” a quienes difieren de la posición oficial, cuando curiosamente existen similares personas que aprovechan ciertos medios para también descalificar y repetir consignas.
He estado en el sector público varios años y he sentido rabia e impotencia cuando varias opiniones se lanzaban de la forma más ligera y sin argumentos, sólo para criticar la versión oficial. Pero, es mejor responder con los argumentos correctos y reconocer los errores. Entrar en este juego es contraproducente porque disminuye aún más la credibilidad oficial y la rebaja a la condición de discusión de pasillo.
Para ello también se requiere que los medios de comunicación alienten la discusión de ideas y no el sensacionalismo y las primicias.
En este momento el país necesita acciones contundentes en diversos frentes para superar las adversidades que tenemos en los ámbitos político, económico y social. Tenemos una aguda división entre diversas visiones y regiones del país. La polarización es tan alta que ya no se defienden ideas, sino consignas.
En estas semanas se publicó el libro “Poder y progreso: Nuestra lucha de 1000 años por la tecnología y la prosperidad” de los académicos del reconocido Instituto Tecnológico de Massachussets (MIT) Daron Acemoglu y Simon Johnson.
En ella discuten de forma seria y con perspectiva histórica qué puede suceder con los avances tecnológicos y sus efectos en el bienestar humanos.
Menciono esto porque mientras nosotros seguimos atados a la discusión del pasado que no debimos tener, nos perdemos la necesaria conversación sobre el futuro que si debemos labrar.